sábado, 28 de diciembre de 2013

12 Sangre de alas rotas. Amenazas



     Prólogo
    Tuve que tomarme un tiempo de descanso, pasado el cual vuelvo a la cancha.



Amenazas
    Peña
    Después de comer con Daniela visité a mi cliente para ponerle al día, también para evitarle gastos superfluos. Dado el cariz que estaban tomando los acontecimientos dudaba que siguiera en el punto de mira del asesino, el escolta ya no era necesario.
    —Prefiero continuar con él —me dijo—. Ese desalmado no ha dudado en ejecutar a esos dos empleados de la mensajería, cualquiera sabe cómo funciona su cerebro. ¿Y dices que llegará mañana la abogada argentina? Estoy deseando saber que tiene que contarnos.
    —Quizás solo intente establecer una cortina de humo entre el asesino y su cliente, me pareció entender como si fuera algo que se les hubiera ido de las manos.
    Losada salió un momento y regresó con la botella de Jack Daniels y dos vasos.
    — ¿Hielo? —preguntó.
    —Así está bien.
    Sirvió tres dedos en cada vaso.
    —Hay que averiguar que ha sido de Aguirreche. Esa mujer seguro que lo sabe.
    Me alegró oírle decir aquello, significaba que estaba decidido a llevar la investigación hasta el final.
    —Una cosa es que lo sepa y otra que quiera contárnoslo —tenía mis serias dudas—. Es más, no me extrañaría que trajera algún documento firmado por el propio Aguirreche en el que diga que está bien y que le dejemos en paz.
    —No vamos a conformarnos con eso —dijo tajante—. Me da igual donde se encuentre, iré a verle allá donde esté. Solo le creeré si me lo dice en persona. Y si le ha ocurrido algo daremos cuenta a la policía. A la española, a la argentina, y a la que haga falta.
    —La policía ya está metida en el ajo. Pero tendremos que andarnos con pies de plomo, sean quienes sean los que están detrás de todo esto sin duda tienen recursos. Y pocos escrúpulos, puesto que alguno de ellos contrató al asesino.
    Losada me miró a los ojos, buscaba respuestas.
    — ¿No te vendrá esto demasiado grande? Sé a lo que os dedicáis los detectives en España y no quiero ponerte en peligro. Los asesinos son asunto de la policía.
    Me daba la oportunidad de salirme del caso, se le notaba que era buena gente aunque hubiese nacido en el seno de una familia poderosa. Pensé en Daniela y en su seguridad, pero siempre me gustaron los desafíos.
    —A cada cual, lo suyo. Con despachos de abogados de por medio nadie pondrá mucho empeño en encontrar a Aguirreche. Terminemos lo que comenzamos.
    Me dedicó una sonrisa agradecida, estábamos en el mismo barco. Allí había terminado por el momento y me despedí. Cuando salí a la calle llamé a Muñoz-Seca, por si había noticias, quiso estar presente en la entrevista con la abogada pero le convencí de que era mejor que se quedara como último cartucho en la retaguardia hasta que supiéramos un poco más del asunto. Según sus informes  la abogada estaba limpia, aunque su actuación profesional era discreta o no constaba. Pero además del título de abogada, que había conseguido por la universidad a distancia, tenía un doctorado en ingeniería ambiental, un dato harto curioso. La entrevista se prometía interesante.
    Cuando llegué a lo de Daniela la pastelería había cerrado. Ya había aparcado el coche y ni ganas de volver a cogerlo, caminé hacia su casa. Le divisé parado en el cruce de la Avd. Doctor Esquerdo, confirmando mis presagios. Ni a Daniela ni a Paco los pude ver, debían ir mucho más adelante. Estaba lejos de mí pero era él, sin duda, sus mismos andares y sus mismos gestos, en el oficio nos solemos fijar en esos detalles. Llevaba un gorro de lana cubriéndole la cabeza y un abrigo oscuro. Para mi sorpresa no se encaminó hacía la casa de Daniela, sino que al cruzar torció hacia la Avd. Ciudad de Barcelona. De pronto apresuró el paso y se perdió en la boca del metro. Intenté seguirle, pero me sacaba distancia y cuando llegué ya era demasiado tarde, me pateé andenes y pasillos sin resultados. Por mucha prisa que se diese Muñoz-Seca en montar un dispositivo sería inútil, pero puede que por las cámaras supiéramos su estación de destino. Seguramente se habría bajado en cualquier parada para tomar un taxi o un autobús, pero había que intentarlo. Le llamé para que hiciese las llamadas pertinentes y que me permitiesen visualizar las cámaras acompañado de un inspector y luego llamé a Daniela para decirle que también esa noche llegaría tarde a verla, pero que necesitábamos hablar. Otro telefonazo a Paco para que no abandonara la vigilancia hasta que llegase.
