Me empleé a fondo aquella noche
con Sara, la sacié impelido más por un mecanismo de hábito que porque estuviese
concentrado en lo que hacía, dejé que mi cuerpo se dejase llevar por el rito
tantas veces repetido y me tranquilizó escuchar sus gemidos de gozo, mi mente
estaba con Afrodita y su marido, con el lio en que me había metido por no haber
atajado a tiempo el disparate del cuadro. Aferrado a sus caderas la embestía y
contemplaba como se agitaban sus nalgas, ávidas y golosas, dudando que fuera capaz
de correrme y buscando una excusa para justificarme sin que ella me agobiara
con preguntas tratando de buscar una explicación, o peor aún, que llegase a la
conclusión de que lo nuestro estaba acabando antes de consolidarse. Logré
finalmente concentrar la receptividad de mis terminaciones nerviosas en lo que
sentía mi pene dentro de su delicioso coñito húmedo y alcancé el orgasmo con un
grito de triunfo que ella interpretó como de intenso placer. El sueño llegó
para engullir mis problemas poco tiempo después, abrazado a su carne generosa.
Sara tenía que llevar documentación a la
droguería donde empezaba el lunes y se marchó temprano, antes de que yo
despertase, aunque me dejó el recuerdo somnoliento de un beso sobre mis labios.
Apenas desperté el problema regresó a mi cabeza, abrí el portátil y traté de
apartarlo. Tenía un correo de Jorge, un colega de los blogs literarios, se iba
a celebrar un encuentro de escritores ese fin de semana en Toledo y me pedía
que fuera, que se iban a presentar también un par de editores de poca monta y
quería presentármelos. El truco consistía en seleccionar diez o doce relatos y
publicarlos, no había distribución por detrás pero con los libros que compraban
los conocidos de cada autor cubrían gastos y sacaban un pequeño beneficio.
Jorge decía que por conocerlos no perdía nada y que la tertulia sería
interesante y amena, que no seriamos más de quince. Yo era reticente a
relacionarme con el mundillo literario, no pretendía ganarme la vida con ello y
la literatura era para mi el único reducto donde me permitía ser yo exento de
hipocresías, y no quería mancillarlo. Pero consideré que podía ser mejor opción
para el fin de semana que la visita al nacimiento del rio Cuervo, tendría menos
tiempo de intimidad con Sara y menos posibilidades de caer en la tentación de
contarle lo del cuadro y estropear la relación, antes debía solucionarlo. Se lo
comentaría al mediodía.
Navegué por los blogs de los escritores que
iban a acudir al encuentro, siguiendo la lista que me había proporcionado mi
amigo. Había una eclosión de seguidores de Bukowski, me pregunté las causas,
acaso porque la crisis acercaba a unos y otros al lado descarnado de la vida,
una pared fea y gris llena de vómitos alcohólicos y grafitis de rostros
desesperados o tristes. Pero también era una bandera bajo la que se ocultaban
textos mediocres y vulgares que no decían gran cosa, aparte de describir las
rutinas vacías de los protagonistas envueltos en un halo nihilista proclive al
fatalismo que los hacía buscar un simulacro de colores en el alcohol o las
drogas. Yo había pasado por eso, podía comprenderlo pero no hallaba
satisfacción en refocilarse con ello. Juntos a estos textos había otros que
iban más allá, buenos textos que plateaban preguntas sin preguntar, que daban a
entender sin explicar, tan solo a través de sus gestos...literatura. Sería
interesante ver como unos y otros, seguidores del viejo cartero, contrastaban
sus diferentes enfoques, o si por el contrario se consentían, indolentes bajo
el epígrafe de los fans.
