martes, 26 de febrero de 2013

Publicando con editorial tusrelatos en Amazon

Pue os cuento. Laboratorio editorial tusrelatos está apostando por algunas de mis obras.
La primera ha sido

En breve saldrá a la venta "La vida misma" un recopilatorio de varios autores en el que participo junto a Miranda, Poyatos, Joene, Lore Y Teodoro Bama
También un libro de fantasia a medias con Lore llamado "Vampiros, licántropos y otras esencias misteriosas"
Y un libro mio llamado "El secreto de las letras" que incluye once de mis relatos.
Salen a un precio asequible todos y os recomiendo que echeis un vistazo y si es posible, que os rasqueis el bolsillo.
Las portadas de "la otra cara de la supervivencia" y "el secreto de las letras son de mi hijo Sergio Durán.

martes, 12 de febrero de 2013

La mujer de rojo (4 de 4)



El entierro de Willy fue a las diez de la mañana. Acudió su familia, una nutrida representación de la Fundación del padre Carralta y Calín junto a sus “conocidos”. Melani, yo, y para mi sorpresa Daniela embutida en un correcto traje negro de un luto suculento. A mí se me había pasado decírselo así que tuvo que ser Melani, ya intuía yo que estaban conchabadas. Me tomó un rato explicarle a la madre de Willy que su hijo no había hecho nada malo, que podía estar orgullosa de él y que su muerte era culpa de un malvado que lo confundió con otro y al que perseguía la policía. Me pareció una buena mentira para no atormentar más a la atribulada mujer. Cuando me di la vuelta ya se habían ido Melani y Daniela, pero Calín esperaba.
    Antes de hablar con ningún testigo quise ver el lugar donde había muerto Willy. Era un patio de cemento accesible a los vehículos con un muelle de carga en el lado izquierdo y un portón de de acceso que permanecía bajado, con una puerta al centro que comunicaba con el mercado. Un par de camiones descargaban mercancía y una señora con carrito accedía al mercado por la puerta trasera. El patio estaba rodeado por una herradura de viviendas de catorce o quince plantas.
    — ¿Cómo es que nadie vio nada? —pregunté a Calín—. No parece un lugar solitario y el patio tiene movimiento de descargas, incluso hay señoras que pasan al mercado por aquí.
    —Le vieron caer, estaba solo. Cuando se acercaron estaba muerto.
    — ¿No le dispararon aquí?
    —No lo sé. El peluquero de la esquina le vio desplomarse, se acercó y vio la sangre, entonces llamó a la policía.
    Localicé la peluquería al otro lado de la calle, en la esquina.
    —Vamos a ver que nos cuenta.
    Una peluquería de barrio, un peluquero cincuentón de la vieja escuela que fumaba un cigarrillo de liar a la puerta. Pregunté.
    —Saqué los potos a la calle para que les diera la luz del día. Él estaba un poco encogido, se buscaba algo en los bolsillos. Me tapó la vista un Audi que paró un momento en la calle y cuando volví a verlo estaba cayendo al suelo.
    — ¿Sabe que modelo de Audi era?
    —Sí, un A-3 azul oscuro,
    ¿El de Laura?
    — ¿Vio quién iba dentro?
    —Pues no me fije mucho porque estaban de espaldas, pero la conductora sí que podía ser la de la foto, de rojo vestía. El acompañante sé que era un hombre, por el pelo, pero más no le puedo decir.
    —Para verlos desde atrás el coche debía dirigirse hacia abajo —la calle era una cuesta pronunciada.
    —Exacto.
    —O sea que la conductora quedaba de lado del hombre que cayó al suelo.
    —Sí.
    — ¿Hizo el acompañante algún movimiento hacia la ventanilla del conductor?
    —No, tenía la ventanilla abierta y el brazo apoyado en la puerta. No le vi moverse.
    — ¿El brazo derecho? ¿Y la mano estaba fuera también?
    —Sí, agarrada al marco.
    — ¿Está seguro?
    —Tengo buena memoria.