    Cónclave
    Estaba demasiado mayor para afrontar esa clase de problemas. Y ni siquiera estaba seguro de compartir lo que había descubierto con los otros dos miembros del Cónclave, podían acusarle de interferir en la política interna de la Hermandad. Ellos debían limitarse a defenderla de los peligros exteriores, pero su frontera era una línea difícil de delimitar. ¿No era Bermúdez un peligro exterior por mucho que actuase bajo las órdenes del Director de Seguridad? Además, Houari era miembro de pleno derecho del Cónclave, los jefe de los Assassins siempre lo habían sido aunque no participasen en todas las reuniones, cualquier decisión precisaba de su voto. Y la institución tenía el derecho de defenderse de cualquier peligro. En esta ocasión la amenaza tenía su origen en una decisión del Jefe de Seguridad, una cuestión en apariencia interna, pero Roth había ordenado a Bermúdez que eliminara a Houari cuando llegara a España. La injerencia del Cónclave estaba más que justificada para proteger la vida de uno de sus miembros, eso lo tenía claro. ¿Pero cómo justificar el espionaje al que había sometido las comunicaciones de Roth?
    Atravesó la puerta decidido a asumir sus responsabilidades. El aire acondicionado se había estropeado en aquel sector de las instalaciones y el calor era sofocante. Adriana Barbosa paseaba como una fiera enjaulada, ahuecando el vestido por el escote y abanicando tanto la cara como sus voluminosos senos.
    — ¿Tan importante era que no podía esperar a que arreglaran el aire? —le espetó apenas cruzó la puerta.
    Chung le sonrió, condescendiente con el mal humor de Adriana. Su cuerpo menudo flotaba en la holgada sahariana.
    —Me temo que sí, el asunto es de trascendental importancia —contestó Neville, contándoles a continuación lo que había averiguado.
    Tanto el rostro de Adriana como el de Chung reflejaron la gravedad de los hechos a medida que se iban enterando. Ella fue la primera en intervenir.
    —Hay que pararle los pies como sea, ese hombre se ha vuelto un peligro —su dedo acusador señaló a Neville—. Lo que no quita para que hayas contravenido las directrices del Cónclave, no tenías derecho a espiarlo. Esa no es nuestra función.
    —Depende de cómo se mire —Chung intervino, conciliador—. Bermúdez es un peligro exterior, aunque esté bajo las órdenes de Roth. Diría que el espionaje al Director de Seguridad está justificado.
    Adriana Barbosa frunció el ceño.
    —Ambos sabéis que no es así —no estaba dispuesta a dar su brazo a torcer—,  pero vamos a dejar esa cuestión para más adelante. Ahora lo que debemos hacer es atajar el problema, tenemos que destituir a Roth como sea.
    —Exacto, hay que ponerle el cascabel al gato —dijo Neville.
    —Se puede presentar  una moción de censura al Consejo, aportando los datos que tenemos —sugirió Chung— ¿Habéis grabado la conversación entre Roth y Bermúdez?
    Neville asintió.
    —Y Aicha puede intervenir por videoconferencia —apuntó Adriana—. Eso le daría fuerza legal a la denuncia dentro del Consejo. ¿Pero quién presentará la denuncia? Nosotros no podemos, de ninguna manera podemos evidenciarnos públicamente, nuestra misión prevalece por encima de cualquier otra consideración.
    —Que lo haga Aicha —a Chung le pereció lo más consecuente.
    Neville sonrió a sus amigos.
    —Sé que tratáis de salvarme, pero es responsabilidad mía. Yo plantearé la denuncia ante el Consejo y renuncio a mi puesto en el Cónclave. Aicha me sustituirá cuando vuelva, así que ella tampoco intervendrá, no es conveniente. Me creo con suficiente fuerza moral dentro del Consejo como para presentarlo como una decisión personal, que al fin y al cabo es lo que fue. Diré que una persona de confianza escuchó una conversación sospechosa por causalidad y que por ello mandé intervenir las líneas del Director de Seguridad.
    —Pero te pedirán que reveles el nombre de esa persona —objetó Adriana.
    —Me negaré y asumiré las consecuencias. Si es preciso también renunciaré a mi puesto en el Consejo.
    —No puedes renunciar a tu puesto —Chung se mostró firme—. La ubicación de la sede de la Hermandad aún no se ha resuelto y darías ventaja a los partidarios de Kazajistan.
    —No creo que sea preciso, pero si lo fuera no supondría mayor problema. Fue Roth cuando ejercía como Mayor el que propuso la ubicación en Kazajistan, no me costará desprestigiar ese enclave tras su destitución, incluso aunque me viera obligado a dimitir.
    Dejaron de poner objeciones, sabían que llevaba razón.
    —Tu marcha es premonitoria de la nuestra —sentenció Adriana con deje melancólico.
    Neville hizo un gesto de rechazo.
    —Algún día, por supuesto, pero no ahora, aún os queda camino por recorrer. Tenéis cuerda para rato.
    — ¿Has avisado a Houari del peligro que corre? —Chung, menos dado a los impulsos sentimentales, matizaba lo importante.
    —En cuanto aterricen lo haré. Faltan un par de horas.
    Adriana se escabulló hacia la cocina y regresó con una botella de Caipiriña helada y tres vasos.
    —La guardo para las ocasiones especiales. Esta lo es, y mucho. Brindemos.
