sábado, 7 de noviembre de 2009

despertar


Hielos al amanecer
sobre la noche callada,
vinieronme a estremecer
con su cuchilla afilada.
Escarcha que ralentiza
el devenir de mis horas,
frágil y quebradiza
en su presencia invasora.
Reniego de su frialdad
y recurro a tu tibieza,
que despertar en mis besos
nunca te supo a pereza.
Trémula en mis caricias
tu pasión va despertando
y en la yema de mis dedos
tu piel se va alborozando.
Me deslizo por tu valle
y asciendo hasta tus cimas,
mi boca se pierde en tu talle
tus caderas se aproximan
ofreciéndome sus mieles
como manjar de ambrosía,
mis labios hechos acordes
buscando tu melodía.
El tiempo se va deslizando
sobre gemidos gozosos,
y los vamos alcanzando
en espasmos lujuriosos.
Después, retozas risueña
sobre el rebujo de almohadas
y sabiéndote mi dueña
me mandas a hacer tostadas

domingo, 1 de noviembre de 2009

Y aunque solo fuera un sueño


Y aunque solo fuera un sueño
de caricias tentadoras
pronto se hizo mi dueño
endulzandome las horas.
Esa mirada escondida
abriendose como una rosa,
tanto tiempo suspendida
y que sentí tan hermosa.
No hacían falta las palabras,
que me hablaba su mirada
ahuyentando mis zozobras
con su sonrisa encantada.
Vulnerables, ofrecimos
esperanza a la mañana
y entre besos, sucumbimos
a una lujuria temprana.
Fuimos mar y fuimos tierra
fundidos en la pasión
con la renuncia que encierra
desvelar una emoción.
El tiempo pasaba fugaz
desgranando la quimera,
sin máscaras ni antifaz,
bebiendonos la noche entera.
Senderos enardecidos
sobre la piel estasiada
de cuerpos estremecidos
y bocas apasionadas.
Quedamos en la memoria,
grabados en cuerpo y alma,
sabor de mieles y gloria
incendiandonos la calma.
Y aunque solo fuera un sueño
de caricias tentadoras
pronto se hizo mi dueño
endulzandome las horas.

sábado, 10 de octubre de 2009

Vértice


1

Cae una lluvia pertinaz, monótona. La ciudad se ha puesto su traje de otoño y durante los últimos diez días el agua se ha derramado sobre sus calles, incesante, cotidiana. Ricardo contempla el escaparate desde la acera de enfrente, protegido por un paraguas negro y abrigado con una chupa de cuero. A su espalda, una tasca de reducidas dimensiones alberga una nutrida clientela en la languidez de la tarde. Desde un ventanal abierto al exterior sirven, para los que van con prisa, bocadillos de calamares, perritos calientes y bebidas en latas, exhalando por la abertura bocanadas de vapor y humo que se deslizan provocadoras hasta el olfato de los viandantes para tentarlos con sus aromas de frituras. El luminoso de neón que corona la marquesina refleja su luz azulada sobre los charcos que se forman en las depresiones del asfalto. Es una calle transitada, de una sola dirección y un único carril para los vehículos, con pivotes para impedir el aparcamiento.
Pero toda la atención de Ricardo se centra en el escaparate, donde se exhiben con evidente armonía artículos de papelería y los ejemplares que más tirón de venta tienen. Conoce el interior, un amplio local con dos mostradores de cristal, estanterías y expositores de libros. Dos jóvenes veinteañeras atienden al público. Hasta ahí todo normal. La magia comienza en un estrecho pasillo que conduce a un desahogado y acogedor salón. Siempre que ha cruzado el pasillo, Ricardo ha rememorado aquel otro del colegió Gredos que separaba el edificio antiguo del nuevo, un mundo de entarimados resonantes y pupitres con cajoneras, de maderas desgastadas, de olores viejos, unido mediante un pasillo y un par de tramos de escalones sobre los que retumbaban las pisadas, y por donde apenas cabía una persona, a la aséptica estética de las tarimas de albañilería y los pupitres de conglomerado forrado de formica. Y la misma sensación embriagadora con la que accedía al edificio viejo le embarga cada vez que atraviesa el pasillo que conduce al amplio salón que alberga una cautivadora biblioteca forrando sus paredes, con una pequeña barra en el centro donde se puede uno servir café o té, y mesas a su alrededor para sentarse a leer o conversar sosegadamente. Este no es un espacio público, sino un universo privado al que Lola, la propietaria, invita a algunos de sus clientes.
Así comenzó todo, con una invitación y el destino elevando sus apuestas. Una adicción común, los libros que cobran vida más allá de la lectura, tejiendo una tela de araña a su alrededor, serpenteando entre sus emociones. Sonrisas de agua clara y miradas que se fueron tiñendo de deseo con el paso de las horas, creciendo en cada encuentro. Ambos tenían pareja y una relación desangelada, aunque no quisieron buscar culpables en la pátina de indiferencia con que la rutina había cubierto sus días. No hicieron nada por buscarlo, pero tampoco por evitarlo. Simplemente, se dejaron llevar. Y sucedió. No hicieron falta ojos lunares ni cuerpos sensuales para quedar atrapados en la red de la complicidad y el deseo, en el ansia por volverse a ver, les bastó saberse al uno pendiente del otro, deseados, compartiendo momentos mágicos que solo existían para ellos. Todo estalló en la pasión de un beso. Aquel fuego de sus labios, de sus bocas, arrastró tras de si a sus manos y sus cuerpos.
Comenzaron a mirar las horas, que pasaran rápido hasta el próximo encuentro, que el reloj volara para renovar la vorágine del deseo. Luego vinieron los sueños, de felicidad compartida en un futuro incierto. Como no, surgieron las dudas, y los remordimientos. Quien le pone el cascabel al gato de la vida. Soñaron entre beso y beso, entre gemidos extasiados en el sendero desesperado que recorrían sus cuerpos. Alguno debía dar el primer paso.
Ricardo contempla el escaparate, decidido. Fue él el que lo dio. Susana se ha quedado en casa, llorando. Tampoco esperaba que fuera fácil, pero no piensa volverse atrás. Una discusión empapada de llanto. No se reconoce en ese ser que tan fríamente ha reaccionado a los porques de Susana, a sus súplicas para concederse, ambos, una oportunidad de rectificar. Pero su amor ya no mora en la que hasta ahora ha sido su casa, sino tras el escaparate, al otro lado de la calle. Hubiese querido consolarla, o al menos hacerla entender que una vez apagada la llama, no se vuelve a encender. ¿O sería posible? Un mar de confusiones por el que navega, obstinado en alcanzar su destino. Ya esta hecho, no hay más. No debe de haberlo. Y se decide a cruzar.

