Prologo
Finalmente dejaré al detective con el nombre de Peña, el tadenm Briones-Bermúdez no me convence por empezar los dos con la letra b, habiendo tantas, y el Peña del primer relato, "Atrapando a Daniela", está publicado en el ebook "El secreto de las letras" con ese nombre y ya no lo puedo variar. El primer capítulo de "Sangre de alas rotas" (antes La Hermandad de los Abderrahim), también está publicado en ese mismo ebook. Tengo tres días libre por delante, tres de trabajo y luego las vacaciones, y me centraré en la terminación de novela y en su corrección, capítulo a capítulo trataré de pulir y redondear la historia, tambien introduciré más apariciones del personaje de Zaza contando un poco su vida. Si no me da tiempo a concluir todo ese proceso espero que al menos gran parte si pueda. En principio dejaré de publicar a partir del capítulo veinticinco o veintiseis, luego y dependiendo de la duración total de la novela veré que parte dejo visible hasta el momento de la publicación, en la que tendré que quitarla del blog y de la web. Quedan bastantes horas de trabajo pero será un esfuerzo placentero. La novela tiene una dimensión diferente a la del relato y hasta hace poco, como lo iba publicando por capítulos, no lo notaba demasiado.Ha sido al concebir toda el final de la historia cuando me ha atrapado por completo el proyecto, cuando he sentido la necesidad de cubrir carencias y redondear, al contemplarla desde una perspectiva global.
Sucesos y pasiones
Peña
Me pateé la escalera del portal de
Aguirreche y los locales comerciales de los alrededores en busca de información.
El piso seguía a su nombre y la presidenta de la comunidad de vecinos me dijo
que enviaban los recibos a un despacho de abogados. Tomé nota para visitarlos a
la mañana siguiente. En una farmacia de la acera de enfrente me informaron
sobre la empresa que había realizado la mudanza, no recordaban el nombre pero
si el emblema dibujado en sus furgones, un par de caballos blancos. Volví a
tomar nota. Del resto no saqué nada en claro, gente que le conocía y anécdotas
de sus despistes. Aún era media tarde, me dirigí a la empresa de mudanzas. Allí me
enteré de que los muebles los habían llevado a un guardamuebles y cuando
indagué sobre el contenido de su despacho me dijeron que fue empaquetado y
recogido después por una empresa de mensajería. Anoté el nombre y llamé a
Melani para que me localizara su dirección, estaban en Aravaca y formaban parte
de una empresa dedicada a los servicios.
Iba a montar en el Golf con la
esperanza de llegar antes de que
cerraran, pero me llamó el taxista hecho una furia, que le habían rajado la
rueda del coche. No pude evitar una sonrisa, el cabrón me había devuelto la
pelota. Calmé al taxista diciéndole que no había problema, que quedábamos y le
resarcía, además de pagarle por sus servicios. Le di la dirección y le dije que
le esperaba, luego me anclé a un bar cercano de aspecto cutre y olor a fritanga
y me pedí un café, por pedir algo. Mientras esperaba llamé a Daniela y me puse
meloso, anticipando mi tardanza, sin darme cuenta la conversación fue subiendo
de tono y deseé que llegara la noche, me estaba prometiendo caricias
suculentas. Una señora que tomaba un té en la mesa próxima me contempló con
gesto de reproche pero no me importó, allá ella. Daniela me estaba pidiendo que
la quitara el bodi mientras me daba uno de sus besos invasores, pero entró
gente a la pastelería y tuvo que colgarme dejándome con las ganas. Al poco sonó
el teléfono y me dispuse a continuar la escena, pero era el taxista, que dónde
estaba. Se lo dije.
Solventé antes que nada el tema económico
para que el hombre se quedara tranquilo y pensara con claridad.
-Soy todo oídos -le dije a continuación.
—Primero paró en Huertas, entró en una
cafetería y parecía como si espiase tras los cristales. Estuvo un rato y luego
se marchó.
Así que se había dejado caer por la
dirección de Aguirreche intuyendo mis movimientos, espabilado el tipo.
— ¿Y a dónde fue después?