    — ¿Y la policía no le interrogó?
    —Sí, pero les dije que solo le vi caer. Me preguntaron si había oído los disparos y les dije que no. Aquí no le dispararon, estoy seguro, hice la mili y sé bien el ruido que hace un arma.
    —Muchas gracias, quizás vuelva la policía a preguntarle, cuénteles lo del coche.
    Salimos y traté de interpretar lo que acababa de oír. A no ser que Julio fuera zurdo la autora de los disparos era Laura, usando silenciador. Suponiendo que no estuviese ya herido y la detención del Audi y su caída fuesen acontecimientos cruzados, que ya me extrañaba. De haberle disparado en otra parte habría quedado un rastro de sangre, diluido entre la lluvia pertinaz e irrastreable por otra parte.
    — ¿Quién más los vio? —le pregunté a Calín.
    —El de la tienda de maría se fijó en la rubia, que curioseaba el escaparate. Dos o tres más se fijaron en ella. Está muy buena y con ese vestido llamaba mucho la atención. Al tipo le vio golpeando a Willy y robándole la cartera un gitano que vende flores. Dice que le dio una hostia y un puñetazo en el estómago, le preguntaba por las fotos. Luego le quitó la cartera, el móvil y las llaves, y se marchó.
    ¡Las llaves del Saxo! Ya me había olvidado de él.
    — ¿Y no fue a socorrerlo?
    —Es gitano —dijo Calín como si eso lo explicara, y ante mi gesto de interrogación añadió—. Que luego se llevan las culpas.
    — ¿Está por aquí el gitano?
    —No va a hablar contigo ni con la policía. Tiene antecedentes y no quiere líos, lo que quieras saber se lo pregunto yo.
    —A ver si nos apañamos con lo que te contó. ¿Estaba bien Willy después que le golpeara?
    —Sí, el gitano dice que se fue andando hacia el mercado. Tampoco fue una paliza.
    — ¿Y en que sitio le atacó?
    —Vamos, está ahí mismo.
    Cruzamos al otro lado, allí los edificios eran de cuatro plantas y estrechas las calles que los separaban. El lugar al que me condujo Calín estaba escondido, una de aquellas calles angostas con una par de locales con el cierre echado, por encima y como techo el suelo del balcón del primer piso. Un sitio perfecto para golpear a Willy sin que se enterara nadie. Nada pintaba allí un gitano vendiendo flores, quizás fuera de paso, o lo atisbara todo desde alguna de las ventanas cercanas. Pero ahora podía establecer una secuencia de los hechos. Willy debió sacarles distancia cuando salió zumbando con el Saxo, ellos le siguieron en el Audi de Laura. Le dio tiempo a pasarse por el ciber de Calín para transferirle las fotografías y luego intentó llegar a su casa. Julio sabía donde vivía y le esperó por allí. No encontró las fotos pero le quitó todo lo que tenía, quizás esperando encontrarlas en el móvil o en una tarjeta de memoria escondida en la cartera. Cuando se reunió con Laura esta decidió que era mejor matar a Willy. ¿Pero por qué? No tenía sentido. Le siguieron con el coche y junto al mercado le dispararon. ¿De quién era la pistola con silenciador, de Julio o de Laura? Iban en el coche de ella, el silenciador suele llevarse aparte de la pistola y solo se coloca cuando se va a utilizar. Tenía más lógica que estuviera en el coche de ella que en el bolsillo de Julio, aunque no entendía que motivo tenía para llevar una pistola con silenciador en el auto. Tendría que preguntárselo.
    — ¿Vais a pillarlos? —preguntó Calín, sacándome de mis pensamientos.
    —Los pillaremos gracias a tu ayuda. Puedes estar tranquilo, acabas de pagar la deuda que tenías con Willy.
    Esbozó una sonrisa triste
    —Hubiese preferido seguir debiéndole y que estuviese vivo.
    —Lo sé —dije abrazándole el hombro—, pero al menos nos has ayudado a descubrir a los culpables. Seguro que Willy te lo agradece, allá donde esté.