    Zaza
    Un domingo, faltando dos semanas para que comenzara el curso, le dijo que preparara la maleta, que a la semana siguiente viajaría con él, no le quiso decir dónde. Hacía seis meses que se había sacado el pasaporte a instancias de Elio y de alguna manera estaba esperando el viaje, aun así le excitó mucho la idea de poder viajar al extranjero y por la noche le  costó conciliar el sueño.  Viajaron en primer lugar a París y luego a Praga, Elio actuando de cicerone y ella extasiándose con todo lo que él le enseñaba, no solo los lugares emblemáticos que servían de reclamo para los turistas sino también los rincones mágicos y aquellos que rezumaban la esencia y la vida de las dos ciudades. Hasta que subieron a aquel quinto piso junto a una de las orillas del rio Moldava repleto de muebles viejos y llenos de polvo fue un viaje maravilloso. Pensó que la maleta que portaba Elio, que había recogido de una tienda de antigüedades, contenía dinero, seguía creyendo que se dedicaba al blanqueo de dinero y cuando le entregó los guantes para que se los pusiera antes de subir creyó que sería para no dejar huellas y que iba a presenciar alguna entrega de efectivo. La llave que utilizó para abrir la puerta era nueva y le costó encajarla en la gastada cerradura, el piso estaba vacío a excepción de aquellos muebles que habían conocido su esplendor hacía muchos lustros, olía a cerrado pero también a usado, e imaginó que sus últimos habitantes lo tuvieron que ser por mucho tiempo, dejando a su marcha su olor impregnado en las paredes. Por la falta de huellas en el polvo del suelo dedujo que pocas personas habían pisado su entarimado en las últimas semanas. Elio depositó la maleta junto a una ventana cubierta por una amarillenta cortina que en su día debió ser de color crema y atisbó el exterior sin descorrerla, después se arrodilló en el suelo y abrió la maleta, en su interior albergada uno de sus rifles de precisión desmontable en piezas que comenzó a ensamblar. Ella no pudo evitar un mal presentimiento pero se resistía a creerlo, trató de buscar una explicación en su mente que justificara la escena.
    —A esto me dedico, mató por dinero —la voz de su mentor disipó cualquier duda posible.
    La antigua Zaza habría tenido un ataque de pánico ante una revelación de tal calibre, pero él le había enseñado a controlar su cuerpo y sus emociones. Aun así no supo que decir.
    —A gente indeseable —continuó Elio— Si bien es cierto que los que me pagan no son menos indeseables. Sé cómo te sientes, es difícil de digerir, pero tampoco es tan terrible como parece. De no ser yo otro lo haría, solo soy un instrumento. Y a los que mato son criminales, el mundo está mejor sin ellos.
     No siempre era así, como averiguaría con el tiempo, pero en esos momentos se aferró a esa afirmación como si fuera su tabla de salvación, necesitaba una justificación para no huir echando a perder todo lo que él le proporcionaba. También era lo suficientemente lista para comprender que abandonarlo implicaba un peligro de muerte, no iba a dejarla marchar ahora que lo sabía. Y de alguna forma él lo había preparado en aquellos años que llevaban juntos, le había enseñado a valorar la vida que ahora llevaba y le había creado una dependencia de todo lo que él significaba para ella. No fue hasta que conoció a Noe que comprendió que la relación con Elio había sido insana, no solo por la naturaleza de su profesión y porque la hubiera arrastrado a emularlo, sino porque había deformado sus emociones y valores para adaptarlos a su realidad, como si ella fuera la discípula y el maestro en una especie de secta formada por ambos. Y ni el paso del tiempo ni su muerte habían conseguido que se librara totalmente de su influjo. Elio siempre estaba ahí en un rincón de su mente, era un cabronazo que la había mangoneado a su antojo pero también le había abierto la puerta a un mundo que nunca hubiese alcanzado por sí misma, aunque Noe se empeñara en lo contrario.
    Ahora podía verlo todo desde otra perspectiva, gracias a Noe, le estaba costando desprenderse de la herencia dejada por Elio pero poco a poco lo estaba consiguiendo, redefinía sus valores. Había conocido a más gente condicionada completamente por su entorno que asumían como verdadera una concepción de la vida parcial y tergiversada, existían muchas clases de sectas en la sociedad.
    El sistema empleado por Elio, aséptico y a distancia, contribuyó a que todo pareciese menos tortuoso. Mientras armaba su rifle en aquel piso de Praga le fue dando datos de su futura víctima. Se trataba de un tratante de blancas, un sádico que disfrutaba causándoles daño a las mujeres. Se le suponían varios asesinatos por ajustes de cuentas y se le achacaba la responsabilidad en la desaparición de al menos tres cuya última dirección conocida estaba vinculada a alguno de sus prostíbulos de lujo. Pero no era por eso que el contratista que había encargado su eliminación a Elio deseaba su desaparición, evidentemente ellos, pues se trataba de la familia Veronesi, solo pretendían quitar de en medio a un rival molesto en los negocios. Casi siempre se trataba de los Veronesi, una familia mafiosa, terminaría por conocerlos y hasta tuvo una especie de romance con el sobrino del capo, pero frente a la ventana del piso de Praga solo sabía que Elio se disponía a matar a un hombre y que no terminaba de digerirlo. Los preparativos le resultaron familiares, no diferían mucho de los que ensayaba con Elio en la nave cuando practicaban el tiro al blanco, y los maniquíes de goma sobre los que disparaban cobraban ahora todo su significado. Pasaron las siguientes horas en espera, Elio no insistió en tratar de justificar lo que hacía y trató de llevar la conversación como si estuvieran una tarde cualquiera en el salón de casa, era ella la que trataba de encontrar excusas en su mente para que su mundo no se derrumbara. Sin duda un sádico que torturaba y mataba mujeres se merecía la muerte, esa clase de gente no se reformaba, le preguntó a Elio si después de todo no iban a cambiar un lobo por otro y este le respondió que solo en el sentido de que seguirían vendiendo su cuerpo, pero que quien le había contratado enfocaba aquello como un negocio y no le gustaba maltratar la mercancía, que estarían mucho mejor bajo su protección. No insistió, por mucho que tratase de buscar razones no iba a encontrar un sentido moral a que él fuera un asesino a sueldo, se veía incapaz de denunciarlo después de todo lo que había hecho por ella y asumió que tras hacerla partícipe de su secreto no iba a dejarla marchar, se trataba de una política de hechos consumados que tendría que asumir hasta que decidiese que rumbo tomar, si es que encontraba fuerzas para asumir una decisión contraria a las intenciones de su mentor.