2

Cachito pide una segunda copa de ginebra. Que absurdo, beber ginebra. ¿Cuánto hace que no la toma? Años. Muchos, desde cuando era jefe de equipo en un bibliobús en el que vendía una obra sobre relaciones sexuales que constaba de cuatro tomos. Una birria de obra, que no aclaraba nada, con cuatro páginas marcadas para enseñar a la gente y poder engancharla. Solo los enunciados, claro, porque mucho ruido y pocas nueces. Se tomaba las copas de ginebra para darse ánimos y poder sonreír mientras le comía el coco al personal. Paraban a la gente que pasaba por la calle y las subían al bibliobús, donde había mesitas ancladas al suelo con un asiento a cada lado para poder enseñar la obra. Enciclopedia, la llamaban, vaya broma. El solo paraba chicas, porque los tíos eran más atrevidos y algún sabidillo le había puesto en un compromiso haciéndole preguntas que no sabía responder. Las chicas eran más cortadas, y no solían hacer gala de sus conocimientos sexuales. O compraban o no compraban.
Pero se ligaba, vaya si se ligaba. De vez en cuando alguna se dejaba tirar los tejos. Entonces no tenía un duro y no se podía permitir el lujo de pagar un hotel, ni siquiera tenía coche, así que el bibliobús era un sitio ideal, cerraba las cortinillas y a darle al asunto. Como era el jefe de equipo era él el que tenía la llave, y cuando los otros se marchaban, era todo suyo. Una vez se lo montó junto a Fernando, otro jefe de equipo, con la mujer de un compañero, Rubén. No estaban casados, pero vivían juntos y tenían un niño. Muertita de hambre la tenia a la pobre chica, y eso que estaba como un quesito, pero él le daba a los porros y debía tenerla floja. Ella quiso repetir, pero se la endilgó a Fernando, porque no quería meterse en líos con Rubén.
Ya estaba casado por entonces con Daniela, así que solo se liaba con las que lo tenían clarito, un polvo o dos y que te vaya bien. En mala hora se acercó el novio de su cuñada aquel mediodía a verlo. Estaban las cortinas echadas, pero escuchó ruido dentro y asomándose entre los resquicios le pilló comiéndose los pechos en forma de pera de Laura, aquella rubita tan cachonda que decía que su novio era guardia civil. Vaya usted a saber si sería cierto. Pues le falto tiempo al muy mamón para ir y rajárselo a Daniela. Fue la primera bronca gorda que tuvieron. Pero le perdonó. Lo amaba, y él amaba a Daniela. Solo que no se sabía contener cuando le rondaba una chica cerca.
Pues desde entonces no había bebido ginebra. Cerveza si, y güisqui con agua, pero no ginebra. Pobre Daniela, si en el fondo lleva razón, siempre ha sido un bala perdida. Pero no se imagina vivir sin ella, ni sin los niños. Si no lo hubiese pillado en tantos renuncios….Aunque nunca fue ella directamente. La segunda vez fue su suegra. Por entonces trabajaba en el bingo, y Daniela hacía el turno de mañanas y llegaba sobre las cuatro. Se encontró con Paloma, que era la chica por la que su amigo Carlos bebía los vientos. Una morena guapa, con el pelo rizado y dos buenas tetas, normal que a Carlitos se le fuera la olla por ella. El bajó a la calle a comprar algo, no recuerda ya que, y se encontró con Paloma. El caso es que después de charlar un rato la invitó a subir a casa para tomar algo. Lo cierto es que quería hablarle de Carlitos, de que porque no le hacía caso con lo buen chaval que era, y que encima curraba en un banco. Se le había acabado la cerveza, pero tenía vermú, Martíni rojo, y entre charla y charla se echaron sus buenos tragos. Estaba preguntándola porque no hacía caso a Carlos cuando se le echó encima y empezó a morrearlo, y a ver quien dice que no en una situación así, que a nadie le amarga un dulce. Hasta ahí todo se podía haber quedado en agua de borrajas, pero a la tía no se le ocurrió otra cosa que ponerse a fregar los vasos que habían usado en pelotas, y justo en ese momento llegó su suegra, que tenía llave, y la pilló “in fraganti”. Menuda se armó. Pero Daniela, tras un par de meses sin dejar que la tocara, lo volvió a perdonar.
Desde entonces no había vuelto a subir a ninguna chica a su casa. Si le salía algún ligue, en el coche, o a un hotel si andaba bien de guita. Pero no hay dos sin tres. A pesar del cuidado que puso, le volvió a suceder. Esta vez con Marta, la amiga de su mujer. Pasó en el verano, hacía bien poco tiempo. Daniela estaba en casa de su madre con los niños y él se había quedado viendo una peli cuando llegó Marta, de la piscina, que venía toda dolorida porque se había quemado. Que si tenía crema para que le dejara. Mira por ahí, le dijo. La encontró, y ni corta ni perezosa se puso en topless y le pidió que se la untara. Pues masajito por aquí y masajito por allá se calentó la cosa y terminaron dándose un revolcón. Primero gloría y después paz, se suponía que no iba a irse de la lengua. Pero quince días después le entraron los arrepentimientos, o se cabreó con Daniela, y se lo soltó de sopetón.
Y ahora Daniela quiere dejarle, incluso ha ido a ver a una abogada que le está preparando los papeles. Joder, ya no le entra la ginebra como antes, si es que quema. Mucho mejor el güisqui, donde va a parar. Pues no lo permitirá. Con la que está cayendo, seguro que no habrá salido de casa, y los niños están en el chalet de su tía, que no tenían mañana clase y pasó a recogerlos al mediodía para que pasaran allí el finde. Y es que no ha estado fino ninguna de las veces que han hablado. Pero esta vez será distinto. Dos copitas de ginebra, lo justo, no más que luego se pone agresivo y se marcha de casa mosqueado para no escucharla. Esta vez se la camela, vaya que si. Y a ver si deja de llover, con lo guapo que había dejado el coche con esa cera que hace brillar su carrocería en blanco follador. La pena es que como trabaja por el centro tardará media hora en llegar a casa. Pero bueno. Y con un poco de suerte, como estarán solos, es capaz de echarla un kiki, que mira que sigue estando buena la Daniela. Todo es cuestión de trabajárselo. Quizás una última copa debajo de casa, para subir con el puntito.

