El entierro de Willy fue a las
diez de la mañana. Acudió su familia, una nutrida representación de la
Fundación del padre Carralta y Calín junto a sus “conocidos”. Melani, yo, y
para mi sorpresa Daniela embutida en un correcto traje negro de un luto suculento.
A mí se me había pasado decírselo así que tuvo que ser Melani, ya intuía yo que
estaban conchabadas. Me tomó un rato explicarle a la madre de Willy que su hijo
no había hecho nada malo, que podía estar orgullosa de él y que su muerte era
culpa de un malvado que lo confundió con otro y al que perseguía la policía. Me
pareció una buena mentira para no atormentar más a la atribulada mujer. Cuando
me di la vuelta ya se habían ido Melani y Daniela, pero Calín esperaba.
Antes de hablar con ningún testigo quise
ver el lugar donde había muerto Willy. Era un patio de cemento accesible a los
vehículos con un muelle de carga en el lado izquierdo y un portón de de acceso
que permanecía bajado, con una puerta al centro que comunicaba con el mercado.
Un par de camiones descargaban mercancía y una señora con carrito accedía al
mercado por la puerta trasera. El patio estaba rodeado por una herradura de
viviendas de catorce o quince plantas.
— ¿Cómo es que nadie vio nada? —pregunté a
Calín—. No parece un lugar solitario y el patio tiene movimiento de descargas,
incluso hay señoras que pasan al mercado por aquí.
—Le vieron caer, estaba solo. Cuando se
acercaron estaba muerto.
— ¿No le dispararon aquí?
—No lo sé. El peluquero de la esquina le
vio desplomarse, se acercó y vio la sangre, entonces llamó a la policía.
Localicé la peluquería al otro lado de la
calle, en la esquina.
—Vamos a ver que nos cuenta.
Una peluquería de barrio, un peluquero
cincuentón de la vieja escuela que fumaba un cigarrillo de liar a la puerta.
Pregunté.
—Saqué los potos a la calle para que les
diera la luz del día. Él estaba un poco encogido, se buscaba algo en los
bolsillos. Me tapó la vista un Audi que paró un momento en la calle y cuando
volví a verlo estaba cayendo al suelo.
— ¿Sabe que modelo de Audi era?
—Sí, un A-3 azul oscuro,
¿El de Laura?
— ¿Vio quién iba dentro?
—Pues no me fije mucho porque estaban de
espaldas, pero la conductora sí que podía ser la de la foto, de rojo vestía. El
acompañante sé que era un hombre, por el pelo, pero más no le puedo decir.
—Para verlos desde atrás el coche debía
dirigirse hacia abajo —la calle era una cuesta pronunciada.
—Exacto.
—O sea que la conductora quedaba de lado
del hombre que cayó al suelo.
—Sí.
— ¿Hizo el acompañante algún movimiento
hacia la ventanilla del conductor?
—No, tenía la ventanilla abierta y el brazo
apoyado en la puerta. No le vi moverse.
— ¿El brazo derecho? ¿Y la mano estaba
fuera también?
—Sí, agarrada al marco.
— ¿Está seguro?
—Tengo buena memoria.
— ¿Y la policía no le interrogó?
—Sí, pero les dije que solo le vi caer. Me
preguntaron si había oído los disparos y les dije que no. Aquí no le
dispararon, estoy seguro, hice la mili y sé bien el ruido que hace un arma.
—Muchas gracias, quizás vuelva la policía a
preguntarle, cuénteles lo del coche.
Salimos y traté de interpretar lo que
acababa de oír. A no ser que Julio fuera zurdo la autora de los disparos era
Laura, usando silenciador. Suponiendo que no estuviese ya herido y la detención
del Audi y su caída fuesen acontecimientos cruzados, que ya me extrañaba. De
haberle disparado en otra parte habría quedado un rastro de sangre, diluido
entre la lluvia pertinaz e irrastreable por otra parte.
— ¿Quién más los vio? —le pregunté a Calín.
—El de la tienda de maría se fijó en la
rubia, que curioseaba el escaparate. Dos o tres más se fijaron en ella. Está
muy buena y con ese vestido llamaba mucho la atención. Al tipo le vio golpeando
a Willy y robándole la cartera un gitano que vende flores. Dice que le dio una
hostia y un puñetazo en el estómago, le preguntaba por las fotos. Luego le
quitó la cartera, el móvil y las llaves, y se marchó.
¡Las llaves del Saxo! Ya me había olvidado
de él.