    En el transcurso de la tarde Elio la hizo mirar varias veces por la mira telescópica, que enfocaba un portal de la otra orilla. De alguna manera la distancia restaba dramatismo al hecho, no existiría conversación por medio con el objetivo ni tensión en el momento de abatirlo, al cabo parecería como uno de esos disparos efectuados en la pantalla de un videojuego, incluso menos emocionante. O así trato de interpretarlo para poder digerirlo. Y en cierta forma así fue, a las ocho de la tarde Elio tomó posición y no separó el ojo de la mira telescópica hasta media hora después, cuando su dedo apretó el gatillo. El ruido del disparo fue amortiguado eficazmente por el silenciador, a ella le recordó el restallido de un látigo, algo muy diferente al estruendo de un disparo libre. La habitación estaba a oscuras, no había manera que desde el lugar en que había caído batido el objetivo pudieran distinguir nada. Elio la hizo observar por la mira telescópica, el cuerpo apenas era visible porque los viandantes se iban acumulando a su alrededor, ni siquiera se apreciaba que hubiera una mancha de sangre a causa de la herida abierta por la bala, la lente establecía una especie de ajenidad con la escena colocándolos en una especie de realidad diferente, como si lo que estuviesen contemplando fuera una película. Elio la apartó del fusil y precedió a desmontarlo, apenas pronunciaría palabras hasta que volvió a desprenderse de la maleta sumergiéndose en el portal que había junto a la tienda de antigüedades, cerrada ya para el público. Luego se dirigieron a un restaurante donde tenían mesa reservada, sin duda Elio la había elegido pues estaba alejada de las otras mesas, lejos de oídos indiscretos. Fue en esa mesa donde defendió su modo de vida y trazó las líneas para embarcarla a ella en aquella faceta de su vida.



martes, 8 de octubre de 2013

11 Sangre de alas rotas. Antecedentes.




     Prologo
    Bueno, parece que Septiembre vino un poco perezoso, acaso como resaca del verano. Con el otoño entrando la actividad se despierta, nuevos bríos y ganas de darle a la pluma. De terminar la novela también que va por el capítulo 34. Lo que va saliendo aquí proviene de una primera corrección e incluye las entradas de Zaza, que volverá a salir en el próximo. El título sigue siendo una duda, puede que termine tomando el original, el de la Hermandad, pero eso ahora no es importante. 

     Antecedentes
    Houari
    Rumbo a la tierra de sus antepasados, el Califato de Córdoba. La historia había pasado de generación en generación. Su antepasado, Muhammad Ibn Malik, sobrino del sabio Muhammad Ibn Massarra y lugarteniente de Almanzor, tuvo el privilegio de pasear por las calles de Medina Azahara, la de la flor del azahar, la resplandeciente, la ciudad más bella de Occidente, ubicada en las faldas de Sierra Morena y destruida años más tarde por el islamismo ultraortodoxo de los almohades. La muerte de Almanzor ocasionó una guerra que enfrentó a sus partidarios y a los del califa, un conflicto que terminaría con el esplendor del Califato de Córdoba y su conversión en los reinos de taifas que formaron Al-Ándalus. Muhammad Ibn Massarra compartió sus últimos años con los sabios de la Hermandad en la Sierra de Cazorla y arrastró consigo a su sobrino para alejarlo de la fratricida “fitna”, la guerra civil. Allí pasó a engrosar las selectas filas de los Assassins, misión continuada por su primogénito y por cada uno de los primogénitos de sus descendientes.
    Obligado por su obediencia a la Hermandad, su antepasado se vio obligado a contemplar desde la lejanía la destrucción de Medina Azahara sin poder mover un músculo para impedirlo. Esta aberración ultra ortodoxa de los almohades despertaría en él un odio pertinaz hacia cualquier forma de fundamentalismo que inculcaría a sus descendientes. Hasta Houari había llegado en forma de escepticismo, no tenía fe y renegaba de la religión, no solo del islam sino de cualquier otra. Aunque se abstenía de manifestarlo para evitar fisuras en la estructura de los Assassins.