    Se quedó algo más conforme. Yo no tanto, dudaba de que Willy estuviera en parte alguna. Se había ido. Me despedí de Calín y llamé al inspector Rojas preguntándole por mi Saxo. Me dijo que lo tenían en el depósito municipal, que le llamara cuando estuviera allí.
    — ¿Encontraron alguna bala en la pared? —le pregunté a continuación.
    —Una. Se hicieron tres disparos, dos acertaron en el cuerpo de la víctima y otra se incrustó en la pared.
    Le di las gracias y me despedí. Aquello confirmaba mis suposiciones, le habían disparado desde el coche y a menos que Julio fuera zurdo, cosa que dudaba, la autora de los disparos había sido Laura. Sabiendo como las gastaba saqué mi Beretta del doble fondo del coche y me coloqué la funda sobaquera. Quería averiguar por qué había disparado a Willy.
    No la encontré en el chalet. Llamé a Melani, por si había llamado a la oficina, pero nones. Cuando llegué a su casa estaba la policía, Muñoz-seca controlaba el registro.
    — ¿Cómo va todo?
    —Una operación redonda. Hemos pillado sesenta y cinco millones y van apareciendo más.
    — ¿Está aquí su mujer?
    —No había nadie cuando llegamos, abrimos con las llaves de Blas Ortega. ¿También te la quieres beneficiar?
    — ¡Qué va! Fue ella la que disparó a Willy, Julio solo la acompañaba. Utilizó una pistola con silenciador, posiblemente una PPK.
    — ¿Y por qué iba a encubrirla Alcocer?
    —Encoñamiento, supongo.
    — ¿Ese? —sonrió con suficiencia—. Para nada, es de los del colmillo retorcido.
    —Pues ya me dirás. Tendrás que apretarle las clavijas y que lo confiese todo, a ver si nos enteramos de que va la cosa. Willy no representaba ningún peligro.
    — ¿Estás seguro de que fue ella?
    —El noventa y cinco por ciento de las papeletas.
    —Emitiré una orden de búsqueda. La hemos llamado esta mañana al móvil que le entregó Alcocer pero no ha contestado. El teléfono sigue aquí, en la casa, está controlado por GPS, pero ella no.
    —De pronto desaparece, que curioso. ¿Tenéis a Blas en vuestras oficinas?
    —Sí, lo llevaremos al juzgado a primera hora de la tarde y de ahí a prisión.
    —Me gustaría hablar con él, serán solo unos minutos.
    —Pásate por la UDEF, yo aún tengo para rato. Este bobo tenía todos los datos escritos en papel.
    —Ya me fijé que no usaba ordenador.
    —Les aviso que vas para allá y emito la orden para Laura —teléfono en mano.
    Camino de la UDEF. Quizás el marido supiera algo.
    No estaba de humor Blas Ortega, pero nos sentaron en una habitación frente a frente, algo tenía que decir.
    — ¿Que haces aquí? ¿Ahora eres policía?
    —No, pero tengo amigos. Me enteré de tu detención y vine a verte. Aunque no traigo buenas noticias. ¿Sabes dónde está tu mujer?
    Me clavó sus ojillos marrones.
    — ¿No se supone que eso deberías saberlo tú? ¡Menudo detective estás hecho! ¿No la han detenido?
    — ¿Y por qué iban a detenerla?
    —Fue ella la que me presentó al chino. Algo de culpa tendrá, digo yo. ¡En mala hora la conocí!
    Joder con la bella Laura.
    —La detendrán si formó parte de vuestro negocio, yo en eso ni entro ni salgo. Vine a verte porque me confirmaron lo de las manchas de semen. Sé que no vas a poder pagarme, pero me gusta terminar los trabajos para los que me contratan.
    —O sea que llevaba yo razón.
    —Sí.
    — ¡Hija de la gran puta! —exclamó dando un puñetazo en la mesa.
    Los guardas se asomaron, pero les hice un gesto con la mano para que salieran.