— ¿Y no fue a socorrerlo?
—Es gitano —dijo Calín como si eso lo
explicara, y ante mi gesto de interrogación añadió—. Que luego se llevan las
culpas.
— ¿Está por aquí el gitano?
—No va a hablar contigo ni con la policía.
Tiene antecedentes y no quiere líos, lo que quieras saber se lo pregunto yo.
—A ver si nos apañamos con lo que te contó.
¿Estaba bien Willy después que le golpeara?
—Sí, el gitano dice que se fue andando
hacia el mercado. Tampoco fue una paliza.
— ¿Y en que sitio le atacó?
—Vamos, está ahí mismo.
Cruzamos al otro lado, allí los edificios
eran de cuatro plantas y estrechas las calles que los separaban. El lugar al
que me condujo Calín estaba escondido, una de aquellas calles angostas con una
par de locales con el cierre echado, por encima y como techo el suelo del
balcón del primer piso. Un sitio perfecto para golpear a Willy sin que se
enterara nadie. Nada pintaba allí un gitano vendiendo flores, quizás fuera de
paso, o lo atisbara todo desde alguna de las ventanas cercanas. Pero ahora
podía establecer una secuencia de los hechos. Willy debió sacarles distancia
cuando salió zumbando con el Saxo, ellos le siguieron en el Audi de Laura. Le
dio tiempo a pasarse por el ciber de Calín para transferirle las fotografías y
luego intentó llegar a su casa. Julio sabía donde vivía y le esperó por allí.
No encontró las fotos pero le quitó todo lo que tenía, quizás esperando
encontrarlas en el móvil o en una tarjeta de memoria escondida en la cartera.
Cuando se reunió con Laura esta decidió que era mejor matar a Willy. ¿Pero por
qué? No tenía sentido. Le siguieron con el coche y junto al mercado le
dispararon. ¿De quién era la pistola con silenciador, de Julio o de Laura? Iban
en el coche de ella, el silenciador suele llevarse aparte de la pistola y solo
se coloca cuando se va a utilizar. Tenía más lógica que estuviera en el coche
de ella que en el bolsillo de Julio, aunque no entendía que motivo tenía para llevar
una pistola con silenciador en el auto. Tendría que preguntárselo.
— ¿Vais a pillarlos? —preguntó Calín,
sacándome de mis pensamientos.
—Los pillaremos gracias a tu ayuda. Puedes
estar tranquilo, acabas de pagar la deuda que tenías con Willy.
Esbozó una sonrisa triste
—Hubiese preferido seguir debiéndole y que
estuviese vivo.
—Lo sé —dije abrazándole el hombro—, pero
al menos nos has ayudado a descubrir a los culpables. Seguro que Willy te lo
agradece, allá donde esté.
Se quedó algo más conforme. Yo no tanto,
dudaba de que Willy estuviera en parte alguna. Se había ido. Me despedí de
Calín y llamé al inspector Rojas preguntándole por mi Saxo. Me dijo que lo
tenían en el depósito municipal, que le llamara cuando estuviera allí.
—
¿Encontraron alguna bala en la pared? —le pregunté a continuación.
—Una. Se hicieron tres disparos, dos
acertaron en el cuerpo de la víctima y otra se incrustó en la pared.
Le di las gracias y me despedí. Aquello
confirmaba mis suposiciones, le habían disparado desde el coche y a menos que
Julio fuera zurdo, cosa que dudaba, la autora de los disparos había sido Laura.
Sabiendo como las gastaba saqué mi Beretta del doble fondo del coche y me
coloqué la funda sobaquera. Quería averiguar por qué había disparado a Willy.
No la encontré en el chalet. Llamé a
Melani, por si había llamado a la oficina, pero nones. Cuando llegué a su casa
estaba la policía, Muñoz-seca controlaba el registro.
— ¿Cómo va todo?
—Una operación redonda. Hemos pillado
sesenta y cinco millones y van apareciendo más.
— ¿Está aquí su mujer?
—No había nadie cuando llegamos, abrimos
con las llaves de Blas Ortega. ¿También te la quieres beneficiar?
— ¡Qué va! Fue ella la que disparó a Willy,
Julio solo la acompañaba. Utilizó una pistola con silenciador, posiblemente una
PPK.
— ¿Y por qué iba a encubrirla Alcocer?
—Encoñamiento, supongo.
— ¿Ese? —sonrió con suficiencia—. Para
nada, es de los del colmillo retorcido.