    Ahora volaba junto a la bella Aicha hacia Madrid para neutralizar los desmanes de Bermúdez, un individuo sin duda peligroso. La relación que había comenzado con Aicha le preocupaba. Al principio solo había sido sexo, pero con cada encuentro se fortalecía el vínculo entre ambos   y  su corazón empezaba a vibrar cada vez que la contemplaba. ¿Se estaría enamorando? Tendría gracia, ahora que ella había sido elegida para formar parte del Cónclave. Sintió como ella apretaba su mano en mitad de su sueño, también ella sentía algo. Por momentos soñó que huían hacia algún lugar lejano, lejos de la influencia de la Hermandad, que comenzaban una vida nueva lejos de Roth y de los miembros del Cónclave, lejos del Consejo, una vida como el común de los mortales. Pero a que engañarse, era una anhelo que no podrían cumplir, ni su responsabilidad ni la de ella lo permitiría, estaban abocados a su destino. Su relación, si prosperaba, no necesitaba de la clandestinidad, pero estaría supeditada a las obligaciones marcadas por sus respectivos puestos dentro de la Hermandad.
    Afortunadamente en esta ocasión era un destino compartido, la noche anterior estuvieron hablando tras hacer el amor y le sacó la promesa de pasar unos días juntos al término de la misión, para conocer el antiguo enclave de la Hermandad en la Sierra de Cazorla y visitar Córdoba y los restos de Medina Azahara, la tierra de sus antepasados. Como si la misión fuera tibia y no fuesen a arriesgar sus vidas. Al menos él, que tendría que enfrentarse a Bermúdez. No podían dejar que cayera en manos de la policía española y que relevase lo que sabía de la Hermandad, aunque fuera poco según Roth. ¿Y cómo fiarse del Director de Seguridad? Era su jefe y le conocía bien, había contratado al sicario al margen de los Assassins y sin consultárselo, era ladino y no podían estar seguros de que dijera la verdad.
    La inminencia de la batalla caldeó su sangre y despertó sus instintos. Se encendió al sentirla tan cerca. Ocupaban dos asientos en primera clase, el único pasajero que podía verlos dormitaba plácidamente. Deslizó su mano bajo la falda de Aicha y acarició su pierna, ella espabiló de su duermevela y lo atrajo con su mano derecha a un beso. No se sentía cómoda ante la probabilidad de que despertara el pasajero que se hallaba en su visual y retiró la mano que avanzaba por su pierna. La fantasía de los lavabos no era posible porque había estado en ellos y el olor era desagradable, tendrían que esperar al hotel.
    Bermúdez
    Se despertó a las cinco de la tarde, se duchó y luego preparó un par de huevos fritos con beicon para matar el apetito. Roth le había llamado, el envío no llegaría hasta el día siguiente. Seguramente que en el mismo avión que viajaban Aicha y Houari, el jefe de los Assassins. Roth quería que lo matara. Protestó, ese no era el trato, pero subió la oferta económica y le explicó que la misión de Houari era eliminarlo a él, así que se tendría que defender. Bueno, también podía mandarlos a todos a freír monas y desaparecer de la escena. Y posiblemente eso es lo que habría hecho de no ser por Daniela, no pensaba renunciar a ella ahora que la había descubierto.
    Roth le había facilitado la dirección del hotel donde se iba a albergar la pareja, por esa parte nada que hacer hasta el día siguiente cuando llegaran. Junto a la documentación y el dinero le enviaba fotografías para que pudiera reconocerlo, aunque si venía acompañado de Aicha no tendría mayor problema, a ella la conocía. Sin nada específico que hacer decidió continuar la vigilancia, no faltaba mucho para la hora del cierre cuando llegó a las proximidades de la pastelería. Tomó precauciones, por supuesto, no se fiaba un pelo del detective y para nada le apetecía ser el cazador cazado. A la salida la siguió muy de lejos,  así fue como descubrió que la habían puesto protección. Un tipo enjuto y menudo seguía sus pasos y miraba de un lado para otro como si buscara a alguien, supuso que a él. Bueno, sabía dónde vivía ella, no necesitaba apresurarse. El plan se le ocurrió sobre la marcha, como un fogonazo en su mente, pararía el vehículo en plena calle y la arrastraría al interior, el sabueso que el detective había colocado tras ella quedaría lejos para poder hacer nada, solo necesitaba un par de matrículas de repuesto. Pero le faltaba un conductor. No le vendría mal un poco de ayuda para secuestrar a Daniela y terminar con el Assassin, según Roth el tal Houari era de cuidado. Necesitaba a alguien con experiencia y sabía dónde encontrarlo.
    Seguramente no se alegraría de verle, ni siquiera de oír su voz, ahora era un individuo respetable, un miembro apreciado entre su comunidad. Pero colaboraría para mantener en secreto su verdadera identidad, estaba buscado por crímenes de guerra. Tendría que pedirle más dinero a Roth, si tan solo le ofrecía el silencio podría salir mal parado, ni siquiera sabía si alguno de sus antiguos compinches le acompañaba. Tenía a su favor que le había ayudado a construir su nueva identidad. Marcó el número de teléfono.