    —No creo que se escape de rositas. ¿Sabes si tenía una pistola con silenciador?
    — ¿Y a qué viene esa pregunta —preguntó desconfiado.
    —A que cuando mi empleado descubrió a tu mujer y a su amante a ella no se le ocurrió otra cosa que pegarle dos tiros.
    —Te estás quedando conmigo.
    —No.
    —Anoche no me comentaste nada.
    —No sabía aún quién lo había matado, pero esta mañana un testigo la identificó. ¿Tiene ella esa pistola?
    —Sí, una PPK. A una amiga suya la metieron en chirona por matar a un tipo que intentó violarla. Dice que si su amiga hubiese tenido silenciador nadie se habría enterado de nada.
    — ¿Y a ti te parecía normal?
    —Tiene sus manías, la zorra. Pero no veas como folla.
    —Ya, pues en la cárcel tendrá que practicar las tijeritas. ¿Sabes dónde puede estar?
    —Ni idea. En el chalet, en casa de mi hermana... O se habrá escondido si sabe que la buscáis. A mi ya me da igual, me ha puesto los cuernos, que la jodan ¿Tienes tabaco?
    —No, pero puedo hacer que te pasen un paquete cuando salga.
    —Vale, Oye, no sé como va a terminar esto, pero te pagaré en cuanto pueda.
    —Ahora tienes otras preocupaciones. Pero si se te ocurre donde puede haber ido lo tendrán en cuenta a la hora de las acusaciones. El marrón gordo se lo comerá el chino.
    — ¿Estos? ¡Pero si son unos chorizos! Me traje setenta kilos de Sevilla y ahora dicen que solo había sesenta y cinco.
    Mis alertas se activaron
    — ¿Estás seguro de que trajiste setenta?
    —Hostia, los conté en Sevilla y otra vez al llegar a casa. Setenta kilazos.
    — ¿Y la policía dice que sesenta y cinco? Cinco millones de euros es un pastón.
    —Pues eso dicen. Alguno los ha trincado.
    — ¿Contaste el dinero esta mañana antes de salir?
    —No, lo había contado por la noche, para qué iba a contarlo otra vez.
    —Pues es raro que hayan desaparecido a la vez los cinco millones y Laura. ¿A ti no te perece raro?
    — ¡No me jodas! — con la intuición de haber sido engañado por partida doble.
    —Es que conozco al Inspector Jefe que ha llevado la operación y me extraña que nadie de su equipo haya tocado el dinero.
    — ¿Pero tú tienes algo que ver en esto?
    —Que no, joder. Le llamé cuando supe que te había detenido la UDEF. Ha salido en televisión. Yo andaba detrás de tu mujer, sospechaba que estuviese involucrada en la muerte de mi empleado. Que casualidad que cuando la voy a pillar desaparecen ella y los cinco millones.
    — ¡Será zorra!
    Le dejé con sus lamentaciones. Ahora sí tenía respuestas a mis preguntas. Sabía que la vigilaba y temía que su marido se enterase de su asunto con Julio antes de poder meterle mano al dinero. La muerte de Willy había sido una distracción para alejar mi atención hacia otra parte, para ganar unas horas mientras llegaba la pasta.

    No la encontramos. Julio Alcocer había callado respecto a la muerte de Willy porque ella le había prometido la mitad del dinero. Cuando le presionó Muñoz-Seca y supo que había testigos hizo un trato y lo confesó todo. Ella pasó a ser una de las tantas fichas de la Interpol, se la tragó la tierra. Dos días después de la redada me presenté en casa de Daniela.
    — ¿Te la has follado? —preguntó
    —No. La he acusado de asesinato.
    Se acercó hasta mí y me besó.
    —Cada día me gustas más —dijo mientras se desabrochaba los vaqueros.

