Prólogo
Antes que nada, si pasáis por aquí, pues
agradecería vuestra opinión en un comentario. Aquí os traigo el tercer
capítulo. Cuando lo escribí aún no sabía el desenlace ni la trayectoria del
argumento, solo tenía vagas ideas, me suele ocurrir incluso con los relatos,
sacó un personaje a la luz y luego dejo que la trama surja sola, en otras ocasiones
pretendo reflejar un tema y termino reflejando otro. En la Hermandad sabía
alguno de los temas que quería tratar, pero no fue hasta el capítulo 19, cuando
decidí introducir el personaje de Zaza-Lucía, la protagonista del relato “Tenía
el pelo azul y el morrito de fresa”, que me planteé terminar de perfilar el
argumento. El próximo capítulo en salir en la web tusrelatos será el 24, pero
ya sé dónde voy y lo que persigo. Aparte de las habituales correcciones que
Amets me hace en la web y que agradezco mucho tengo mencionar un comentario de
Paco Castelao en el capítulo 18 en el sentido de que se estaba volviendo
previsible la trama (gracias, Paco) y que me llevó a ver la necesidad de
esbozar todo el argumento para evitar diluirme en el enfrentamiento
Peña-Bermúdez. También de agradecer un par de comentarios de J.M. Boy en el
sentido de que una entidad como la Hermandad con tanto secretismo despertaba
sus recelos y que me hizo reflexionar y variar ligeramente el final de la
novela.
A estas alturas mi finalidad es
ser leído, no pretendo ganarme la vida con la literatura, así que ando dándoles
vueltas al coco en como ofertar la novela cuando esté concluida. Que fuera
pirateada para mi podría ser hasta una buena noticia. Pienso en posibilidades,
ofertarla en el mínimo precio, adjuntar un ebook de relatos eróticos para que
tenga más gancho (o la saga de Primavera que ando escribiendo), ofrecerla en
alguna plataforma con acceso gratuito…A ver que se me termina ocurriendo.
En este capítulo entra en el
juego Roth (Y nunca mejor dicho si contemplamos el título), un personaje de la
Hermandad que dará mucho de sí, y ya de una manera más directa el detective
Peña, que durante toda la novela tratará de hacer su cometido tirando de oficio
y sin implicarse en la finalidad de la Hermandad. Espero que os guste.
Ajedrez cúbico
Roth
Le atraía la interpretación de Katherine,
la figura del ajedrez, por la
multiplicidad de jugadas implícitas. Didácticamente era un método que permitía
comprender el afán de la Hermandad en términos simples. Pero la ambición que
perseguía el proyecto revestía mayores complejidades, acaso la de un cubo con
seis frentes de ajedrez jugando hacia el interior. Habría que cambiar alguna
regla para permitir alianzas puntuales, el del último rey vivo sería el grupo
ganador y los planos horizontales se vincularían con los verticales. Seis
ejércitos en liza. Sí, esa sería una imagen mucho más fiel.
Consultó su agenda en la pantalla del
ordenador. Había disfrutado durante los años en que ejerció de Mayor, aunque su
cargo como Director de Seguridad era mucho más apasionante, un teórico puesto
inferior en el escalafón pero de mayor relevancia en la práctica. Al contrario
que Aicha él siempre se había sentido a sus anchas en la arena política, su
alto coeficiente intelectual ensamblaba con una hiperactividad que no
encontraba sosiego en la investigación. Necesitaba estar cerca de los
acontecimientos, de una acción que le aportara desafíos que superar.
El primer punto previsto para la mañana era una entrevista con su agente
en la Santa Sede, mero trámite. Ni siquiera cuando detentaban todo su poder a
través de la Santa Inquisición consiguieron detectarlos, menos aún con las
actuales y debilitadas fuerzas de la Entidad o la inoperancia del Soladitium
Pianum, patente en la fuga de documentos como los que “El cuervo” estaba
sacando a la luz. Relegó la cita a la primera hora de la tarde, adecuada para
su hora “somnolienta”. Mucho más interesante el siguiente punto de la agenda.
Fue a contemplarse al espejo, cuidaba su apariencia. Acerados ojos grises,
pómulos marcados y fría sonrisa. Estilizada figura ataviada con sahariana y
pantalones de lino beis. Estaba presentable. Regresó a su mesa y tecleó una
clave en la pantalla, luego conectó los altavoces. La figura oronda del
consejero Waldo Oliveira apareció en pantalla.
—Buenos días, consejero, ¿cómo van esas
votaciones?