    Originario de las Antillas Neerlandesas había nacido en la isla de Curazao, en la ciudad de Willemstad. Se trasladó a Holanda en la adolescencia y desempeñó varios oficios hasta que contratado por una sociedad belga se trasladó como capataz a las minas de coltan en el Congo. Era negro, lo que le permitió escalar puestos en la guerrilla cuando ambos se apuntaron a ella. No tenía un monstruo que alimentar, su afán era solo de riqueza. Y no dudó en emplear la violencia para obtenerla, el grupo que comandaba se desentendió de la guerra y se dedicó a recaudar fondos sin importarle los métodos empleados, un rastro de sangre y muerte quedaba tras sus pasos. Posiblemente sus víctimas no fueran mayores en número que las de otros grupos guerrilleros, incluso es posible que menos, pero tocaron intereses de compañías occidentales y se convirtieron en chivos expiatorios. Le concedieron el estatus de criminal de guerra y tuvo que huir de la zona porque no contaba con el apoyo de los naturales. Con dinero en el bolsillo se consiguen muchas cosas y recurrió a Bermúdez que le introdujo en la comunidad holandesa a través de un negocio de hostelería en el que figuraba un testaferro. Y le había ido bastante bien, el negocio justificaba su alto nivel de vida.
    — ¿Vladimir? —por su nombre cualquiera hubiera jurado que era ruso.
    — ¿Bermúdez? —le había reconocido.
    —Sí.
    — ¿Qué quieres?
    —Necesito hablar contigo.
    —Pásate por el local, en una hora o así estaré por allí.
    Se comió unas croquetas de carne y unas bolitas rellenas mientras esperaba. Una mano grande y negra se posó sobre su hombro a modo de saludo. Venía acompañado de una morena despampanante de rasgos latinos a la que mandó hacia la barra.
    —Ni la mires —fue el saludo de Vladimir, que conocía las aficiones del monstruo, antes de sentarse.
    — ¿Brasileña? —inquirió Bermúdez.
    —De padres colombianos, pero nacida en mi isla. Nos casamos el año pasado.
    —No sé yo si está hecha la miel para el burro.
    —No me jodas, Bermúdez, que perdí en el casino y no estoy de humor.
    — ¿El casino? ¿Te gusta dilapidar el dinero? Es una pena, costó muchas vidas.
    Los oscuros ojos de Vladimir se encogieron.
    — ¿Qué es lo que quieres? —más que una pregunta pareció una amenaza.
    —Solo un poco de diversión, como en los viejos tiempos. Necesito tu ayuda. Buena paga.
    Vladimir se removió en el asiento, incómodo. No eran buenos tiempos para los negocios y los fondos traídos del Congo iban mermando.
    — ¿En dónde? —cruzar cualquier aduana le suponía un peligro.
    —Aquí, en Madrid, cargarse un árabe y ayudarme a capturar a una nena.
    — ¿Una nena para ti? ¿Estás loco? Esto no es la selva.
    Vladimir llevaba razón, pero el monstruo no iba a conformarse. Decidió mentirle.
    —No es lo que piensas, el secuestro es para presionar y solo me ayudarás a capturarla, del resto me encargó yo.
    —Y te llevas la parte del león —seguía gobernado por la avaricia.
    —Dije que necesitaba ayuda, no un socio. Te aseguro que merece la pena.
    — ¿De qué cantidad estamos hablando?

jueves, 19 de septiembre de 2013

10 Sangre de alas rotas. Estrategia

   

 Prólogo
    Aquí llega el capítulo diez. En tusrelatos la Hermandad va por el 26, en mis archivos estoy con el 33 y ya queda poco para concluir la aventura. No sé si sacaré más capítulos en tr porque saldrá en ebook y me dicen que deje el final pendiente. Pendiente de pillar el ebook, supongo. Pero no sé si eso me termina de convencer, no llevo muy bien eso del marketing.




    Estrategia
    Roth
    Examinó el tablero de ajedrez, acudía a él para inspirarse y necesitaba un gambito, en su sentido más estricto. La palabra fue aplicada para aperturas por el sacerdote español Ruy López de Segura, extrayéndola de la expresión italiana “dare il gambetto”, que equivalía a poner una trampa. Más que una trampa lo que necesitaba era una zancadilla. “Dare il gambetto” provenía de “gamba”, pierna, y del verbo “gambettare”, hacer la zancadilla, precisamente lo que pretendía para que Aicha tropezara. La última reunión entre ambos había sido tensa y desagradable, ella le había acusado de inepto al recurrir a Bermúdez. Y lo cierto era que no le faltaba razón, el español se había precipitado al ejecutar a dos empleados de una mensajería sin cerciorarse primero de si el rastro de Aguirreche constaba en alguna otra parte de la empresa, dos muertes vanas puesto que el detective localizó la dirección de Almendros. Y por si fuera poco el consejero Oliveira le acababa de informar de la petición de Almendros para esclarecer la muerte de Carbonell. Los hados se confabulaban en su contra y todo por culpa de la incompetencia de Bermúdez, o por su apetito sangriento.
