miércoles, 3 de julio de 2013

3 Sangre de alas rotas. Ajedrez cúbico.



    


 Prólogo
    Antes que nada, si pasáis por aquí, pues agradecería vuestra opinión en un comentario. Aquí os traigo el tercer capítulo. Cuando lo escribí aún no sabía el desenlace ni la trayectoria del argumento, solo tenía vagas ideas, me suele ocurrir incluso con los relatos, sacó un personaje a la luz y luego dejo que la trama surja sola, en otras ocasiones pretendo reflejar un tema y termino reflejando otro. En la Hermandad sabía alguno de los temas que quería tratar, pero no fue hasta el capítulo 19, cuando decidí introducir el personaje de Zaza-Lucía, la protagonista del relato “Tenía el pelo azul y el morrito de fresa”, que me planteé terminar de perfilar el argumento. El próximo capítulo en salir en la web tusrelatos será el 24, pero ya sé dónde voy y lo que persigo. Aparte de las habituales correcciones que Amets me hace en la web y que agradezco mucho tengo mencionar un comentario de Paco Castelao en el capítulo 18 en el sentido de que se estaba volviendo previsible la trama (gracias, Paco) y que me llevó a ver la necesidad de esbozar todo el argumento para evitar diluirme en el enfrentamiento Peña-Bermúdez. También de agradecer un par de comentarios de J.M. Boy en el sentido de que una entidad como la Hermandad con tanto secretismo despertaba sus recelos y que me hizo reflexionar y variar ligeramente el final de la novela.
    A estas alturas mi finalidad es ser leído, no pretendo ganarme la vida con la literatura, así que ando dándoles vueltas al coco en como ofertar la novela cuando esté concluida. Que fuera pirateada para mi podría ser hasta una buena noticia. Pienso en posibilidades, ofertarla en el mínimo precio, adjuntar un ebook de relatos eróticos para que tenga más gancho (o la saga de Primavera que ando escribiendo), ofrecerla en alguna plataforma con acceso gratuito…A ver que se me termina ocurriendo.
    En este capítulo entra en el juego Roth (Y nunca mejor dicho si contemplamos el título), un personaje de la Hermandad que dará mucho de sí, y ya de una manera más directa el detective Peña, que durante toda la novela tratará de hacer su cometido tirando de oficio y sin implicarse en la finalidad de la Hermandad. Espero que os guste.



