sábado, 11 de enero de 2014

13 Sangre de alas rotas. Cruzando la linea





Cruzando la línea
    Bermúdez
    Esperaba que alguien del despacho de abogados fuera a recibir a Aicha y al Assassin, fue toda una sorpresa encontrarse al detective en la terminal de Barajas. Ya tenía intención de ocultarse para que Aicha no lo reconociese, pero la presencia del sabueso le obligaba a extremar las precauciones ahora. Le pasó las fotografías a Vladimir después de señalarlo.
    —Ten cuidado con él porque no tiene un pelo de tonto. Yo estaré cerca, aunque fuera del alcance de su vista. Lo que nos interesa ahora es saber dónde van a albergarse —le tendió las llaves del coche— Síguelos, yo tomaré un taxi cuando sepas la dirección. Supongo que será el Agumar de Atocha, que es donde tienen la reserva, pero es importante asegurarse, no podemos correr el riesgo de perderlos de vista.
    Vladimir sonrió con suficiencia.
    —Descuida.
    —Tampoco te hagas muy visible, que los mulatos grandotes como tú llaman la atención y no quiero que el Assanssin se quede con tu rostro grabado en la retina. Menos aún el detective.
    El holandés era parco de palabras, asintió con un gruñido y fue a situarse en una posición ventajosa. Él se replegó a un extremo de la terminal. Mientras esperaban la llegada del vuelo elucubró los siguientes pasos. La presencia del detective podía favorecer sus planes, cuando Vladimir acabase con la vida del Assassin seguramente el detective acudiría, sería un buen momento para secuestrar a Daniela. Al monstruo se le hacía la boca agua pensando en ello, hacía mucho que no se alimentaba. Los goces de la selva ya quedaban lejos, aunque siempre presentes, pululando inquietos en su cerebro.
    El bosque de Ituri había sido su santuario, en plena guerra un oasis de paz donde llevar a cabo sus anhelos más oscuros. Recordaba con nitidez a su primera víctima, hija de un trabajador de las minas de coltan. Las circunstancias eran favorables, el padre solo regresaba a casa un par de veces al mes y la familia vivía en un poblado asentado en las inmediaciones del bosque, dedicados al comercio con los mbuti, a los que le compraban la miel. Ella tenía dieciséis años y era virgen, o al menos eso suponía su hermano, al que embriagó para sonsacarle. Ya era raro que no hubiera sido violada por una de las facciones en guerra, pero el poblado proveía de alimentos a los soldados y se hallaba algo apartado de las rutas principales, lo que le confería una tranquilidad relativa. Otra forma de verlo era que el monstruo llegó antes que los otros. El que fuera virgen obedecía a las influencias de un sacerdote italiano que recorría los asentamientos próximos a la selva, que la había reclutado para la fe de Cristo y convencido de que llegara impoluta al matrimonio.
    Un día por semana se internaba en el bosque, hasta el poblado de los mbuti, para cargar con la miel, el pago lo hacía su padre cuando regresaba de la mina. Una negrita preciosa, le pareció al monstruo, que estuvo acechándola mientras buscaba una ubicación para llevar a cabo sus planes. La encontró en un poblado abandonado de los mbuti, un lugar idóneo en el que darle vida  a su ritual. Un martes fue el día elegido. La esperó a medio camino, el lugar más alejado tanto del poblado mbuti como de su choza, con los colobos formando un griterío por encima de su cabeza como si quisieran advertirla del peligro, pero los colobos siempre gritaban ante cualquier extraño y ella no le dio importancia. Pudo observarla llegando por el camino desde su posición privilegiada, cubierta por una vestido de alegres colores anaranjados que le llegaba hasta las pantorrillas, sus jóvenes pechos aún enhiestos apretados contra la tela mojada por la lluvia reciente que se le pegaba a la piel y marcaba sus pezones. Cubierta la cabeza por un pañuelo amarillo que dejaba escapar los rizos negros de sus trencillas sobre la frente, el cuello y los pómulos, estos brillantes y tersos, estandartes de un rostro de labios gruesos y sensuales, la nariz chata, pequeña y graciosa, los ojos de un tizón encendido aureolados por la blanca esclerótica  y perdidos en alguna ensoñación indolente que se columpiaba sobre la cadencia de sus hombros desnudos. Caminando hacia la gloria del monstruo, aciago destino embromándola después de haber escapado de las garras de la guerra y su secuela de violaciones. No le dio tiempo a reaccionar cuando se le echó encima, dejó caer los recipientes en los que iba a guardar la miel y elevó los brazos intentando protegerse ante la sombra que se le abalanzaba pensando que pudiera tratarse de un animal, acaso un leopardo o un papión, iba a gritar cuando la mano con el pañuelo empapado de cloroformo se lo impidió.
    Tuvo que cargarla hasta el poblado abandonado porque no quería correr riesgos, transportarla consciente hubiera sido un incordio, habría tenido que maltratarla para silenciarla y no deseaba perder parte de la diversión durante el trayecto, quería que la sorpresa fuese total, degustar cada feromona de horror que su cuerpo exhalase.