3

Las dos empleadas ya se han marchado. Ricardo cruza la calle ensimismado, pensando en Lola, en su futuro, juntos, sin percatarse del coche que incorporándose desde una bocacalle avanza a bastante más velocidad de la permitida en la zona. El ruido de la lluvia apaga el del motor del vehículo. Solo cuando le atropella, llega a vislumbrar una cara sorprendida entre el remolino blanco de metal que acaba con su vida.
Cachito frena tarde, demasiado tarde, iba pensando en Daniela y no le ha visto cruzar con la jodida lluvia. Mientras esperan a la ambulancia y a la policía, escucha insultos que salen de la gente. Sabe que tiene un buen marrón por delante. El corazón se le acelera, y el grito de la mujer que sale de la papelería es lo último que escucha antes de desmayarse.

domingo, 27 de septiembre de 2009

A qué más.


Amar. Desear algo del otro. Sus besos, sus sentimientos. Poseerlo. No es una cualidad sublime ni exenta de interés. En realidad es un acto tremendamente egoísta, al querer adueñarse de una parte del otro, haciéndola esclava de nuestros deseos. Una descarga química que nos acelera, que nos busca en el encuentro, llenándonos de anhelo.
Opté por no sufrir el dolor de tu ausencia. Y me paseaba, dichoso, sobre las olas de tu recuerdo. Bebiendo en la sonrisa e tus ojos, en ese brillo verde que revela más de lo que quiere.
Perdiéndome en la entregada acometida de tus besos, que exploran mis sensaciones, derrumban mis recelos y arrasan mis emociones.
Nunca la misma calle. Nunca el mismo pueblo. Nunca el mismo bar. Pero siempre tu impronta, envolviéndolos. Absorbidos por la burbuja mágica de tu presencia, en la que dulcemente me sumerjo y sueño las horas, abrazado a tu conversación.
Miradas y sonrisas entre plato y plato, entre copa y copa, con esa sensación de de bienestar, de instante gozoso. El tiempo pasa a mi lado, y me olvido en ti.
Pasos inequívocos sobre la piedra vieja, diferentes a todos los demás, pasos que horadan un túnel entre el resto, arrastrando nuestra dicha en la agridulce presencia del otro.
Todas me aburren menos una. Se lo dirás a todas. Menos a una. Pero callo, porque no quiero asustarte. No quiero despertar el ruido de tus sentimientos. No quiero que emprendas el vuelo de nuevo.
Contradicciones. Porque el hombre que encontró quiere anclarse en tus labios. El que tanto camina detiene sus pasos y te contempla, desnuda, dormida, sonriente, y no te quiere despertar. Solo fundir esa imagen y hacerla perenne, dejándola tatuada sobre su piel.
Fragor de los cuerpos. Sabiendo lo que buscan y como encontrarlo. Sintiendo después las agujetas del deseo. Siempre en el bolsillo la sonrisa del espasmo. Sin barreras cercenando. Caricias que vienen y van, que suben y bajan, que ceden, que empapan, que se incendian y arrebatan. Explosiones lanzándonos al pozo del éxtasis. A qué más.
Imposible equidistancia. Pero que más da. Atesoro cada uno de los instantes y los enmarco. Sabiendo que podrán arrasarlos. Pero no con todo lo que no se ve. Aquello que escala paredes y calles, caminos y labios, condimentos y lugares. Aquello que escala el deseo y el delirio del placer. Aquello que cuando todo pasa, lo hace permanecer. Lo que no se ve. La sonrisa que tu paso cincela en mí. El brillo de mis ojos cuando pienso en ti. A qué más.