—Pues ya me dirás. Tendrás que apretarle
las clavijas y que lo confiese todo, a ver si nos enteramos de que va la cosa.
Willy no representaba ningún peligro.
— ¿Estás seguro de que fue ella?
—El noventa y cinco por ciento de las
papeletas.
—Emitiré una orden de búsqueda. La hemos
llamado esta mañana al móvil que le entregó Alcocer pero no ha contestado. El
teléfono sigue aquí, en la casa, está controlado por GPS, pero ella no.
—De pronto desaparece, que curioso. ¿Tenéis
a Blas en vuestras oficinas?
—Sí, lo llevaremos al juzgado a primera
hora de la tarde y de ahí a prisión.
—Me gustaría hablar con él, serán solo unos
minutos.
—Pásate por la UDEF, yo aún tengo para
rato. Este bobo tenía todos los datos escritos en papel.
—Ya me fijé que no usaba ordenador.
—Les aviso que vas para allá y emito la
orden para Laura —teléfono en mano.
Camino de la UDEF. Quizás el marido supiera
algo.
No estaba de humor Blas Ortega, pero nos
sentaron en una habitación frente a frente, algo tenía que decir.
— ¿Que haces aquí? ¿Ahora eres policía?
—No, pero tengo amigos. Me enteré de tu
detención y vine a verte. Aunque no traigo buenas noticias. ¿Sabes dónde está
tu mujer?
Me clavó sus ojillos marrones.
— ¿No se supone que eso deberías saberlo
tú? ¡Menudo detective estás hecho! ¿No la han detenido?
— ¿Y por qué iban a detenerla?
—Fue ella la que me presentó al chino. Algo
de culpa tendrá, digo yo. ¡En mala hora la conocí!
Joder con la bella Laura.
—La detendrán si formó parte de vuestro
negocio, yo en eso ni entro ni salgo. Vine a verte porque me confirmaron lo de
las manchas de semen. Sé que no vas a poder pagarme, pero me gusta terminar los
trabajos para los que me contratan.
—O sea que llevaba yo razón.
—Sí.
— ¡Hija de la gran puta! —exclamó dando un
puñetazo en la mesa.
Los guardas se asomaron, pero les hice un
gesto con la mano para que salieran.
—No creo que se escape de rositas. ¿Sabes
si tenía una pistola con silenciador?
— ¿Y a qué viene esa pregunta —preguntó
desconfiado.
—A que cuando mi empleado descubrió a tu
mujer y a su amante a ella no se le ocurrió otra cosa que pegarle dos tiros.
—Te estás quedando conmigo.
—No.
—Anoche no me comentaste nada.
—No sabía aún quién lo había matado, pero
esta mañana un testigo la identificó. ¿Tiene ella esa pistola?
—Sí, una PPK. A una amiga suya la metieron
en chirona por matar a un tipo que intentó violarla. Dice que si su amiga
hubiese tenido silenciador nadie se habría enterado de nada.
— ¿Y a ti te parecía normal?
—Tiene sus manías, la zorra. Pero no veas
como folla.
—Ya, pues en la cárcel tendrá que practicar
las tijeritas. ¿Sabes dónde puede estar?
—Ni idea. En el chalet, en casa de mi
hermana... O se habrá escondido si sabe que la buscáis. A mi ya me da igual, me
ha puesto los cuernos, que la jodan ¿Tienes tabaco?
—No, pero puedo hacer que te pasen un
paquete cuando salga.
—Vale, Oye, no sé como va a terminar esto,
pero te pagaré en cuanto pueda.
—Ahora tienes otras preocupaciones. Pero si
se te ocurre donde puede haber ido lo tendrán en cuenta a la hora de las
acusaciones. El marrón gordo se lo comerá el chino.
— ¿Estos? ¡Pero si son unos chorizos! Me
traje setenta kilos de Sevilla y ahora dicen que solo había sesenta y cinco.
Mis alertas se activaron
— ¿Estás seguro de que trajiste setenta?
—Hostia, los conté en Sevilla y otra vez al
llegar a casa. Setenta kilazos.
— ¿Y la policía dice que sesenta y cinco?
Cinco millones de euros es un pastón.
—Pues eso dicen. Alguno los ha trincado.
— ¿Contaste el dinero esta mañana antes de
salir?
—No, lo había contado por la noche, para
qué iba a contarlo otra vez.
—Pues es raro que hayan desaparecido a la
vez los cinco millones y Laura. ¿A ti no te perece raro?