    Había pasado una semana y nada se sabía de Laura. Cinco millones de euros eran muchos, los suficientes para desaparecer sin dejar rastro. La memoria de Willy me pedía justicia y yo no se la podía dar. Estaba en la agencia, melancólico por mi impotencia. Podía entender que la vida de Laura había sido dura, podía entender que se sintiese mercancía junto a Blas Ortega y podía entender que quisiera desaparecer con los cinco millones. ¡Ole sus ovarios! Pero no comprendía la indiferencia con que había segado la vida de Willy, sin pararse a pensar si suponía algún tipo de amenaza para sus planes. Trataba de justificarla a ella y a su acto trayendo excusas de sus vivencias, intentando ponerme en su piel. Hurgué en su pasado y en su miseria, que tuvo mucha, y entendí que quisiera alejarse de ese mundo en el que estaba inmersa. Pero no a cualquier precio, ni a costa de la vida de una persona. No podemos ser ajenos a nuestros actos. Y en las mismas circunstancias que Laura otras mujeres habían adoptado decisiones valientes plantándole cara a la vida, como hizo el mismo Willy. Concluí que no podía permitir que asesinaran a un empleado mio y que su muerte quedara impune, no era de recibo.
    Contraté a un traductor de chino y lo llevé conmigo a la penitenciaría de Soto de Real. Me entrevisté con el chino y le expliqué el papel delator de Laura en la operación que había terminado con sus huesos en prisión. No me dijo que pensaba hacer, con la misma frialdad que me recibió me despidió. No hubo sonrisas ni apretones de mano.
    Dos meses más tarde, acercándose la navidad, encontraron el cuerpo de Laura flotando junto a la playa de una isla del Pacífico. Chinos hay muchos, y en todas partes. Me lo notificó Muñoz-Seca en persona. Nos miramos y comprendimos. Era una pena, a él también le caía bien Laura.
    —Sé que estuviste en Soto del Real con el chino. No voy a remover la mierda, pero ya solo te debo una —me dijo antes de irse.
    Como una semana después recibí un sobre con cien mil euros. Dinero manchado de sangre, de la de Laura y de la de Willy. No me pertenecía, se lo entregué a la Fundación del padre Carralta. Hay veces en que se tome la decisión que se tome ninguna de las opciones nos va a satisfacer. Así me pasó respecto a Laura y no estoy orgulloso de mi proceder, pero en idénticas circunstancias volvería a hacer lo mismo. Ahora tengo otro chófer, igualmente reclutado entre los pupilos del padre Carralta. Paco se llama.
    Daniela ha convencido a Melani de que se venga a celebrar el fin de año con nosotros. También dice que quiere presentarme a sus padres, pero eso ya no me convence tanto, huele a trampa. Aunque me temo que terminaré cediendo porque Daniela es mucha Daniela.

viernes, 1 de febrero de 2013

La mujer de rojo (3 de 4)



Tenía café en la cafetera, solo tuve que calentarlo. Añadí a la bandeja dos vasos para el whisky y las tarrinas de tiramisú. Laura escenificaba pose en el sofá, las piernas cruzadas sin terminar de enseñar pero mostrando más de lo que ocultaban y los labios rojos entreabiertos. Coloqué la bandeja en la mesita y serví dos medidas cortas de whisky, quedaba mucha tarde por delante y ya habían caído dos copas de vino. Mensaje en el móvil. Me senté frente a Laura y lo leí mientras ella goloseaba con el tiramisú como si fuera otra cosa lo que se traía entre labios. “La chica estuvo por aquí, a él todavía no lo han reconocido. Seguimos buscando”. Era de Calín, y vaya si se había dado prisa en movilizar a sus “conocidos”.
    —No era este el postre que yo imaginaba —susurró Laura—. Quiero eso que tenías para mí —dijo con la mirada fija en mi entrepierna.
    Saqué de mi bolsillo las bragas rojas y las deposité sobre la mesita.
    —Te las dejaste en el chalet —dije.
    Su pose de gata en celo se fue al garete en un instante, su mirada se tornó recelosa. La atajé antes de que me endilgara otra milonga.