Ajedrez cúbico
Roth
    Le atraía la interpretación de Katherine, la figura del ajedrez, por  la multiplicidad de jugadas implícitas. Didácticamente era un método que permitía comprender el afán de la Hermandad en términos simples. Pero la ambición que perseguía el proyecto revestía mayores complejidades, acaso la de un cubo con seis frentes de ajedrez jugando hacia el interior. Habría que cambiar alguna regla para permitir alianzas puntuales, el del último rey vivo sería el grupo ganador y los planos horizontales se vincularían con los verticales. Seis ejércitos en liza. Sí, esa sería una imagen mucho más fiel.
    Consultó su agenda en la pantalla del ordenador. Había disfrutado durante los años en que ejerció de Mayor, aunque su cargo como Director de Seguridad era mucho más apasionante, un teórico puesto inferior en el escalafón pero de mayor relevancia en la práctica. Al contrario que Aicha él siempre se había sentido a sus anchas en la arena política, su alto coeficiente intelectual ensamblaba con una hiperactividad que no encontraba sosiego en la investigación. Necesitaba estar cerca de los acontecimientos, de una acción que le aportara desafíos que superar.
   El primer punto previsto para la mañana era una entrevista con su agente en la Santa Sede, mero trámite. Ni siquiera cuando detentaban todo su poder a través de la Santa Inquisición consiguieron detectarlos, menos aún con las actuales y debilitadas fuerzas de la Entidad o la inoperancia del Soladitium Pianum, patente en la fuga de documentos como los que “El cuervo” estaba sacando a la luz. Relegó la cita a la primera hora de la tarde, adecuada para su hora “somnolienta”. Mucho más interesante el siguiente punto de la agenda. Fue a contemplarse al espejo, cuidaba su apariencia. Acerados ojos grises, pómulos marcados y fría sonrisa. Estilizada figura ataviada con sahariana y pantalones de lino beis. Estaba presentable. Regresó a su mesa y tecleó una clave en la pantalla, luego conectó los altavoces. La figura oronda del consejero Waldo Oliveira apareció en pantalla.
    —Buenos días, consejero, ¿cómo van esas votaciones?
    Oliveira esbozó media sonrisa forzada, desmentida por sus ojos serpentinos.
    —Mal, Roth, son mayoría los partidarios de los Cárpatos. Nada concreto aún, pero el desierto australiano ya ha sido descartado.
    A Roth le interesaba la ubicación de Kazajistán, los viajes al Congo para abastecerse de minerales siempre suponían un peligro y cada vez se volvían más frecuentes. No se fiaba ni de la discreción ni de la sensatez de los implicados en el conflicto. La hija del presidente kazajo era mejor baza para negociar, solo le interesaba el dinero y sabía mantener la boca callada. Ubicándose en Kazajistan ni siquiera tendrían que encargarse del transporte, ella lo asumiría en la mayor parte del recorrido.
    —Pues tienes que poner mayor interés —amonestó al consejero—. Ya sé que las investigaciones reclaman la mayor parte de vuestra atención, pero las cuestiones prácticas también son importantes. Trata de que lo comprendan, Kazajistán le conviene a la Hermandad.
    —Veré que puedo hacer. Corto, tengo visita.
    Roth vislumbró al fondo de la imagen el cuerpo semidesnudo de una adolescente antes de que se apagara la pantalla. La debilidad de Oliveira, su perdición también, gracias a esa flaqueza tenía al consejero en un puño.
    Dedicaría el resto de la mañana a mover sus restantes hilos. Aicha presionaba por su parte para que la elección recayera sobre los Carpatos, sería un duelo interesante. Su otra preocupación era el asunto de España. Deseaba cerrar de una vez la brecha que abriera en su día Horacio Almendros y que aún arrastraba secuelas en la persona del arquitecto, antes de que volvieran a implicarse terceras personas. Él era partidario de eliminarlo, era lo más sensato, pero la Mayor se oponía por sistema al empleo de soluciones drásticas. Tampoco era partidario él si había otras vías, como en los casos de Almendros y Aguirreche. Pero el arquitecto era de carácter rebelde y sospechaba que la muerte de Carbonell no había sido accidental, su reacción era imprevisible. El carácter secreto de la Hermandad obligaba a no correr riesgos innecesarios, y si bien cualquier fin no justificaba los medios el que movía a la Hermandad lo justificaba con creces.
    Esa había sido siempre la finalidad de los Assassins, minimizar cualquier tipo de riesgo. Pero todo el clan era de ascendencia árabe y desde lo de las torres gemelas los de su raza eran mirados con lupa en la circulación aérea, por lo que se habían visto obligados a relegarlos al ámbito de la seguridad interna. Echaba de menos sus métodos invisibles, de manos izquierdas que desconocían lo que hacían las derechas. Con Bermúdez se le planteaban muchas dudas. Sabía que era una especie de psicópata, las leyendas que corrían por el bosque de Ituri le señalaban como a un ser depravado que disfrutaba torturando y violando mujeres. Y lo había elegido precisamente por eso, suponiendo que alguien así se abstendría de hacer preguntas acerca de sus patrones. Pero lo de Carbonell resultó lamentable, era un experto filólogo al que se le podía haber sacado partido en la elaboración de los códices. La versión de Bermúdez inverosímil y el atropello una chapuza muy arriesgada. Afortunadamente el Consejo había escuchado sus protestas y el departamento de documentación trabajaba en la elaboración de unos pasaportes idénticos a los originales incrustados en la red de datos de los países expedidores. Pronto podría volver a utilizar a sus Assassins. Mientras tanto, tendría que lidiar con Bermúdez.