    Tampoco le dejaban muchas opciones, Aicha emprendía viaje a España acompañada de su jefe de Assassins, Houari, para tratar de paliar el desaguisado cometido por Bermúdez. Si Houari le fuera leal habría podido contar con él para neutralizar a Aicha, pero no lo era, aunque obedecía sus órdenes jamás haría algo que fuera contra los preceptos de su orden, y la obediencia debida a la Mayor estaba por encima de la debida al Jefe de Seguridad, por mucho que fuera su inmediato superior. Todo apuntaba a su defenestración política sino ponía algún tipo de remedio. No le preocupaba mucho por él, que bien ganado se tenía un puesto relajado en la intendencia, pero creía firmemente en el destino de la Hermandad y esta atravesaba momentos decisivos, no solo por la futura ubicación de la sede, también por los proyectos en los que se hallaba inmersa, todos de una relevancia excepcional. Y en ese contexto se necesitaba a alguien con experiencia política y una visión realista del entorno. Aicha era demasiado idealista para resultar efectiva, nunca fue la persona que él hubiera elegido para substituirle en el cargo de Mayor, pero hasta ahora había seguido sus consejos. Tras la reunión mantenida su influencia sobre ella se podía dar por perdida, necesitaba un revulsivo.
    Movió las piezas del tablero buscando el gambito de dama, pero no era un peón lo que deseaba sacrificar, era más bien un caballero, ahora lo podía ver claro. Necesitaba un jefe de Assassins que estuviera incondicionalmente de su parte y Houari no lo estaba. Tendría que tantear en busca de uno, le correspondía al Consejo elegirlo en caso de que algo le ocurriera a Haouri, pero aún tenía la suficiente influencia como para que saliera elegido su candidato. Aicha, tan idealista ella, no se inmiscuiría en la decisión. El tema de los pasaportes estaba a punto de resolverse y cuando eso ocurriese podría utilizar todos los recursos de los Assassins.
    Utilizaría a Bermúdez para deshacerse de Houari, una perdida lamentable en el transcurso de su misión, que asustara a Aicha de paso, después acudiría él acompañado por un contingente de Assassins, “salvaría” a la Mayor y eliminaría a Bermúdez. Un plan perfecto si era capaz de controlar al español y conseguía que se ciñera a sus instrucciones. Si era necesario se presentaría de incognito en España para que nada fallase. Lo sentía por Houari, destinado a convertirse en daño colateral de la causa de la Hermandad, pero su sacrificio era necesario. Colocó su caballo amenazando a la dama. Jaque mate en cuatro jugadas. Luego comenzó a estudiar los expedientes de los Assassins en busca de su candidato.

    Peña
    Estuve a punto de abroncar a Melani, la calefacción estaba a tope y hacía calor como para quitarse la ropa. Ella siempre iba muy fresquita, todo sea dicho, y a mí me parecía estupendo, sus escotes generosos y sus faldas cortas eran un recurso que empleaba a menudo durante mis conversaciones con los clientes. La llamaba con algún pretexto al despacho y lograba que disminuyera un enfado o que aceptasen sin regatear mi minuta. Por eso no la regañé, pero le hice una seña para que cortara la conversación con su novio de turno, tenía la costumbre de usarlos durante un tiempo y luego desecharlos como si fueran kleenex. Se despidió.
    —Ya era hora de que se te viera el pelo —dijo tras colgar el teléfono.
    —Encima de que me esfuerzo para poder pagarte el sueldo... De desagradecidos está el mundo lleno.
    —No es por no agradecértelo, pero luego Daniela me clavaría las uñas y me echaría a perder la linda carita que tengo —cuando estábamos solos me vacilaba, Daniela y ella eran buenas amigas.
    — ¿Dónde está Paco?
    —Le  mandé a comprar papel para la impresora. La verdad es ya hace un rato, se habrá entretenido.
    —Dale un toque, le necesito.
    Tardó diez minutos en llegar, mientras me tomaba un café y echaba un vistazo en geogle maps para localizar a que altura de la calle Ferraz estaba el despacho de abogados.
    — ¿Se puede? —asomó la cabeza por la puerta.
    —Siempre se puede si no hay clientes, te lo tengo dicho.
    —Es la costumbre, jefe, así me lo enseñaron. ¿Qué tengo que hacer?
    —Vas a coger el Saxo y te acercas a donde Daniela. Busca un aparcamiento desde el que divises la entrada a la pastelería, que Melani te dé para el parquímetro —le tendí el retrato robot que habían confeccionado en la UDEF—. Si ves aparecer a este tipo por allí me llamas inmediatamente. Sigue a Daniela cada vez que salga, desde lejos, el trayecto a casa lo hace andando.
    — ¿Y si no va a casa?
    —A donde vaya la sigues, siempre conservando la distancia suficiente para que puedas apreciar si alguien la vigila. En la foto está tal como yo lo vi, pero puede haber cambiado su aspecto. Ni se te ocurra interceptarlo si lo ves, solo avísame. Yo llamaré a Daniela para que no se extrañe si por algún motivo te ve desde lejos. Y sobre todo no se te ocurra acercarte a este tipo, si acaso ves que se te aproxima te metes en un bar o en cualquier tienda y me llamas.
    —Pero si a mí no me conoce.
    —Aun así. No sé si sigue a Daniela, y si lo hace ignoro desde que distancia, así que puede que se dé cuenta de que la estás siguiendo. Ten las antenas alzadas en todo momento, no te despistes que es un tipo peligroso. Lo más seguro es que no aparezca, pero por si acaso. Al menor atisbo telefonazo, y si por lo que sea se acerca a ella la avisas a gritos en medio de la calle. ¿Está claro?
    —Como el agua, jefe.
    —Pues andando, no te demores. El móvil operativo en todo momento.