Salí a la calle dándole vueltas
a lo de Afrodita y su marido, en el problema que tenía que resolver. Extraño el
tipo, no dudaba amenazar con el peso de sus abogados pero permitía que su mujer
se acostara con otros. ¿Sería impotente? Recordé la sombra que me pareció ver
cruzando el pasillo mientras embestía a Afrodita sobre la mesa de la cocina. Un
voyeur, lo imaginé mirando por un agujerito mientras su mujer me cabalgaba
pocos minutos después en el dormitorio y me costó definir la imagen, el rostro
que la noche anterior había conversado conmigo irradiaba firmeza y decisión,
diría que también serenidad, me costaba ubicarlo en su papel de fisgón del
sexo. Recordé las palabras de Afrodita refiriéndose a él, que era cruel y que
podía llegar a ser terrible, también que la ignoraba. Evidentemente la última
afirmación era errónea, él llevaba razón en que en el asunto del cuadro yo
podía llevar la peor parte y ella escaparse de rositas con la ayuda de un buen
abogado, pero ni siquiera estaba dispuesto a permitir que pasara por el
bochorno de verse acusada, se preocupaba por ella. Me pregunté si me encontraba
ante alguna especie de relación decadente de esas a la que entregan las gentes
adineradas en busca de nuevas sensaciones una vez alcanzadas las metas que puede
proporcionar el dinero, un poco hastiados de todo. Me costaba entender que un
hombre soportara el peso de los cuernos estoicamente, con aquella indiferencia
con la que me había animado a que me follara a su mujer siempre que logrará
quitarle de la cabeza la intención de estafar a la compañía de seguros. También
podía ser que sus negocios fueran tan turbios que le tuviese pánico a que la
policía husmeara en ellos, en la sufrida piel de toro la corrupción y la estafa
estaban a la orden del día y continuamente se destapan nuevos casos, pudiera
ser que le formara parte de ese tejido podrido que succionaba la riqueza del
país. Tampoco me dio esa impresión al conocerlo. En cualquier caso podían ser
varias los motivos para su conducta y acaso el verdadero no llegara a
suponerlo, pero su aquiescencia sexual era insólita y me hacía recelar de todo.
Podía suponer que tras su entrega de los dos mil euros y si cumplía con éxito
el cometido al menos habría otros dos mil, una remuneración que sanearía mis
finanzas y me permitiría algún capricho, pero con gusto hubiese retrocedido en
el tiempo para evitar mi primera visita a la vivienda de la extraña pareja.
Tenía que hablar con Afrodita fuera de su ambiente, donde ella no marcara los
tiempos y pudiese sonsacarla sobre el carácter de su relación e ir preparando
el terreno para disuadirla de su propósito. La llamé por teléfono y la propuse
tomar una copa por la noche, accedió sin problemas.
Aparte de hacer acto de presencia nada me
reclamaba en la oficina, excusé mi presencia alegando trabajo. El inicio de mes
había trabajado duro y cubierto objetivos, podía permitirme cierta desidia
durante la segunda quincena. Me planteaba si visitar ya al marido de Afrodita
para concretar su propuesta o esperar a que hablara a la noche con ella cuando
sonó el móvil, era Leti, que andaba por Madrid y que si tomábamos algo en
alguna parte, no me dijo de quedar en mi casa. Acepté. La mañana era espléndida
y una terraza me pareció buen lugar para pasar un rato charlando, quedamos en
la estación de Atocha, me gustaba su trasiego de gente bajo las holas de las
palmeras del jardín cubierto. Leti no era muy comunicativa sobre su vida
privada y solía ir directa al grano cuando se acercaba a Madrid, solo era el
sexo lo que le interesaba de mí, así que me extrañó un tanto su invitación,
esperaba que no fuera para hacerme partícipe de sus infortunios contándome
alguna historia truculenta.
Estaba sentada en la terraza cuando llegué,
en la más próxima al estanque de las tortugas. Vestía falda corta vaquera,
botines de cuero marrón, medias negras transparentes y camiseta blanca sin
mangas y con escote, tenía cruzadas las piernas y se me antojó tentadora. Me
recibió con dos besos y nos sentamos. Junto a la Mahou de cinco estrellas “Los
detectives salvajes” de Roberto Bolaño en una edición de Anagrama. Le pedí que
se quitara las gafas de sol, me gusta mirar a los ojos y me encantaban los
suyos, verdes e inquisitivos. Me senté a cuarenta y cinco grados de ella,
quería verle las piernas mientras conversábamos, el encaje en que finalizaban
me provocó una erección que a ella le desató una sonrisa maliciosa. Sabía que
le gustaba la lectura, aunque más de tipo novela histórica.
— ¿Te gusta Bolaños? —le pregunté
—Me lo recomendó un amigo, me había leído las
cincuenta sombras y le comenté que era un bodrio y me recomendó este. Es
diferente a lo que acostumbro a leer pero me está gustando.
— ¿Vas en la moto con esa faldita?
—Me traje el coche, llevo dos días en
Madrid.
— ¿Y eso?
—Buscando vivienda.
Intuí que me iba a soltar una historia que
no sabía si quería escuchar, pero me tenía enganchado a sus ojos verdes y la
promesa que sugería la terminación de sus medias, todas mis preocupaciones
quedaron relegadas a una celda de mi cerebro en ese momento.
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