Prologo 1
Bien, el blog tiene pocos lectores y pocos comentarios también. Lo uso para
ir experimentando pero de pronto me empieza a atrapar mi novela “La Hermandad
de los Abderrahim” y se me ocurrió ir destripando la novela a medida que la
escribo, que también es experimentación. Primavera quedará ahí relegada hasta
que concluya la novela, me voy a centrar en un solo proyecto. Más que otra cosa
porque la historia, dubitativa hasta ahora, ha alcanzado una dimensión que me
seduce y quiero centrarme en ella. Tengo también face y twitter para ir
desarrollando todo el mecanismo, pero en el blog puedo destriparla con más
precisión. Tengo la costumbre de cruzar relatos y la Hermandad nació de esa
costumbre. El primer relato de mi ebook “El secreto de las letras” se llama “La
biblioteca del diablo”, y es la simiente de la novela, aunque solamente como
punto de partida. No sale ningún diablo ni ser sobrenatural, la novela de la
Hermandad es una historia de suspense que se va sumergiendo en el género negro
y que tiene algunos flecos de ciencia ficción como tributo a esa vertiente de la
literatura que siempre veneré. Os recomiendo comprar el ebook para conocer el
comiezo de la novela, el enlace está a la derecha del blog.
Aunque no es indispensable para la comprensión de la obra, que perfectamente se
puede desarrollar a partir del segundo capítulo. Pero que si compráis el ebook mejor para mí. Un día se me ocurrió dar continuación a ese relato, que no
había quedado cerrado sino abierto a diferentes interpretaciones, así que me puse a ello,
se fueron añadiendo personajes y de pronto me encontré escribiendo la novela.
Desde el principio mi intención fue adaptar cada capítulo a la longitud de los
relatos que suelo publicar en la web tusrelatos, y luego ver como quedaba todo
junto. La acción se desarrolla desde el punto de vista de los personajes que
van apareciendo y a partir del tercer capítulo son siempre dos por capítulo. Es
un recurso que suelo emplear en mis relatos de género negro, narrados muchas
veces desde dos o tres voces diferentes. Mi ebook “La otra cara de la
supervivencia”, por poner un ejemplo, está narrado desde dos voces diferentes.
El primer capítulo de la novela
(o el segundo si tenemos en cuenta La biblioteca del diablo), está narrado por
el amigo de uno de los protagonistas y hace referencia a la muerte misteriosa
del narrador de La biblioteca del diablo. Aún no tenía definido el sendero de
la novela y jugué con varias posibilidades. He de decir que cuando me siento a
escribir no tengo mis historias definidas, si acaso vagamente o nada en
absoluto. Otros escritores han tomado antes apuntes y hasta diseccionado su
obra antes de ponerse a escribirla. El joven autor Daniel Montesinos (Venerdi),
con el que suelo departir sobre literatura y sobre las maneras de elaborarla,
suele emplear alguno de esos métodos. Yo no puedo, a mí me salen de tirón la
mayoría y son minoría los que tienen su estructura o argumentos trabajados con
antelación. En este primer capítulo nada estaba definido aún y estuve probando
posibilidades, códices y autores aparecen confabulados y enterados de la
existencia de la Hermandad y todo apuntaba más bien a una de esas historias
tipo Codigo Da Vinchi o tipo El Ocho. Afortunadamente mi vena negra se terminó
implantando al final del capítulo y se adueñó de la obra en los siguientes.
Además de con Venerdi suelo
conversar sobre literatura y literatos con Miranda, Lucia Clementine y None.
Lucia me comentó la conveniencia de moverme por la red y mirar otras cosas. Ciertamente
los ebook tienen difícil salida, es un mercado muy nuevo aún en un país
acostumbrado al pirateo y la crisis no ayuda precisamente, andamos buscando la
fórmula para seducir al lector y que compre. Y viendo cómo se movía la gente
por ahí pensé que no estaría mal ir comentando algunos aspectos de la novela
antes de publicarla, tratar de crear expectación hasta que salga y mostrar los
resortes que me mueven al escribirla. Y en eso estoy, aquí va el primer
capítulo de la Hermandad de los Abderrahim. En este primer capítulo solo
aparece un personaje.
Prologo 2
He cambiado el
título de la novela y el nombre de uno de los protagonistas. La
Hermandad de los Abderrahim me sonaba a novela hístórica o
exotérica, o a una de esas pugnas entre el bien y el mal, y no me
terminaba de convencer. También he añadido una primera entrada del
personaje de Zaza, para que el lector sepa que está ahi, aguardando
su aparición, y para remarcar desde el comienzo de la novela su
decidida vocación negra ribeteada de ciencia ficción. O no tan
ficción, según se mire.
Quisiera agradecer a
Carlo Fabretti y Juan Carlos Martini sus presentaciones y comentarios
en la colección que Bruguera dedicó la novela negra y a la ciencia
ficción allá por la decada de los setenta, de su mano fue un placer
adentrarme en esas dos vertientes de la literatura.