miércoles, 23 de septiembre de 2009

nocturno


Nunca me nacieron versos luminosos, en estas noches oscuras. Aunque alguna vez me la luna me arrebató una sonrisa. Convicciones mezcladas con sueños. No hay sitio para el engaño, eso si. La noche es como un espejo que refleja la verdad desnuda. Por eso sus propósitos son siempre radicales, porque no te deja recovecos en los que refugiarte.
Viejos bosques donde canta la gaita leyendas perdidas en el tiempo, que arrastran embrujos de estrellas titilantes. Arroyos con brillos de plata y azabache. Susurros que se deslizan por la hierba mojada. No hay nadie que colisione el empeño bajo la cúpula miríada.
Solo tú y esta nada preñada de vida. Rebanadas de tiempo detenido prestas a ser devoradas bajo el atento sonido del silencio. Enciendo el corazón y me alimento con su llama, condescendiente la agridulce curva de los labios hacia la mano que intenta aferrar lo que nunca alcanza. Pero no importa, porque en esta hora todo se me permite, la soledad regala licencias con sello de autenticidad. No hay reproches ni fricciones en este soliloquio en el que reverberan las emociones, libre de lastres que te ahoguen.
Puedes mirarte a la cara y reconocer cada una de tus arrugas, el camino de tus risas y tus decepciones, y hasta esa cicatriz torva que dejo un sendero de zarzas deformes, mientras el humo dibuja volutas que se funden con las tinieblas. A veces la música se deforma, desgarrada, recordándote que no hay sinfonía uniforme, pero rauda se presta la flauta para endulzarte con sus acordes, y tras ella, el violín y la guitarra danzan entre las sombras convocando a las criaturas que pueblan esta frontera. Y los cariños, en la frontera me van.
Bailan las brujas alrededor de la hoguera, abrigadas por la frondosa arboleda. En la umbría, un poco más allá, las contemplan las hadas nocturnas. Ambas comparten el fulgor de tus sensaciones. Eres un poco de cal y un poco de arena, pero tú alma se subleva bajo la luna llena.
Y como no, los fantasmas de caricias sublimes hacen presencia. Caricias que arrebataste a los momentos, a las que robaste su esencia mientras se alejaban, trascendiendo el tacto de la piel, que trazan sus líneas en estas horas arcanas, una promesa de sueños conduciéndote hacia el alba.
Lagos argentos bañan las piedras con su estela espejada. Claros y oscuros entre las ramas. Troncos centenarios bosquejados con un pincel de plata, entre los que se deslizan blanquecinos murmullos llenos de esperanza, desdiciendo a ese rictus amargo que aflora siempre a deshoras, esperpento pusilánime que intenta embaucarte el instante.
No hay vacío en este mutismo nocturno, todo lo contrario, el espacio se llena de todas tus voces, horadando los segundos uno a uno, disolviendo tus rémoras, anclándose a las raíces del bosque y esparciéndose como luciérnagas de brillos esmeraldas formando un poema.
Pensaras que hablo de mí, cuando hablo de la noche que me arrastra hacia ti. Y es que cuesta tanto entenderse cuando aúllan las cigarras que necesito beber esta magia noctámbula para plantarme cara, para convencerme de no que hubo espejismo en el desierto, que no fue una quimera sentirme pleno. Que entre tanto llanto surgen las sonrisas, y que la miseria no vence el corazón. Que no necesito dioses que me condenen ni dioses que me perdonen. Ni la falacia de la riqueza para sentirme hombre. Para tener la certeza de que más allá de las diferencias y las distancias, más allá de los sufrimientos y de las decepciones, más allá de la carne herida y del dolor, estas ahí, y como yo, sueñas, y te embriagas con el embrujo de la noche, venciendo ese cansancio que te imponen las vidas yermas, sobrevolando normas y reglas, eludiendo cadenas.
Libres bajo un manto de estrellas. Y en esta noche encantada, liberados de todos esos espectros que son incapaces de existir sin imponer sus condiciones, me abro a ti para respirar el mismo aire. Para endulzarnos la vida con el sabor de un sueño, en el calor de la noche.

domingo, 20 de septiembre de 2009

Cuando llega


Cuando llega, sin ser fuego me quema
y sin lastrarme con cadenas me ata
siendo feroz huracán que desata
mis sentidos en busca de un poema,
más siempre se transforma en un dilema
que al corazón vulnerable delata,
ensueño de pasión que me arrebata
y entre tus besos disuelve el problema.
Hoy nocturno vago bajo la luna
recordando la caricia embrujada
que labra desde tu piel mi fortuna.
Que persigo tu imagen anhelada.
Es cálida presencia que me acuna
y último suspiro sobre mi almohada.