Oliveira esbozó
media sonrisa forzada, desmentida por sus ojos serpentinos.
—Mal, Roth, son mayoría los partidarios de
los Cárpatos. Nada concreto aún, pero el desierto australiano ya ha sido descartado.
A Roth le interesaba la ubicación de
Kazajistán, los viajes al Congo para abastecerse de minerales siempre suponían
un peligro y cada vez se volvían más frecuentes. No se fiaba ni de la
discreción ni de la sensatez de los implicados en el conflicto. La hija del
presidente kazajo era mejor baza para negociar, solo le interesaba el dinero y
sabía mantener la boca callada. Ubicándose en Kazajistan ni siquiera tendrían
que encargarse del transporte, ella lo asumiría en la mayor parte del recorrido.
—Pues tienes que poner mayor interés
—amonestó al consejero—. Ya sé que las investigaciones reclaman la mayor parte
de vuestra atención, pero las cuestiones prácticas también son importantes.
Trata de que lo comprendan, Kazajistán le conviene a la Hermandad.
—Veré que puedo
hacer. Corto, tengo visita.
Roth vislumbró al fondo de la imagen el
cuerpo semidesnudo de una adolescente antes de que se apagara la pantalla. La
debilidad de Oliveira, su perdición también, gracias a esa flaqueza tenía al consejero
en un puño.
Dedicaría el resto de la mañana a mover sus
restantes hilos. Aicha presionaba por su parte para que la elección recayera
sobre los Carpatos, sería un duelo interesante. Su otra preocupación era el
asunto de España. Deseaba cerrar de una vez la brecha que abriera en su día
Horacio Almendros y que aún arrastraba secuelas en la persona del arquitecto,
antes de que volvieran a implicarse terceras personas. Él era partidario de
eliminarlo, era lo más sensato, pero la Mayor se oponía por sistema al empleo
de soluciones drásticas. Tampoco era partidario él si había otras vías, como en
los casos de Almendros y Aguirreche. Pero el arquitecto era de carácter rebelde
y sospechaba que la muerte de Carbonell no había sido accidental, su reacción
era imprevisible. El carácter secreto de la Hermandad obligaba a no correr
riesgos innecesarios, y si bien cualquier fin no justificaba los medios el que
movía a la Hermandad lo justificaba con creces.
Esa había sido siempre la finalidad de los
Assassins, minimizar cualquier tipo de riesgo. Pero todo el clan era de
ascendencia árabe y desde lo de las torres gemelas los de su raza eran mirados
con lupa en la circulación aérea, por lo que se habían visto obligados a
relegarlos al ámbito de la seguridad interna. Echaba de menos sus métodos
invisibles, de manos izquierdas que desconocían lo que hacían las derechas. Con
Bermúdez se le planteaban muchas dudas. Sabía que era una especie de psicópata,
las leyendas que corrían por el bosque de Ituri le señalaban como a un ser
depravado que disfrutaba torturando y violando mujeres. Y lo había elegido
precisamente por eso, suponiendo que alguien así se abstendría de hacer
preguntas acerca de sus patrones. Pero lo de Carbonell resultó lamentable, era
un experto filólogo al que se le podía haber sacado partido en la elaboración
de los códices. La versión de Bermúdez inverosímil y el atropello una chapuza
muy arriesgada. Afortunadamente el Consejo había escuchado sus protestas y el
departamento de documentación trabajaba en la elaboración de unos pasaportes
idénticos a los originales incrustados en la red de datos de los países
expedidores. Pronto podría volver a utilizar a sus Assassins. Mientras tanto,
tendría que lidiar con Bermúdez.
Briones
Tengo que reconocer que acudí a su casa
pensando en encontrarme a un personaje diferente, de haberlo conocido en otras
circunstancias jamás lo habría relacionado con el trepa del 607. Cierto que se
le notaba el desahogo económico, pero en absoluto era pretencioso. Un tipo de
cuarenta y tantos bien cebadito, embutido en pantalón de chándal azul oscuro y
camisa de felpa a cuadros blancos y grises. Gastaba barba cuidada y sonrisa
agradecida, estaba encantado de verme.
—Pasa, estaba terminando de cocinar —dijo
después de estrechar mi mano. Dejamos de lado el salón, muebles caros pero
informales de un vistazo, y pasamos a la cocina, tan grande como el salón de mi
casa. O más. Un olorcillo rico salía del guiso que preparaba en el fuego.
Coloqué el gabán sobre el respaldo de una silla.