    —Te voy a decir como pasó. Julio y tú erais amantes, de paso que hacíais vuestros deberes le dabais gusto al cuerpo. Regresabas al chalet por las bragas cuando sorprendiste a Willy haciendo las fotos. Debe ser normal en ti ir sin ellas, sino no las habrías olvidado. Pero eso es lo de menos, el caso es que alertaste a Julio sobre Willy y salisteis juntos en su persecución, por eso se quedaron las bragas en la habitación. La autopsia de Willy revela que le dieron una bofetada y un puñetazo, no gran cosa, pero algo debió decir que hizo que Julio perdiera los nervios y le metiera dos balazos. Y tú estabas delante. Quizás hasta sepas dónde tiró el arma y los casquillos.
    Se podría decir que la pillé en bragas, pero estaba acostumbrada a lidiar en esa indumentaria y tenía muchas tablas.
    —Pensaba decírtelo cuando todo pasara y hubieran detenido a Blas. Es cierto que fui con Julio pero no vi como pasó, me quedé en el coche. Él se fue tras Willy.
    — ¿No saliste del coche para nada?
    —Curioseé los escaparates. Había una tienda que vendía semillas de marihuana y más adelante una inmobiliaria. Julio regresó y me contó lo que te dije anoche.
    — ¿Escuchaste los disparos?
    —No.
    —Que extraño, los disparos hacen un ruido considerable. La única manera de amortiguar el ruido es usando un silenciador. Eso desmontaría la historia de Julio, eso de que disparó pensando que Willy iba a sacar un arma. El uso de silenciador indica premeditación, fue a por Willy con la intención de matarlo. Pero me cuesta creer que fuera solo por las fotos, al no encontrarlas lo lógico es que hubiese tratado de averiguar dónde estaban.
    —Solo sé lo que él me dijo. Tenía miedo a que me interrogara la policía y Blas se enterase, por eso te mentí sobre mi presencia.
    — ¿Le viste tirar los casquillos?
    —No —encendió un cigarrillo.
    No iba a ser tan tonto como para tener testigos cuando los tirase, de Perogrullo. Apuré el tiramisú y endulcé el café. ¿Tendría Julio un pasado oscuro y temió que Willy lo sacara a la luz? ¿Un pasado corrupto? No encontraba otra explicación. Las fotografías solo lo mostraban saliendo del chalet contiguo al de Laura, solo servían para aventurar conjeturas, nada definitivo. Y aunque hubiesen mostrado a los amantes en alguna actitud comprometida debió intentar recuperarlas, ninguno de los dos posibles justificaba la ejecución de Willy.
    Laura recomponía sus gestos, seductora en sus posturas, felina en sus movimientos.
    — ¿Y el whisky? —había vaciado su vaso de un trago.
    Señalé con el dedo a mis espaldas. Todo un espectáculo verla desplazarse, la costura de las medias acentuando con su línea erótica la sensualidad de unas piernas subyugantes. Regresó con la botella de Jim Beam en una mano y el vestido en la otra, la ropa interior realzando cada uno de sus encantos. Pero sus ademanes carecían de naturalidad, como si repitiera una secuencia que irremediablemente tuviera que conducirnos hacia donde ella quería. Dejé que me besara y aferré sus nalgas, miel en mis manos. Luego la miré a los ojos.
    —Ponte ese vestido que trajiste en el bolso. Tenemos que irnos.
    Hizo un mohín de disgusto.
    —Es la segunda vez que me niegas —pero obedeció y fue a ponerse el vestido.
    Me contemplé en el espejo del hall diciéndome que no me reconocía en el rechazo, que no era el mismo. Laura se puso la gabardina y le entregué el teléfono para que se comunicara con Julio. Se retocó los labios antes de salir, mi boca aún guardaba el sabor de su beso y de su carmín.
    —Tú te lo pierdes, detective —me dijo antes de irse.
    Regresé al salón y llamé al inspector Rojas. Solícito nuevamente.
    — ¿Se sabe que munición utilizaron?
    —Nueve milímetros corto. ¿Por qué quiere saberlo?
    —No se escucharon los disparos, se me ocurrió que quizás usaran silenciador.