La perdición de Aguirreche
Zaza
Tenía el pelo azul y el morrito de fresa.
Había quedado con un cliente recomendado por los Veronesi, la familia para la
que realizaba la mayor parte de sus trabajos. El tipo era gordo y usaba gafas
negras, ocupaba una mesa en el despacho del gerente de una pretendida agencia
inmobiliaria que solo tenía del negocio la fachada. Dudaba que pudieran llegar
a un acuerdo, desde que había conocido a Noe seleccionaba los encargos y no
aceptaba ninguno que oliera a presunción de inocencia, se estaba planteando
dejarlo.
—Déjanos —le dijo el tipo gordo a su
guardaespaldas.
No se presentó cuando se quedaron solos, ni
le preguntó su nombre, tan solo le tendió un sobre marrón con la solapa abierta
y le indicó la silla para que tomara asiento. El contenido no le dijo gran
cosa, fotografías y datos de un ingeniero.
— ¿Quién es este? —quería saber un poco más
antes de rechazar la oferta, más que otra cosa por conservar las formas.
— ¿Acaso importa? —el tipo gordo la miró
con cara de palo—. Dicen los Veronesi que eres infalible pero que te estás
volviendo escrupulosa.
—Ahora mismo estoy servida, vine por no
hacerles un feo. Y no creo que te importe mucho como sea —dijo aproximando la
mano hacía el muslo donde escondía la pistola.
La sonrisa del gordo fue fría y suficiente.
—Tranquila, princesa. Espera a conocer al
angelito, tenemos un video de él. Después decides.
En una mesa contigua había un enorme Mac,
el gordo volvió hacia ella la pantalla después de teclear las instrucciones. Un
poco de cortesía sí que podía brindarle, para que no fuera con el cuento a los
Veronesi de que había rechazado el encargo antes de conocerlo. Aunque tenía
clara cuál iba a ser su contestación, el ingeniero no se iba a convertir en su
objetivo.
La grabación duró quince minutos, mostraba
secuencias grabadas y fotografías, escenas cotidianas de un tipo de ojos azules
y barba descuidada, nada relevante, pero cuando finalizó tuvo la certeza de que
tenía que matarlo. El gordo le tendió otro sobre, este lleno de dinero.
—El cincuenta por ciento, según tus
condiciones habituales.
Zaza tomó el sobre y lo guardó en su bolso.
Nada más tenían que decirse, abandonó el local. No acababa de entender por qué
había aceptado el trabajo, pero estaba decidida a que fuera el último. Caminó
hasta donde tenía la moto y aguardó a que el gordo saliera del local, quería
tenerle localizo por si las moscas, era una de las precauciones que tomaba al
aceptar un encargo. Lo siguió hasta el aparcamiento de una multinacional farmacéutica.
Empezaba a dolerle la cabeza, decidió regresar a casa.
Losada
La última vez que habíamos compartido mesa juntos Aguirreche investigaba la
relación del Codex Seraphinianus y el Manuscrito Voynich con la Hermandad de
los Abderrahim, citada por el arqueólogo Horacio Almendros en sus notas de
campo. Dado que Almendros desapareció en el desierto australiano Aguirreche no
tuvo oportunidad de cotejar sus respectivas investigaciones. Algo de luz aportó
el filólogo de árabe por la universidad de Granada Andreu Carbonell, pero su
trágica muerte atropellado por un vehículo que se dio a la fuga frustró las
expectativas de mi amigo. Carbonell había confirmado la existencia de la
Hermandad de los Abderrahim, ubicando su último enclave conocido en Eldorado,
una localidad de la provincia de Misiones, en Argentina. De allí se habían evaporado
al ser descubierto su rastro por Almendros. También mencionó una curiosa
Biblioteca del Diablo, en poder de la familia Almendros. El luctuoso accidente
que acabó con su vida aconteció antes de que le presentara pruebas fehacientes
de sus afirmaciones a mi amigo. Este intentó que la viuda le permitiera el
acceso a la documentación reunida por Carbonell, pero la había vendido por una
cantidad considerable a un supuesto catedrático al que no se pudo localizar.
Todo parecían ser trabas.
Me unía a Aguirreche la pasión
culinaria, ambos formábamos parte del mismo club de glotones habilidosos con
los fogones. Él se entusiasmaba haciéndome confidente de sus pesquisas y yo le
escuchaba complacido, nada tenían que ver nuestras profesiones. Nuestros encuentros
habían fraguado en mutua simpatía y amistad. Así que cuando me llegó la noticia
a través de otro miembro del club de que había caído en una especie de vacío
existencial me propuse hacerle una visita.