En los albores del siglo veintidos


Espera al borde de la carretera. Le pesa todo el cuerpo, como si alguien hubiera estado sacándole los jugos interiores y apenas tuviera un pellejo sobre sus huesos. La cara le arde. No es extraño, con ese fiero sol rojo flagelándole. Piensa que no estaría mal quedarse inmóvil bajo una sombra, pero está en medio de ninguna parte y le acomete esa desagradable sensación de desarraigo.
En algún lugar, detrás, quedó el fresco bosque donde pasó la noche. Ahora solo le rodean piedras calcinadas por el sol y hierbas malas junto al asfalto, sobre un fondo de amarillos requemados. A veces pasan coches, suspiros que se pierden en el horizonte, difuminándose en la calima que difumina el lejano azul de cabellos dorados.
Ni siquiera se molesta en hacer auto-stop. Quizás en otro momento y en otro lugar, se atreviese. Pero los rostros que vislumbra a través de las lunas de los vehículos se le antojan amenazantes. O cuando menos, desconcertantes. Se supondría que debían ser los conductores los que recelaran de un tipo a pie de carretera, con rostro sin afeitar y aspecto desvencijado.
En algún momento de la mañana, pasaría el jodido autobús. Al menos eso le aseguró el viejo de la gasolinera que dejó atrás. ¿Cuántos kilómetros? ¿Tres? ¿Cinco? Imposible de calcular. Allí debieron poner la parada, no en medio de aquel desierto. Sin una marquesina para protegerse del calor. Con un letrero de latón descolorido por el sol, remachado a un poste oxidado que un día debió ser rojo.
Por fin llega. Nada que ver con los autobuses de la ciudad. Aunque claro, allí no habría podido esperar tres horas junto a la parada. Las bandas de depredadores lo habrían capturado. Echa de menos el revolver, pero tuvo que dejarlo para atravesar la frontera. Se lo dijeron clarito: “Puedes cruzar más adelante, nadie te lo impide, pero a los que encuentran armados no les hacen concesiones. Sin más, donde los encuentran, son ejecutados.” Y vaya si llevaban razón. Encontró a muchos a lo largo del camino, alimento para buitres, con dos tiros descerrajados.
Increíble. Todo el autobús parece crujir. Exhala un lamento como de huesos gastados. Y ni siquiera un sitio libre. Muchos chinos entre los viajeros. Aquí también es patente su numérica superioridad. Recorre los rostros que le rodean y solo encuentra semblantes vacíos. ¿Será el suyo uno más? Parece el tren de la muerte. Está seguro de que se dirigen hacia el mismo lugar. ¿No debería su rostro reflejar algo de esperanza? Debe ser al ambiente. El tórrido calor, sin aire acondicionado, el rancio olor de los cuerpos sudorosos.
Tiene algo de vieja película el momento, de destino perdido en un país exótico donde la civilización no fuera más que una caricia sobre arraigadas costumbres ancestrales. Quizás sea una forma de relax que los recibe, mitigando el desasosiego que los embargó al abandonar la enorme ciudad de los rascacielos. Desamparados ante lo desconocido. Aunque en las caóticas calles en las que nacieron, sobrevivir era una apuesta arriesgada que solía perderse.
El ajetreo que estremece las viejas chapas de la carcasa móvil se detiene. Atisba por las ventanillas, pero aún no ve nada. Aunque el firme de la carretera ha cambiado. Ahora es un asfalto pulcro y cuidado. Deben estar cerca. Busca en el bolsillo de su pantalón el frasco de pastillas. No quiere que pensamientos lúgubres lo acechen, otra dosis para enfrentar su destino.
Percibe el cambio en los rostros de los viajeros. Sigue su mirada y descubre un racimo de edificios blancos en la lejanía. No es como lo había imaginado. Un horizonte aséptico. Y pensar que aquel estado fue en el pasado el universo del juego. Si que había cambiado. Aunque permanecía lo fundamental, la sed de dinero. Se acercan cada vez más.
Piensa en Choni y las niñas. Tendrán su futuro asegurado durante cinco años más. Tiempo suficiente para que sus hijas se conviertan en adolescentes, hacia los doce. Dignas hijas de su madre, serán preciosas. Con un poco de suerte podrán encontrar empleo en uno de los lupanares de lujo para ejecutivos diferenciales, con horario de treinta horas semanales. Vida asegurada durante quince años. Después, si resultan previsoras, alcanzarán los cuarenta. No se puede pedir más. Si no se les cruzan en su camino las bandas de depredadores, una existencia plena.
Pero Choni…..pobrecilla, en mala hora se fijo en él. Más allá de los cinco años que ahora le puede asegurar, será difícil que sobreviva. ¿Se unirá a las bandas de depredadores? ¿O elegirá la muerte dulce? No hay estadística que pueda asegurarlo. La decisión no es previsible, el estrés que produce la proximidad de la muerte hace imposible cualquier vaticinio.
Recuerda el día en que rompió su papeleta de ingreso en el lupanar de lujo. Por amor a él. Con un porvenir de siete años tan solo. Que ciego es el amor.
Por fin llegan. Individuos vestidos con batas blancas de latex los reciben. Buscan sus nombres en las listas y los distribuyen en ordenadas filas. Dicen que el tiempo de espera es lo peor. Aunque el no conoció a nadie que regresara. Su precio, dos piernas, un ojo y un riñón. Las blancas fauces de la ciudad-hospital los aguardan. Le pondrán recambios artificiales. Sin garantías. Casi ninguno dura más allá de tres o cuatro meses, al agotarse la pila. Y hay que tener mucho dinero para poder recargarlas. Lo único que está garantizado es el ingreso del importe de la venta de organos en la cuenta estipulada.
Se conformaría con volver junto a Choni, y terminar con la muerte dulce entre sus brazos. Pero sabe que a la vuelta lo acecharán los tratantes piezas ilegales, para robarle las partes vitales de su cuerpo. Sobre todo el corazón, el hígado y los genitales. Y por supuesto, el otro riñón. Corre el rumor que son secuaces a sueldo de los hospitales. Nadie atraviesa con vida el territorio del estado hospitalario a su regreso, es una sentencia asumida en la ciudad. Y debe ser verdad, porque a ninguno que regresara había conocido.
Aunque la propaganda depredadora asegura que si, que tienen destacamentos rescatando a los que intentan volver para su engrosar sus filas. Pero también aseguran que han tomado una zona de ciudad-jardín de los ejecutivos. Y nadie les cree. Propaganda para la causa de los desahuciados. Sonríe sarcásticamente. No tardará en averiguarlo.
Se abren las puertas automáticas del hospital que le ha sido asignado. Toma el frasco de anfetaminas y se toma una buena dosis. Son inocuas para las operaciones, y se las dieron en la frontera. Alivian la espera hasta el momento de ser dormidos. Ordenadas camillas junto a máscaras de anestesia los esperan. Antes de subir a una de ellas un último recuerdo para Choni y sus hijas, a las que sabe que no volverá a ver. Después, quien sabe, quizás le aguarde la muerte, o la efímera existencia en una banda de depredadores.
Maldice a sus antepasados, que los embromaron con una herencia de climas alterados y superpoblación. Sus últimos pensamientos antes de embozarse la máscara del sueño son para ellas, para el dulce tiempo que las disfrutó, una mar de risas y besos con el que sueña mientras la oscuridad lo va engullendo.