—Callejeó por Madrid —el taxista sacó una
lista—. Por estas calles pasamos. Fuimos hasta Aravaca y allí fue cuando se dio
cuenta de que le seguía. Intentó despistarme y como no lo conseguía paró el
coche y sacó un pincho así de grande —sus manos abrieron un espacio de unos
treinta centímetros—. Menudo susto me dio el hijoputa, creí que me quería
rajar. Pero lo que rajó fue la rueda, el muy cabrón.
Consulté la lista del taxista. Allí estaba,
la calle donde estaba la empresa de mensajería. Me entraron las prisas, pagué
las consumiciones y acepté la tarjeta del taxista, eufórico aún por la ración
de adrenalina recibida. Después salí zumbando para Aravaca.
La puerta estaba abierta, pasé. El primer
cadáver lo encontré a tres metros de la
entrada, sobre un charco de sangre. Le habían perforado la nuca con un objeto
punzante, no un puñal sino algo más fino pero igual de letal. No toqué nada. El
segundo cadáver tras el mostrador, el mismo tipo de herida pero esta vez en el
corazón. La pantalla del monitor permanecía encendida. Salí de allí echando
leches, no quería ser sorprendido en la escena del crimen. Primero llamé al
arquitecto, que me pusiera con su guardaespaldas para darle instrucciones, nada
de salir a la calle y que no le abrieran a nadie la puerta, el arma dispuesta
por lo que pudiera pasar. Que pidiera un refuerzo al Jefe para que se turnaran
durmiendo y hubiese en todo momento un hombre avizor dentro de la vivienda. En
realidad no pensaba que mi cliente corriera peligro, pero mejor ser precavidos.
Definitivamente se trataba de un sicario,
aunque no lo pareciera, dispuesto a usar métodos expeditivos para borrar
cualquier rastro que condujese a Aguirreche. No encontraba una explicación plausible que
justificara la pérdida de dos vidas humanas pero tampoco me tragaba toda esa
historia que me había soltado el arquitecto sobre la Hermandad. Aunque tenía
que tratarse de algo serio si habían decidido quitar a dos personas de en medio
para preservar el secreto. En ese momento me planteé si seguir adelante, lidiar
con un asesino no entraba en mis perspectivas. Aunque si bien no era responsable, de no haberme puesto a
indagar aquellos hombres seguirían con vida. Obviando la sensatez decidí
continuar. Evidentemente el tipo del 607 no iba a querer tener que ver nada con
dos asesinatos, mejor dejarlo en reserva, y la policía en cuanto descubriera
los cuerpos iba negarse en redondo a facilitarme información. No me quedaba
otra, llamé a Muñoz-Seca.
El inspector jefe de la UDEF recibió mi
llamada con alborozo.
—Eres como un grano en el culo, Peña. ¿Qué
es lo que quieres?
—Me debes una, voy a necesitar tu ayuda.
Se hizo un silencio mientras rumiaba la
respuesta.
—Miedo te tengo.
Habla —dijo al fin.
—Hay dos cadáveres en una mensajería.
Tratan de borrar las huellas de un envío y supongo que uno de ellos será el
mensajero que llevó el paquete y el otro el que organiza la paquetería. Creo
que se han metido en el ordenador y han borrado los datos, tráete a uno de esos
cerebrines tuyos especialistas en ordenadores para ver si es posible recuperar
lo que hayan borrado.
Me regaló una retahíla de epítetos
malsonantes desde el otro lado de la línea.
— ¿Pero está ahí la policía? —preguntó tras
desahogarse.
—Que va, están impolutos, recién muertos,
esperando para que te hagas cargo y termines colgándote uno de esos galones que
tanto te gustan.
—A la mierda los galones, Peña. ¿Cómo voy a
justificar la presencia de mi equipo sin tener abierto un expediente?
—Pues ábrelo, ya se te ocurrirá algo. Que
esto no es un tema mío, me metió en el ajo nuestro amigo del Ministerio, ese
que movió tu ascenso. Igual consigues otro.
—Explícate claro o no moveré ni un pelo.
Tuve que soltarle la historia desde el
principio. No diré que le convencí ni que le entusiasmara el tema, que podía no
tener que ver en absoluto con las competencias de su unidad, pero al menos
conseguí que accediera a ayudarme. Me quedé esperándole.