    Roth
    El descubrimiento de la existencia del Cónclave había resultado toda una sorpresa, pero no iba a permitir que el trio de vejestorios le arruinara sus planes. De haberse hallado Houari cerca quizás se lo habría pensado, pero con él y Aicha en España tenía las manos libres.  Había estado hábil Neville interceptando sus comunicaciones, lo que no sabía el consejero es que él tenía dispuesta una trampa por si a alguien se le ocurría hacer algo así. La había colocado pensando en Aicha, cuando la nombraron Mayor, previniendo que sus caracteres terminaran friccionando, y había saltado ante la intromisión de Neville. Respondió interceptando las suyas y siguiéndole los pasos, en persona porque no podía confiar en nadie ni sabía los motivos del consejero. Y él le había llevado hasta el Cónclave, un departamento en la sombra encargado de proteger a la Hermandad de las amenazas exteriores, al que pertenecía también Houari en calidad de jefe de los Assassins, y al que pensaban incorporar a Aicha en sustitución de Neville. A él le habían descartado como posible miembro por considerarlo demasiado manipulador, sin considerar siquiera la eficacia de su trayectoria política.
    Se acomodó tras el árbol y esperó, sabía que no tardaría en pasar. Tenía que silenciar a Neville antes de que avisara a Houari y rescatar la grabación, que sabía llevaba encima. Tan confiado que salió a dar su paseo diario por la selva. Sin la grabación poco podrían hacer los otros, sabrían que había sido él, pero teniendo localizado el peligro atajaría cualquier plan que se les ocurriese. Eran gentes de la Hermandad y sus intenciones buenas aunque erróneas, no les haría daño a no ser que fuera absolutamente necesario. Lo de Neville era caso aparte, era un peso pesado dentro de la Hermandad y no se iba a amilanar, su muerte era inevitable. Desaparecido Houari el próximo jefe de los Assassins sería su confidente y le tendría al tanto de las intenciones del Cónclave, del que pensaba formar parte en el futuro, cuando las riendas estuvieran en sus manos. El otro obstáculo era Aicha, a la que sin duda informarían Chung y Barbosa. Esperaría a ver su reacción  cuando Neville y Houari salieran de escena, conociéndola esperaba dificultades. Se le había pasado por la cabeza que Bermúdez también se encargara de ella pero lo desechó, demasiadas muertes, el Consejo podía recelar. No, tendría que lidiar con ella cuando regresara, aunque con los Assassins bajo su control el peligro que representaba sería mucho menor, estaría controlada. Con ella emplearía algún tipo de ardid que la hiciera perder el favor del Consejo y acabara con su carrera política, ya se le ocurriría la manera de llevarlo a cabo.
    El anciano, que ya se acercaba, era la causa de todos sus males. Era él quien había puesto en su contra tanto a Houari como a Aicha, el verdadero adversario. Había pensado acercársele por detrás y terminar con su vida sin que se enterase, pero no pudo resistir la tentación de anticiparle su derrota saliéndole al paso.
    —Buenas tardes, consejero.
    Neville dio un respingo al reconocerlo.
    —Buenas tardes, Roth —su astuta mirada lo envolvió—. ¿Le gusta el cine?
    ¿A cuento de qué venía aquella pregunta?
    —Me entretiene alguna veces, pero tampoco soy ningún cinéfilo.
    Neville sonrió.
    —No hace falta serlo para haber visto La guerra de las galaxias.  ¿La viste?
    — ¿Y quién no? ¿Por qué lo dice?
    — ¿Recuerdas la escena en que Obi-Wan Kenobi baja su espada laser ante Darth Vader y permite que acabe con su vida?
    Esta vez le tocó a él dar el respingo. ¿Qué insinuaba Neville?
    — ¿Intenta decirme que me espera la derrota aunque acabe con su vida?
    —Puedes interpretarlo como mejor te parezca. La muerte ya me acechaba, solo adelantarás su llegada unos días, acaso unas semanas. Me voy en paz, a eso me refería.
    El jodido viejo solo intentaba desmoralizarle, se las sabía todas. Pero no iba a retroceder ante su semblante risueño. Nada más tenían que decirse, clavó el puñal en su corazón con una trayectoria certera. Una, dos y hasta tres veces. Neville se desplomó con un gemido. Se apresuró a registrar sus ropas en busca de la grabación.
     Buscó por todas partes sin encontrarla y bufó contrariado. ¿Cómo era posible? Había salido con ella de la reunión del Cónclave y se dirigió a la selva sin pasar por sus aposentos. ¿Dónde demonios estaba el pendrive? Lo intentó bajo su ropa interior, sin resultados. ¿Lo habría tirado al reconocerlo? No lo creía, estuvo pendiente de sus movimientos. Ocultaría el cadáver, no podía dejarlo allí, tenía que ponerlo al alcance de las fieras, para que lo devoraran, sabía el lugar idóneo, su cuerpo desaparecería antes de que comenzara su búsqueda. Después buscaría el dispositivo. Mientras arrastraba el cuerpo sobre el suelo de la selva le vino a la cabeza la escena de la película y maldijo a Neville. ¿Que había querido decir el jodido viejo?