A cada lado del rio


Sobre un racimo de paredes encaladas de blanco hilvanaba sus sueños. Brotando del vacío, en una entelequia imposible suspiraban sus anhelos. Una figura nacida del barro, voluntariosa, trazando cuentos de seda con los que se envolvía en las frías noches de invierno. Aunque su tiempo era la primavera, cuando de la nada sus manos se extendían forjando un universo.
Ingenuamente conmocionado, incapaz de ver sus propias raíces porque volaba extasiado. La savia que desde sus edades surgía con fuerza, coloreando con entusiasmo lo que él, en su ignorancia, pensaba que apenas se trataba de trazos desdibujados.
Entre tantas cartas perdía el rumbo. Daba vueltas y vueltas, eludiendo aquella que le dio el triunfo, cobardemente enlodado, temeroso de afrontar una dicha cierta, envuelto en cadenas que el miedo lastraba, en eslabones que siempre tuvieron abierta la puerta.
Intentaba anclar sus sensaciones a un suelo de calles empedradas, a ciertos monumentos, a un aroma de perfume y a un devenir por imágenes sublimes, engarzado a un marco que irradiaba una luz mágica, pretérito perfecto que intentaba eludir el corazón del que nacieron tan bellas canciones.
Pero las esmeraldas solo fueron fortuitos mecanismos minerales hasta que conoció sus ojos. Tan llenos de vida, tan siderales…..Y la danza de la piel un confuso laberinto que abrasaba sus sentidos en un cruel desatino. Ella invento las caricias, un camino ascendente aislado de todas partes, suspendido en el aire que le daba impulso, en una cima que estallaba quemando todos sus rincones. Tan igual, para transformarse en algo tan diferente, estremeciendo todas las fibras de su ser. Las distintas caricias que descomponían su piel para dar luz a una nueva, capaz de percibir sentimientos insospechados, de tal naturaleza que fue incapaz de hacer otra cosa que replegarse, asustado.
No era una boca diferente. Aunque besaba bien, también lo hacían otras. Pero de ella manaba un fuego bien distinto, que lo arrastraba desde un volcán desconocido, y en su impasible desconcierto sucumbía tembloroso, insaciable, pleno. Pasaba de un mundo a otro y no podía creerlo.
Ella iba y venia, como una burla. Tejiendo y destejiendo. Unos días amanecía estrella y otros guadaña. Lo ascendía hasta el cielo o lo despeñaba. Él no entendía porque, incapaz de ver las rejas que lo rodeaban, los fríos barrotes que engendraba su piel.
Enlazaban sus cuerpos en una sinfonía de pasión, surcando un frenesí de humedades, devorando la miel de sus goces, absorbiéndose el uno al otro, trascendiendo los cuerpos, feraz canibalismo de esencias. El sexo trenzaba un vínculo inmaterial que irrumpía en la química, haciéndolos sin igual. Ella tenía tanto miedo como él. Se aferraban a crudas realidades, temiendo que si se atrevían a volar se quedaran sin alas y se perdieran en un limbo desesperanzado, la última promesa rota. Acostumbrados a tanta aspereza rehuían el manjar después de trepar al árbol.
De cada encuentro nacían poesías sobre las olas, rimas con las que jugaba el viento, palabras mecidas por la luna, sensaciones que abrasaban el fuego, Los dedos que exploraban cada rincón tenían un tacto de sonrisas cómplices, de paseos de voz y misterio que pugnaban por maravillarlos. Cada uno tan especial, tan poderoso… Sentimientos que luchaban por expresarse, a través de la boca, por entre las caricias y los besos, impregnando los silencios, distorsionando el tiempo en un afán por pararlo, congelando esos instantes aferrados a una mirada, a una curva de los labios, a un éxtasis desbordado, a unas manos entrelazadas por la sorpresa de un mito hecho de barro, insuflado de vida por dos corazones desbocados.
El rió fluía vivo, alegrando los barrancos. Inventaron un aroma que no podía desligarlos. Intentaron las distancias, los amoríos, el embrujo de otras fragancias. Espacios yermos en un esfuerzo por ignorarse, por secar la fuente que desde el arroyo los convertía en cauce. Pero nunca pudieron eludir el rito que de tiempo en tiempo los hacia acercarse, consumidos por la fiebre de su desvarío, como imanes impotentes sucumbiendo a su destino. Un hilo invisible atravesaba la corriente tendiendo un puente que les atraía irremediablemente en el devenir de sus pasos por la orilla, desde donde se contemplaban, él y ella, a cada lado del río.