    Briones

    Tengo que reconocer que acudí a su casa pensando en encontrarme a un personaje diferente, de haberlo conocido en otras circunstancias jamás lo habría relacionado con el trepa del 607. Cierto que se le notaba el desahogo económico, pero en absoluto era pretencioso. Un tipo de cuarenta y tantos bien cebadito, embutido en pantalón de chándal azul oscuro y camisa de felpa a cuadros blancos y grises. Gastaba barba cuidada y sonrisa agradecida, estaba encantado de verme.
    —Pasa, estaba terminando de cocinar —dijo después de estrechar mi mano. Dejamos de lado el salón, muebles caros pero informales de un vistazo, y pasamos a la cocina, tan grande como el salón de mi casa. O más. Un olorcillo rico salía del guiso que preparaba en el fuego. Coloqué el gabán sobre el respaldo de una silla.
    —Huele bien —eché un vistazo a la cazuela.
   — ¿Te gustan las codornices? —Preguntó mientras removía el guiso—. Guisadas con calabaza, níscalos y manzana.
    —Me gusta todo, tengo buen saque. Pero vete contando mientras cocinas, soy todo oídos.
    Sacó una bandeja de porcelana surtida con jamón de bellota, queso manchego y  biscotes untados con paté de oca. Luego abrió una botella de Rivera, un Abadía de San Quirce, y sirvió dos copas.
    —Para ir abriendo apetito.
    Me puso en antecedentes entre bocado y bocado. Su amigo había desaparecido y quería saber dónde estaba. A un amigo de su amigo le había atropellado un coche  y ambos investigaban una organización conocida como la Hermandad de los Abderrahim. Y alguien le vigilaba a él.
    — ¿Pero los Abderrahim esos a qué se dedican? ¿Muyahidines o algo parecido?
    Me soltó una historia de manuscritos, escritores, científicos,  y una sociedad secreta, los Abderrahim, que manejaban los hilos para crear una sociedad diferente que pensaban implantar. Una mezcla entre el G-8, el doctor No y El Código Da Vinci que no había por dónde cogerla.
    —Bueno, yo solo soy un detective —le aclaré—. Las investigaciones esotéricas no son mi campo —dije pensando en ese yanqui espabilado que desmontaba farsas paranormales, el doctor Samuel Home—. Si acaso puedo buscar a su amigo y echarle un vistazo al tipo ese que le sigue. Cosas concretas, vamos.
    Sonrió.
    —Entiendo. Yo también pensaba que Aguirreche desvariaba, de hecho pensaba llevarle al psiquiatra. Hasta que desapareció. El hijo de Carbonell también me pareció asustado cuando hablé con él por teléfono. En realidad no sé de qué va todo esto, reconozco que las teorías de mi amigo resultan estrambóticas. Pero ha desaparecido y me vigilan. Eso sí es real.
    Saqué la libreta y apunté el nombre y la dirección de su amigo Aguirreche, luego le pedí que me describiera al hombre que lo seguía y resultó ser una sombra oscura enfundada en gabardina que acechaba su ventana por las noches.
    —Y creo que también me sigue cuando salgo a la calle —añadió cuando captó mi escepticismo—. Solo que no consigo identificarlo, debe ser bueno.
    Fui a su despacho y me asomé a la ventana mientras él calentaba unas sopas de ajo que íbamos a tomar de primero. Y allí estaba, intentando disimular que buscaba algo en la guantera del Focus que ocupaba. Casi imperceptible, pero los del oficio tenemos un olfato especial. Sacó un mapa, o eso parecía, y se puso a consultarlo bajando la cabeza para que no pudiera distinguir sus rasgos. Sabueso contra sabueso. Pues vale, ya veríamos quien meaba más lejos.
    Comimos en la cocina, estaba buenísimo. Daniela se hubiera chupado los dedos, pensé. Me interesé por el amigo al que habían atropellado para luego darse a la fuga y me contó los detalles que conocía. También apunté los datos, por si me daba por bajar a Granada para hablar con el hijo, un buen pretexto para enseñar la Alhambra a Daniela. Intenté distender su preocupación preguntándole por su trabajo, que una comida tan rica necesitaba de sobremesa. Pasamos un rato agradable y luego sacó un postre de bayas de granada con nata, delicioso. A continuación café y licor de hierbas él, yo un Jack Daniels.
    —Pues es cierto que te vigilan, lo vi cuando me asomé antes a la ventana de tu despacho. Vamos a hacer una cosa, te enviaré a mi ayudante mientras averiguo quién es el fisgón, para que no estés solo.
   Noté el alivio en su mirada. No llamé a mi ayudante, ya había perdido a uno y no pensaba perder a otro. Llamé al Jefe, para mí siempre sería el Jefe, sin el ex delante, y le pedí un escolta bregado en el norte. Que se presentaba en una hora, dijo, siempre solícito en cuanto olía dinero fresco. Esperamos a que llegara y le puse al tanto, que no se descuidara. Después me despedí de Raul Losada y bajé a la calle. El Focus ya no estaba, pero no andaría lejos. Hora de jugar al ratón y al gato. Primero tomé la Beretta de su escondrijo del Golf, por si las moscas. El caso parecía un marrón, tenía que haberlo intuido viniendo del cabrón del 607. Lo de siempre.




No hay comentarios:

Publicar un comentario