    —Dígaselo a su amigo Muñoz-Seca, se ha hecho cargo del caso.
    —Gracias de todas formas —colgué
    Podría tratarse de una Walter PPK con silenciador, o de una Bersa Thunder 380 argentina. Convendría averiguar si Julio Alcocer poseía alguna, pero no podría preguntar a Muñoz-Seca hasta que concluyese la operación. Solo quedaba un día, podía esperar. Tampoco tenia manera de saber si Laura decía la verdad, ya me había mentido una vez. Ignoraba su pasado pero lo suponía duro, seguramente tendría miedo de actuar de testigo en la acusación de un policía. De sentido común era, con sus antecedentes como prostituta la defensa de Julio pondría en tela de juicio su declaración. Habría que indagar en el pasado de Julio en busca de conductas corruptas, siguiendo el rastro que siempre dejan. Muñoz-Seca sería el primer interesado en establecer la inocencia o culpabilidad de su subordinado.
    Ya había pasado un tiempo prudencial, podía largarme. Entonces las vi, sobre el sofá, se había dejado las bragas. Volví a guardarlas en mi bolsillo.
    Llamé a Daniela y luego me pasé por la agencia para recoger el material necesario para instalar los micrófonos en el chalet de Fuente del Berro, una grabación afortunada podría condenar a Julio. Cuando intenté guardar las bragas junto al vaso y la colilla caí en la cuenta de que estaban en la caja del banco, volvieron a mi bolsillo. Pasé las siguientes tres horas sembrando micrófonos, tanto en la casa como en el patio trasero por donde se comunicaban, poniendo especial empeño en que no se notaran. Cuando salí a la calle comenzaba a llover de nuevo, el tráfico era intenso y no quería llegar tarde a mi cita con Blas Ortega. Estaba claro que después de aquel cobro no iba a volver a ver su dinero, pocas ganancias iba a sacarle al caso de la bella Laura. En el trayecto me llamó Melani diciendo que se marchaba a casa y que había llamado la madre de Willy para decir que el entierro sería al día siguiente. Pobre mujer, absorbido por los acontecimientos se me había olvidado llamarla para darle el pésame. Tampoco me había llamado ella para preguntar por las circunstancias de la muerte de su hijo, debía pensar que como había ocurrido en su barrio tenía que ver con el pasado de Willy, que estaba enganchado de nuevo. No podía mitigar su dolor de madre ante la pérdida de su hijo, pero al menos hablaría con ella para que se pudiera despedir estando orgullosa de él.
    Blas Ortega no era un tipo pretencioso, residía por Arturo Soria y su chalet no era de los mas lujosos de la zona. Estaba amueblado con funcionalidad, sin detalles superfluos. Su despacho tenía un aire de rancia oficina, con ficheros grises y paredes desnudas de cualquier adorno excepto por un reloj redondo con publicidad de su empresa. Hasta la vieja mesa de madera que soportaba el teléfono y el fax (no tenía ordenador), parecía rescatada de algún resto de segunda mano. Me hizo sentar y cerró la puerta, cerciorándose de que su mujer no estuviera en las inmediaciones. No tenía pinta de mala gente ni de estafador. Estatura mediana, escasez de pelo, barriga cervecera, tan solo los ojillos vivarachos delataban su astucia.
    — ¿Y bien? —preguntó interesado.
    —De momento pruebas no hay, no la hemos visto en compañía de nadie —una mentira que pensaba rectificar en su momento—. Pero sus visitas al chale de Fuente del Berro me tienen escamado. Si existe algún amante es muy discreta, entra de alguna manera que nosotros no descubrimos. Como es el único lugar en el que permanece el tiempo suficiente para mantener una relación creo que lo mejor será hacer una prueba a las sábanas, si el amante existe habrá restos de semen en ellas y el laboratorio nos lo dirá. En caso de que sea negativa demostrará la inocencia de su esposa, al menos desde que establecimos la vigilancia.