Algunos apuntes sobre África


“Cuando el rey Leopoldo II de Bélgica logra para si la asignación del “Estado Libre del Congo”, en 1885, cuando las potencias europeas de repartieron Africa con fines colonialista en “La conferencia de Berlín”, hizo del país su finca privada. Parte del territorio lo gobernaban minorías tutsis sobre mayorías hutus, y Leopoldo creo una fuerza de mercenarios partiendo de estas minorías, para que obligaran a la población a recolectar caucho. Secuestraban a las familias de los congoleños hasta que cosechaban su cuota de caucho, y en caso de que no la alcanzasen les cortaban las manos. La población vivía en un estado de esclavitud, y durante este periodo de tiempo, que ocupo desde 1885 a 1908, la cruel administración del rey Leopoldo produjo más de diez millones de muertos, prácticamente la mitad de la población del Congo. El primer gran genocidio del siglo veinte. Ante la presión internacional, el parlamento belga le quitó a Leopoldo el control y se hizo cargo de su administración, desarrollando infraestructuras para la explotación de las numerosas riquezas del territorio. La situación cambió, pero, como en el resto del continente, la relación con sus habitantes seguía basándose en un régimen de fuerza.
El asesinato indiscriminado de los africanos, aunque quizás no en esta magnitud, se repitió en otras partes del continente. Las poblaciones Herero, de Namibia, fueron empujadas al desierto por los alemanes, que previamente habían contaminado sus pozos. Se estima que murieron ochenta mil personas en esta acción. Situaciones así se repitieron a lo largo y ancho del continente. Poco valor tenía la vida de estos pueblos, que durante tres siglos habían nutrido al mundo con más cien millones de esclavos.
En reparto de Africa, los europeos no se plantearon la conveniencia de establecer fronteras teniendo en cuenta las relaciones tribales. Simplemente, trazaron líneas rectas o se guiaron por la demarcación que establecían ríos, lagos, y otros límites naturales. Durante la época colonial, y bajo la impronta de la fuerza, se consiguió cierta estabilidad, necesaria para expoliar los recursos naturales del continente. Pero a partir 1960 fue declarada la independencia de casi todos los estados africanos, estableciendo mecanismos que permitieran una relación económica privilegiada de las antiguas colonias. Tras la descolonización, los países colonizadores dejaron de invertir en obras públicas y las infraestructuras fueron deteriorándose. Como las potencias europeas utilizaron las diferencias étnicas para administrar sus territorios, en el caso del Congo, las de hegemonía de los tutsis sobre los hutus, cuando se fueron, estas brotaron con fuerza. La enemistad tribal afloró y los conflictos se generalizaron por todo el Africa, solo que ahora en vez de lanzas se usaban ametralladoras. La fuerza conduce a regimenes dictatoriales, en los que los únicos en enriquecerse son el dictador y sus secuaces, y como consecuencia de esto, la corrupción campa por todas partes.
Pero detrás de estos enfrentamientos existe la mano negra de las potencias extrajeras y de las multinacionales y sus intereses económicos. Rusia, Estados Unidos, China y Sudáfrica se disputan el pastel. En el caso de Sudán, con dos millones de muertos, la ineptitud colonial se hizo patente al unir a dos pueblos, el musulmán del norte y el africano del sur. Antes de la etapa colonial los musulmanes del norte utilizaban a los sudaneses del sur como esclavos, y trataron de mantener su posición de privilegio tras la independencia, de ahí surgió la guerra. La excusa de Bin Laden sirvió a Estados Unidos para apoyar el sur, pero tras el telón se esconde el interés por el petróleo. China, emergente, apoya al norte para acceder a él, y ha concertado un acuerdo con los musulmanes de Jartum, armas e instrucción a cambio de petróleo. Se estima que Sudan puede albergar el diez por ciento de las reservas mundiales. Pero el petróleo está en el sur, por lo que el conflicto esta servido para los próximos años. Manipulando las diferencias étnicas, Estados Unidos y China compitiendo por el acceso al crudo.
En esa parte del mundo un Ak.47 cuesta lo mismo que dos gallinas. ¿Y quien ha llenado Africa de armas? La irresponsabilidad descolonizadora es escandalosa, pero más aún lo es la proliferación de conflictos azuzados por intereses económicos.
Apenas declarada la independencia del Congo, la Unión Minera Belga, que pretendía mantener sus derechos de explotación en las minas de cobre y diamantes de Kananga, financió grupos independentistas que asesinaron al presidente Lumumba y provocaron la intervención de la ONU. Posteriormente Estados Unidos apoyaría al dictador Mobutu para contrarrestar la influencia rusa en Angola. Es significativo que la minoritaria etnia tutsi tuviera un estatus de superioridad sobre la etnia hutu reconocido oficialmente y potenciado durante la etapa colonial belga, tanto en el Congo como en Ruanda. Cuatro presidentes hutus han sido asesinados en estas últimas décadas. En agosto de 1993, el presidente Ndadaye de Burundi suspendía la licencia a AFFIMET, una sociedad de Tony Goetz para exportar oro, por ser ilegal y hacer perder al gobierno 1,9 millones de dólares en impuestos. En octubre era asesinado por militares tutsis. Antes de que subiera al poder Ndadaye, el ejercito tutsi había participado en la aniquilación de unos trescientos mil hutus, bajo el beneplácito del presidente tutsi Buyoya.
En 1958, después de un grupo de intelectuales hutus ruandeses elaborase un documento reclamando un cambio social, desde la corte les respondieron con otro documento que entre otras cosas decia: "Podría preguntarse cómo los hutus reclaman ahora sus derechos al reparto del patrimonio común. De hecho, la relación entre nosotros (tutsis) y ellos (hutus) han estado siempre fundamentadas sobre el vasallaje; no hay, pues, entre ellos y nosotros ningún fundamento de fraternidad. Si nuestros reyes conquistaron el país de los hutus matando a sus reyezuelos, y sometiendo así a los hutus a la servidumbre, ¿cómo pueden ahora pretender ser nuestros hermanos?".