— ¡No me jodas! — con la intuición de haber
sido engañado por partida doble.
—Es que conozco al Inspector Jefe que ha
llevado la operación y me extraña que nadie de su equipo haya tocado el dinero.
— ¿Pero tú tienes algo que ver en esto?
—Que no, joder. Le llamé cuando supe que te
había detenido la UDEF. Ha salido en televisión. Yo andaba detrás de tu mujer,
sospechaba que estuviese involucrada en la muerte de mi empleado. Que casualidad
que cuando la voy a pillar desaparecen ella y los cinco millones.
— ¡Será zorra!
Le dejé con sus lamentaciones. Ahora sí
tenía respuestas a mis preguntas. Sabía que la vigilaba y temía que su marido
se enterase de su asunto con Julio antes de poder meterle mano al dinero. La
muerte de Willy había sido una distracción para alejar mi atención hacia otra
parte, para ganar unas horas mientras llegaba la pasta.
No la encontramos. Julio Alcocer había
callado respecto a la muerte de Willy porque ella le había prometido la mitad
del dinero. Cuando le presionó Muñoz-Seca y supo que había testigos hizo un
trato y lo confesó todo. Ella pasó a ser una de las tantas fichas de la
Interpol, se la tragó la tierra. Dos días después de la redada me presenté en
casa de Daniela.
— ¿Te la has follado? —preguntó
—No. La he acusado de asesinato.
Se acercó hasta mí y me besó.
—Cada día me gustas más —dijo mientras se
desabrochaba los vaqueros.
Había pasado una semana y nada se sabía de
Laura. Cinco millones de euros eran muchos, los suficientes para desaparecer
sin dejar rastro. La memoria de Willy me pedía justicia y yo no se la podía
dar. Estaba en la agencia, melancólico por mi impotencia. Podía entender que la
vida de Laura había sido dura, podía entender que se sintiese mercancía junto a
Blas Ortega y podía entender que quisiera desaparecer con los cinco millones.
¡Ole sus ovarios! Pero no comprendía la indiferencia con que había segado la
vida de Willy, sin pararse a pensar si suponía algún tipo de amenaza para sus
planes. Trataba de justificarla a ella y a su acto trayendo excusas de sus
vivencias, intentando ponerme en su piel. Hurgué en su pasado y en su miseria,
que tuvo mucha, y entendí que quisiera alejarse de ese mundo en el que estaba
inmersa. Pero no a cualquier precio, ni a costa de la vida de una persona. No
podemos ser ajenos a nuestros actos. Y en las mismas circunstancias que Laura
otras mujeres habían adoptado decisiones valientes plantándole cara a la vida,
como hizo el mismo Willy. Concluí que no podía permitir que asesinaran a un
empleado mio y que su muerte quedara impune, no era de recibo.
Contraté a un traductor de chino y lo llevé
conmigo a la penitenciaría de Soto de Real. Me entrevisté con el chino y le
expliqué el papel delator de Laura en la operación que había terminado con sus
huesos en prisión. No me dijo que pensaba hacer, con la misma frialdad que me
recibió me despidió. No hubo sonrisas ni apretones de mano.
Dos meses más tarde, acercándose la
navidad, encontraron el cuerpo de Laura flotando junto a la playa de una isla
del Pacífico. Chinos hay muchos, y en todas partes. Me lo notificó Muñoz-Seca
en persona. Nos miramos y comprendimos. Era una pena, a él también le caía bien
Laura.
—Sé que estuviste en Soto del Real con el
chino. No voy a remover la mierda, pero ya solo te debo una —me dijo antes de
irse.
Como una semana después recibí un sobre con
cien mil euros. Dinero manchado de sangre, de la de Laura y de la de Willy. No
me pertenecía, se lo entregué a la Fundación del padre Carralta. Hay veces en
que se tome la decisión que se tome ninguna de las opciones nos va a
satisfacer. Así me pasó respecto a Laura y no estoy orgulloso de mi proceder,
pero en idénticas circunstancias volvería a hacer lo mismo. Ahora tengo otro
chófer, igualmente reclutado entre los pupilos del padre Carralta. Paco se
llama.
Daniela ha convencido a Melani de que se
venga a celebrar el fin de año con nosotros. También dice que quiere
presentarme a sus padres, pero eso ya no me convence tanto, huele a trampa.
Aunque me temo que terminaré cediendo porque Daniela es mucha Daniela.