    Se me pasó por la mente dejarle un arma, la muerte de Willy aún martilleaba en mi memoria, pero finalmente lo deseché, me haría cargo de la vigilancia en cuanto visitase a los abogados y si algún motivo me lo impedía recabaría la ayuda de Muñoz-Seca.
    Llamé a Daniela y la puse al tanto, dudó que el asesino se interesase por ella pero me prometió que estaría alerta. Luego me despedí de Melani y salí en busca del Golf.
    Silva Abogados tenían su despacho próximo a la sede de los socialistas, en un  edificio antiguo  y  remodelado. Suelos de parqué y mobiliario funcional de tonos cálidos, nada que ver con Ikea,  paredes en tonos ocres y terminación en estuco, las lámparas de diseño. Se podían respirar los buenos clientes, de esos que se dejan la pasta. Me presenté a la señorita de la recepción, mucho más seria en el atuendo que mi Melani aunque igual de simpática. Reconozco que me sorprendió la celeridad con que fui recibido, es más, antes de entrar tenía mis serias dudas de que me atendieran, por eso de la discreción profesional.
    Luis Silva aparentaba cuarenta y tantos, traje de Tucci y la amabilidad pintada en un rostro moreno de ojos azules.
    —Tome asiento, señor Peña, le estábamos esperando.
    Intenté poner cara de sorpresa.
    —Pues no esperaba que me esperasen, espero que la espera no haya sido larga.
    Cuando cayó en el juego de palabras sonrió. Tomé asiento en un mullido sillón de cuero rojo.
    —Nos avisó nuestro cliente de que se presentaría.
    — ¿Horacio Almendros? —inquirí.
    Entonces asomó su rictus de lobo viejo.
    —No exactamente, no tenemos el gusto de conocer al señor Almendros, aunque representamos sus intereses. Nuestro cliente es su representante, una firma de abogados bonaerense, con ellos tratamos todos los asuntos.
    Más cortafuegos.
    — ¿Saben que tratando de borrar su rastro se han cometido dos asesinatos?
    La posibilidad de que algo así se relacionara con su bufete asomó en la incomodidad de su rostro.
    —Pues no sabía nada al respecto, pero la nuestra es una firma solvente y puedo asegurarle que nada tiene que ver con asesinatos. Parece que en todo este asunto hay alguien implicado ajeno a mi cliente y para que no haya dudas al respecto envían a uno de sus socios con la intención de brindar con su colaboración la mayor transparencia posible. Me pidió que la llamara en cuanto usted apareciera, espere un momento —marcó en el inalámbrico— ¿Susana, tenemos esa conexión?
    Se abrió una puerta lateral del despacho y apareció por ella una secretaria.
    —La videoconferencia está lista —dijo.
    Silva me invitó a pasar a la sala y a tomar asiento en una mesa ubicada frente a una enorme pantalla en la que aparecía un hermoso rostro femenino, después nos dejó solos.
    —Un placer saludarle, señor Peña —me saludó la imagen de la pantalla—. Me llamo Aicha Lafitte y espero conocerle en breve. En unas horas tomaré un vuelo que me llevará hasta Madrid.
    Me parecieron rasgos árabes los de su rostro moreno, su apellido era francés, acaso argelino, pero también podían ser rasgos latinos. Guapa según cualquier canon pero con una férrea determinación en su mirada, se le notaba el carácter.
    —También lo es para mí —contesté, suponiendo que ella también me estaba contemplando—. Estoy deseando escuchar todo lo que tenga que contarme, tenemos por aquí dos asesinatos relacionados con la desaparición de Aguirreche y con el señor Almendros. Y una muerte en Granada, la del profesor Carbonell, que tampoco tenemos clara.
    —Estoy al tanto, señor Peña, disponemos de nuestro propio servicio de información. Pero nada tenemos que ver con ello. Sí que existe la posibilidad de que un sujeto perturbado haya malinterpretado las instrucciones recibidas por alguien próximo a nuestro cliente y por eso viajo hasta Madrid, para colaborar en todo lo posible y esclarecer los hechos. Deje su número de teléfono en el despacho de Silva, le llamaré en cuanto llegue. Y ahora, si me disculpa, tengo que preparar las maletas para el viaje. Hasta pronto, señor Peña.
    La conexión se cortó dejando un fondo azulado en la pantalla. No me había dejado opción a interrogarla pero salí del bufete satisfecho, había conseguido bastante más de lo que esperaba antes de entrar. Telefoneé a Muñoz-Seca y le informé de todo, de paso le sugerí que hiciera averiguaciones sobre Aicha Lafitte, para ver si era trigo limpio. Ningún resultado en la caza del presunto asesino, como él le llamaba, para mí de presunto no tenía nada, era culpable sin duda alguna.
    Próxima parada en el puesto de vigilancia de Paco. Lo encontré atento a la entrada de la pastelería, pero antes de acercarme hasta él peiné la zona y me aseguré de que el asesino no estuviera por las inmediaciones.
    — ¿Cómo va todo?
    —Tranquilo, jefe. No he visto a nadie parecido al de la foto.
    Faltaban poco para las dos, la hora de cierre. Comería con Daniela y le daría tiempo libre a Paco para que se tomara un menú en algún bar cercano.