    Blas Ortega se quedó pensando mientras tamborileaba los dedos sobre la superficie de madera, la vista perdida en algún lugar de la pared. Tras sacar sus conclusiones extrajo un abultado sobre del cajón de su mesa y me lo entregó.
    —Está bien, casi apostaría a que me ha puesto los cuernos, pero no voy a dudar de su profesionalidad. Esa prueba nos sacará de dudas.
    Me acompañó hasta la salida, pero había un A-3 obstaculizando el paso de mi vehículo.
    —Es el coche de Laura —se excusó Blas Ortega—. Me dijo que salía por tabaco, ahora le digo que venga a quitarlo —estrecho mi mano y se despidió, dejando abierta la puerta de la calle—. ¡Lauraaa!
    Apareció vestida de blanco, con un vestido idéntico al de Marilyn en la película en que se le vuela el vestido sobre la rejilla de aire caliente.
    —A Blas le gusto así —dijo como si tuviera que justificarse.
    Miró hacia atrás asegurándose de que su marido no nos vigilaba y metió una tarjeta en el bolsillo de mi chaqueta.
    —Es la dirección de la entrega.
    —No es eso en lo que quedamos —protesté.
    —Se hará mañana por la mañana, lo han adelantado, no hay tiempo para quedar con Julio. Pásaselo a la policía.
    Montó en el Audi y arrancó, luego abrió la ventanilla.
    —¿Es que ha ocurrido algo? —pregunté
    Echó el coche hacia atrás.
    —Blas está que bufa por tener el dinero aquí, no le gusta, ya te lo dije. Llamó al chino y adelantó la entrega.
    El camino estaba libre, nada justificaba mi presencia allí. Laura salió del Audi y estrechó mi mano.
    —Vete, nos está mirando.
    No volví la cabeza para comprobarlo. Monté en el coche y arranqué. Me detuve dos calles más arriba, cabreado. Todo el trabajo con los micrófonos al carajo. Llamé a Muñoz-Seca, y tuve que interrumpir algo porque me contestó con un gruñido.
    —Peña al aparato. Tengo que verte, ahora. Muy urgente.
    Sabía que no le llamaría sin un buen motivo, pero quiso asegurarse.
    — ¿No puede esperar?
    —Yo, sí. Tú, no.
    —Me paso por tu oficina —dijo.
    —Mejor no, tuve anoche visita y no sé si dejaron algún regalo curiosón.
    —Entiendo. ¿Tomamos café entonces?
    —Sí, en el mismo sitio. Date prisa.
    La cafetería junto a la casa de Daniela me venía de perlas, a ella quería verla después.
    Cuando llegué ya estaba allí Muñoz-Seca, los polis pueden usar lucecitas y sirenas que los detectives no.
    — ¿De qué se trata? —espetó mientras me acercaba.
    —Han adelantado la entrega, se hará mañana por la mañana —le tendí la tarjeta—. En esa dirección.
    — ¿Y tú  cómo te has enterado?
    —Fui a casa de Blas a por un anticipo y la bella Laura me pasó el dato, no tenía tiempo de avisar a Julio. Ya te dije que la conocí anoche. Y eso que me pasé toda la tarde instalando micrófonos.
    Muñoz-Seca bufó.
    — ¡La leche! Y tenemos que montar todo el operativo. Salgo pitando —y con el móvil ya en la mano, mientras se alejaba— ¡Te debo una, Peña!
    — ¡Dos, con esta me debes dos! —que llevara bien las cuentas.
    Aunque la auténtica sorpresa del día me esperaba en casa de Daniela. Cierto que llegué un tanto desbocado, no era para menos después de las exhibiciones de Laura, pero ella también puso su granito de arena recibiéndome con aquel negligé transparente. En lo mejor del beso se separó de mí y me miro a los ojos igualito que yo había mirado a la bella Laura.
    —No soy segundo plato de nadie, ni estoy para saciar los calentones que otras provocan. Fóllatela de una vez y luego hablamos —y me señaló la puerta.
    No era mi día, me fui con el rabo entre las piernas. ¿Os he dicho alguna vez que Daniela  es tremenda?