En 1989, el precio del café se redujo un 50%, lo que provocó que Ruanda perdiera un 40% de sus ingresos por exportación y entrara en crisis alimentaria. El gobierno del general hutu Habyarimana, que había mantenido el equilibrio entre tutsis y hutus, cediendo el control financiero del pais a los tutsis, se vio tocado. En 1990, el Frente Patriotico Rwandés, compuesto por exiliados tutsis y apoyado por Uganda, invade Ruanda. En 1993 los dos países firman un acuerdo de paz y se forma un gobierno de transición. En 1994, las milicias hutus, las Interahamwe (golpeemos juntos), formadas por extremistas hutus, deciden prepararse para la guerra contra los tutsis, a los que pretenden eliminar. El asesinato del presidente Habyarimana y el avance del Frente Patriótico Rwandés desencadenan la masacre. Se estima que el 75% de los tutsis ruandeses fueron asesinados. No solo asesinaban a los tutsis, sino también a los hutus moderados y a los que tenían matrimonios interraciales. Casi cada una de las mujeres que sobrevivieron al exterminio fueron violadas, y muchos de los 5000 niños que nacieron de estas violaciones, asesinados. Entre radicales hutus y radicales tutsis causaron la muerte de 800.000 personas, el llamado genocidio de Ruanda, que fue cubierto por la prensa extranjera y atribuido a diferencias étnicas, menoscabando la realidad de una lacra heredada del colonialismo, hasta el punto que masacres de hutus fueron filmadas como si se trataran de tutsis. Pese a la barbarie por ambos lados, el grueso de los asesinatos hay que atribuírselos a los extremistas, hutus, los Interahamwe. La misión pacificadora UNAMIR de las Naciones Unidas no hizo nada, y el contingente belga se retiró del país. Como fondo del conflicto, un exterminio planificado por una clase política que deseaba mantenerse en el poder, y que veía amenazada su posición a causa de la crisis. Como siempre, la corrupción, le herencia dejada por un golpe de estado.
Curiosamente, como la palabra genocidio implicaba la intervención inmediata de Naciones Unidas, el gobierno de Clinton omitió por orden suya esta palabra, sustituyéndola por “actos de genocidio” El apoyo militar y logístico francés prestado al gobierno del asesinado Habyarimana y la aquiescencia para que los responsables de las primeras matanzas se refugiaran en zonas seguras, también hace que las intenciones del ejercito francés resulten sospechosas. Es curioso que tres presidentes hutus fueran asesinados antes del genocidio, y que entre los Interahamwe hubiera cabecillas tutsis. Un genocidio planificado, pero por quien y para que.
La llegada de millones de refugiados al Zaire, contribuiría a sembrar la semilla de la primera guerra del Congo.
El Zaire, la República Democrática del Congo, comenzó su andadura en 1960. Su primer dignatario, el carismático Patrice Lumumba, fue asesinado por Mobutu ante la presencia de agentes de la CIA y oficiales belgas. Mobutu, aliado de occidente contra los comunistas, impuso tras su golpe de estado una brutal dictadura que duraría treinta años, durante los cuales amasó una fortuna de cinco mil millones de dólares. Tras su derrocamiento se producirían la primera y segunda guerra del congo, esta última con el resultado de cuatro millones y medio de muertos, donde se reproducirían de nuevo asesinatos y violaciones. En la actualidad, los dictadores extremistas tutsis de Uganda, Ruanda y Burundi, llevan a cabo un genocidio encubierto de los hutus.
El genocidio de Ruanda, ha servido de excusa para la vuelta al poder de los tutsis, que sirven a los intereses de compañías multinacionales. La primera guerra del congo estuvo auspiciada por las tensiones de los banyamulengues, tutsis congoleños, con las naciones vecinas. Los ruandeses los utilizan para esquilmar las riquezas mineras del Congo.
Mucho se habló del genocidio rwandés, pero poco de la segunda guerra del Congo, el conflicto que ha generado más victimas después de la segunda guerra mundial. No interesa que se sepa mucho sobre el asunto. El congo posee el 30% del cobalto del mundo, el 10% del cobre, y el 80% del coltán, que es básico para la industria aeroespacial, y para la construcción de móviles, ordenadores y consolas. Posee además minas de diamantes, y oro. En esta guerra intervinieron nueve paises de los alrededores. El pretexto, el enfrentamiento entre hutus y tutsis. El motivo real, el control de las riquezas congoleñas. De hecho, en la actualidad, tanto Uganda como Ruanda siguen esquilmando los minerales congoleños impunemente. No fue una guerra de grandes batallas, ni de grandes ejércitos, sino de milicias indisciplinadas que llevaron a cabo violaciones masivas, torturas y limpieza étnica. A pesar del alto el fuego, muchos de estos grupos siguen actuando impunemente y sin control.
Compañías multinacionales de Estados Unidos, Holanda, Bélgica, Alemania y Kazajstán reciben como destinatarios el coltán que Ruanda expolia al Congo, y que le produce unos beneficios de un millón de dólares al mes. Tanto el presidente rwandés como el ugandés obtienen pingues beneficios de este robo descarado, cada uno desde su parcela ocupada del territorio congoleño. No es una ocupación declarada, al menos sobre el papel, pero si que son reales los beneficios que obtienen. A nadie interesa que el país avance, porque gravaría con impuestos la extracción de minerales. Así que se azuza un conflicto mantenido que impida al gobierno congoleño desarrollar las infraestructuras destruidas por la guerra, pagar a su ejército y afianzar la economía. A rió revuelto ganancia de pescadores. Hay quien asegura que hay implicaciones entre los traficantes de armas y las compañías puente de las multinacionales. Porque alguien alimenta con armas la guerra, de eso no hay duda. Recientemente, el general tutsi Laurent Nkunda se declaró en guerra en las provincias de Kivu y llegó hasta Goma. El ejercito del presidente Kabila, cuyas tropas apenas cobran, en parte porque la paga desaparece en la cadena de mando, tuvo que pedir ayuda a Angola. Las Naciones Unidas, con tropas en el país, miran sin hacer nada. Lo curioso de este levantamiento del general tutsi es que ocurre inmediatamente después de que los chinos anunciaran un acuerdo con el presidente Kabila para construir carreteras, ferrocarriles y, como no, intervenir en el pastel de las riquezas minerales. Se perfila la batalla entre oriente y occidente por controlar las materias primas mundiales. ¿Tiene algo que ver la globalización con estas dictaduras sangrantes y con estas masacres reincidentes? ¿De que sirven las Naciones Unidas? Sigue imperando la ley del más fuerte.
Estos son solo algunos ejemplos de lo que ocurre al sur de nuestras fronteras. Existen en Africa más conflictos, más dictadores, aunque son las mismas multinacionales y países quienes mangonean sus riquezas. Esta es la parte fea, oscura y oculta del sistema capitalista.
En fin, triste destino el africano, secuestrados para ser esclavos primero, colonizados para expoliar sus riquezas después, y ahora utilizados como piezas de ajedrez en el tablero jugado por países ricos y multinacionales. Lo suyo no es crisis, sino un descalabro permanente. Están muriendo a millones. No estaría mal que les dejaran, que les dejáramos, madurar políticamente y decidir su destino. Y, por primera vez, ser dueños de su riqueza. En vez de instigarlos a la guerra para expoliarlos.