—Huele bien —eché
un vistazo a la cazuela.
— ¿Te gustan las codornices? —Preguntó mientras removía el guiso—.
Guisadas con calabaza, níscalos y manzana.
—Me gusta todo,
tengo buen saque. Pero vete contando mientras cocinas, soy todo oídos.
Sacó una bandeja de porcelana surtida con
jamón de bellota, queso manchego y
biscotes untados con paté de oca. Luego abrió una botella de Rivera, un
Abadía de San Quirce, y sirvió dos copas.
—Para ir abriendo
apetito.
Me puso en antecedentes entre bocado y
bocado. Su amigo había desaparecido y quería saber dónde estaba. A un amigo de
su amigo le había atropellado un coche y
ambos investigaban una organización conocida como la Hermandad de los
Abderrahim. Y alguien le vigilaba a él.
— ¿Pero los
Abderrahim esos a qué se dedican? ¿Muyahidines o algo parecido?
Me soltó una historia de manuscritos,
escritores, científicos, y una sociedad
secreta, los Abderrahim, que manejaban los hilos para crear una sociedad
diferente que pensaban implantar. Una mezcla entre el G-8, el doctor No y El
Código Da Vinci que no había por dónde cogerla.
—Bueno, yo solo soy un detective —le
aclaré—. Las investigaciones esotéricas no son mi campo —dije pensando en ese
yanqui espabilado que desmontaba farsas paranormales, el doctor Samuel Home—.
Si acaso puedo buscar a su amigo y echarle un vistazo al tipo ese que le sigue.
Cosas concretas, vamos.
Sonrió.
—Entiendo. Yo también pensaba que
Aguirreche desvariaba, de hecho pensaba llevarle al psiquiatra. Hasta que
desapareció. El hijo de Carbonell también me pareció asustado cuando hablé con
él por teléfono. En realidad no sé de qué va todo esto, reconozco que las
teorías de mi amigo resultan estrambóticas. Pero ha desaparecido y me vigilan.
Eso sí es real.
Saqué la libreta y apunté el nombre y la
dirección de su amigo Aguirreche, luego le pedí que me describiera al hombre
que lo seguía y resultó ser una sombra oscura enfundada en gabardina que
acechaba su ventana por las noches.
—Y creo que también me sigue cuando salgo a
la calle —añadió cuando captó mi escepticismo—. Solo que no consigo
identificarlo, debe ser bueno.
Fui a su despacho y me asomé a la ventana
mientras él calentaba unas sopas de ajo que íbamos a tomar de primero. Y allí estaba,
intentando disimular que buscaba algo en la guantera del Focus que ocupaba.
Casi imperceptible, pero los del oficio tenemos un olfato especial. Sacó un
mapa, o eso parecía, y se puso a consultarlo bajando la cabeza para que no
pudiera distinguir sus rasgos. Sabueso contra sabueso. Pues vale, ya veríamos
quien meaba más lejos.
Comimos en la cocina, estaba buenísimo.
Daniela se hubiera chupado los dedos, pensé. Me interesé por el amigo al que
habían atropellado para luego darse a la fuga y me contó los detalles que
conocía. También apunté los datos, por si me daba por bajar a Granada para
hablar con el hijo, un buen pretexto para enseñar la Alhambra a Daniela.
Intenté distender su preocupación preguntándole por su trabajo, que una comida
tan rica necesitaba de sobremesa. Pasamos un rato agradable y luego sacó un
postre de bayas de granada con nata, delicioso. A continuación café y licor de
hierbas él, yo un Jack Daniels.
—Pues es cierto que te vigilan, lo vi
cuando me asomé antes a la ventana de tu despacho. Vamos a hacer una cosa, te
enviaré a mi ayudante mientras averiguo quién es el fisgón, para que no estés
solo.
Noté el alivio en su mirada. No llamé a mi ayudante, ya había perdido a
uno y no pensaba perder a otro. Llamé al Jefe, para mí siempre sería el Jefe,
sin el ex delante, y le pedí un escolta bregado en el norte. Que se presentaba
en una hora, dijo, siempre solícito en cuanto olía dinero fresco. Esperamos a
que llegara y le puse al tanto, que no se descuidara. Después me despedí de Raul
Losada y bajé a la calle. El Focus ya no estaba, pero no andaría lejos. Hora de
jugar al ratón y al gato. Primero tomé la Beretta de su escondrijo del Golf,
por si las moscas. El caso parecía un marrón, tenía que haberlo intuido
viniendo del cabrón del 607. Lo de siempre.
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