Aicha
Se contempló en el espejo y no le disgustó
la imagen. Tenía los ojos grandes y
oscuros de su madre y la naricilla graciosa de su padre, labios carnosos y
sensuales. Del cuerpo no se podía quejar, generoso y prieto, sin estridencias.
Un anzuelo perfecto para soltar la boca del Assasin y a la vez pasar una velada
agradable.
Más que otra cosa buscaba información, pero
todo había salido al revés de como esperaba. El Assasin se había revelado como
un hombre de sutil inteligencia que había sabido seducirla llevándola a su
terreno. Añadiendo a eso su tez morena de ojos verdosos y un cuerpo
acostumbrado al ejercicio el resultado fue inevitable y entregada a la pasión
de sus abrazos gozó cada minutó y se olvidó de todo. Incluso de la información
que quería sonsacarle. Se había dejado llevar por la sensualidad del encuentro
y eso la tenía encorajinada, aborreciendo su propia debilidad. Vencida por el
ímpetu amoroso sucumbió al filo de la madrugada al sueño y al despertar él
había desaparecido de su lecho, dejando su aroma en las sábanas y una bella
orquídea sobre la almohada. Sonrió evocando el encuentro y aceptó el desafío.
El primer combate lo había ganado Haouri pero aquello no iba a quedar así, le
pediría otra cita y sería ella quien marcara las pautas. Llamaron a la puerta.
Estaba desnuda, se puso la bata de gasa y
asomó la cabeza para ver quién era. Sorpresa, Haouri portando una bandeja con
el desayuno. Le dejó pasar.
—Tenía tareas que hacer a primera hora
—dijo disculpando su ausencia—. Pero no quería perder la oportunidad de
desayunar juntos tras una noche tan grata. Y de paso contestar a las preguntas
que seguramente querrás hacerme.
Acababa de desarmarla, admiró su astucia.
Notó el brillo del deseo incendiando su iris verdoso, también la erección que
marcaba sus bombachos. La bata más que ocultar realzaba su desnudez. No ocultó
sus encantos.
— ¿Y ya traes preparadas tus respuestas?
Haouri depositó la bandeja sobre la mesa y
se volvió hacia ella.
—No negaré que anoche las traía, pero
responderé con sinceridad a todas las preguntas que quieras hacerme.
— ¿Y se puede saber qué es lo que ha
cambiado de anoche hasta ahora? Supongo que no tendrá que ver con el sexo.
Una mueca divertida cruzó la cara de
Haouri.
—Pues no, diferencio perfectamente lo
personal de lo profesional. Tiene que ver con lo que me ha sacado de tu lecho,
muy a mi pesar, esta mañana. Hay alguien que desea hablar contigo.
— ¿Quién? —pregunto a la defensiva.
—Neville, él te pondrá al tanto de todo.
Con respecto a los espejos, es cierto que mis hombres vigilan escondidos en los
alrededores e impiden que nadie se acerque. No usamos ningún método expeditivo,
si es lo que temes. Rugidos de las fieras de la selva y ruidos inquietantes
cuando alguien se aproxima, te asombrarías de su eficacia.
No lo entendía, ni lo que pintaba Neville
en todo aquello.
— ¿Y qué motivo hay para ocultarlo?
—Los miembros de la Hermandad tienen que
sentirse seguros deambulando por los alrededores, muchos traen los
interrogantes de sus investigaciones a sus paseos por la selva y tratamos de
que nada los interrumpa. Si se supiesen vigilados perderían la concentración.
No tiene mayor misterio.
—Pero yo soy la Mayor —objetó Aicha—. Se
supone que debo estar informada de algo así. ¿Es Roth quien lo decidió?
—No, Roth no tiene nada que ver en esto. Lo
decidió Neville. Te vas a entrevistar con él, ten paciencia hasta entonces — y
puso sus manos sobre su cintura—. La cita es a las once, aún tenemos tiempo.
El tacto tibio de sus dedos estremeció su
piel y su aroma le evocó las mieles de la noche pasada. Haouri sabía cómo
incendiar a una mujer y como colmarla después, una oleada de cálido deseo
culebreó en su sexo. Las preguntas, una vez más, podían esperar. Se entregó a
su beso.
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