Vivía por el Barrio de las
Letras, una zona que en su variante de ocio nocturno se conoce por “Huertas”,
en un piso de altos techos rematados por molduras de escayola y paredes
pintadas de ocre. Me recibió, amable, pero con evidente falta de interés. El
abandono de su persona era lastimoso, cabello grasiento y despeinado, barba de
varios días y uñas sucias, el viejo y descolorido chándal que alguna vez fue
azul marengo mostraba numerosos lamparones grasientos. El suelo de baldosas
aparecía manchado de trazos oscuros y el polvo se acumulaba por doquier. La
cocina donde intentó preparar café tenía los fregaderos rebosantes de platos
sucios, las cacerolas con restos de comida enmoheciéndose y del sumidero
emanaba un olor desagradable. Conduje a mi amigo a su despacho, un horror de
libros y apuntes desparramados de cualquier manera, y empleé las siguientes dos
horas en adecentar la vivienda. Finalmente me senté frente a él con sendas
tazas de café dispuesto a desentrañar el motivo de su abulia.
Me es imposible transcribir la
conversación porque algunas de sus aseveraciones tuve que descifrarlas más
tarde con ayuda de la Wikipedia. Según Aguirreche Borges había contactado con
los Abderrahim a su vuelta a Buenos Aires, desconocía los cauces y la
naturaleza del vínculo, pero al parecer “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius” hacia
referencia al propósito de la Hermandad y contenía algunas de las claves,
veladas en cualquier caso, para interpretar el proyecto. Tlön se referiría a
los primeros bosquejos de los Abderrahim y Orbis Tertius una alegoría que
abarcaba la producción literaria de la Hermandad a lo largo de los años. Había
más escritores de renombre. La saga de La Fundación de Asimov retrataba en
clave de ciencia ficción el papel secreto que jugaba la Hermandad de los
Abderrahim en el destino de nuestro planeta, corrigiendo subrepticiamente la
política de los estados en favor de sus designios. No sabía decir si el método
empleado era similar al usado por los miembros de La Fundación. También nombró
a Nabokov y a Katherine Neville entre otros que no recuerdo, pues mientras
continuaba trazando su fantasía yo me planteaba la posibilidad de ingresar a mi
amigo en un hospital sin su consentimiento.
Debió intuir mis cavilaciones
porque me aseguró que para nada estaba loco y me arrojó dos ejemplares que
reproducían el Manuscrito Voynich y el Codex Seraphinianus, alegando que eran
textos arrebatados de la biblioteca de los Abderrahim.
—Son todo conjeturas, Aguirreche
—protesté—. ¿Qué pruebas concretas tienes?
—Estoy a punto de conseguirlas,
en unos días las tendré —la irrealidad asomaba a sus ojos.
—Además, no parecen muy duchos
esa gente de la Hermandad, el mundo esta hecho una mierda. Si fueran tan
poderosos todo iría mejor, se notaría su mano oculta —mi argumento era
contundente.
—Es que les importa un carajo
nuestro mundo, el que les importa está camuflado entre el nuestro.
Alcanzó un bloc de dibujo
protegido por una lámina de plástico transparente. Se apreciaba un bosquejo
incoherente, un galimatías de rectas y curvas sin sentido. Al levantar la lámina
transparente arrastró consigo arcos y segmentos trazados sobre el envés,
dejando a la vista la figura de una torre en construcción.
—Como esto —dijo Aguirreche—.
¿Comprendes ahora?
—Sigue siendo una hipótesis. Nada
plausible, por cierto. Esto excede la propia Teoría de la Conspiración, parece
demencial.
—Y sin embargo es tan real como
tú o como yo.
Me impacientaba.
—Pruebas, Aguirreche.
—Tengo algunas, pero por separado
no las comprenderías. En una semana las tendré, definitivas.
Dudé. Acaso necesitara medicación y en una semana el brote psicótico,
que pensé padecía, podía desencadenar consecuencias imprevisibles. Por otra
parte Horacio Almendros y Andreu Carbonell habían existido como personas
reales, no eran una imaginación de mi amigo. Decidí arriesgarme y concederle
esa semana.
—Como quieras. Pero si en una
semana no las has conseguido tendrás que acompañarme al médico. Todo esto tiene
pinta de paranoia.
Y en eso quedamos. Traté de poner
un poco de orden en el despacho, al menos para que pudiera caminar sin
tropezarse. No se opuso, ni siquiera intentó desarrollar su teoría para
convencerme. Me contempló mientras tomaba el café con una sonrisa conforme
aflorando en sus labios. “Escondidos tras un artilugio de espejos” fue lo único
que le oí murmurar. Después nos despedimos. Fue la última vez que vi a mi
amigo.
Desapareció, así de simple, tanto
él como el contenido de su despacho, en el que solo quedaron rastros de polvo.
Tengo algunos conocidos en Interior y traté de que removieran Roma con Santiago
en su búsqueda. Hace dos de meses y nada, ni el más leve indicio de su
paradero. Ni vivo ni muerto. Me puse en contacto con la familia de Carbonell,
tratando de conseguir pistas. Su hijo, tan amable como tajante, me insinuó que
su padre había perdido la vida a causa de su investigación, al igual que le
había ocurrido a Horació Almendros, que tenía una familia y que no pensaba
correr riesgos.
Escribí a Luigi Serafini, el
autor del Codex Seraphinianus. Al primer correo me contestó solícito, pero
cuando en respuesta al suyo hice una alusión a la Hermandad de los Abderrahim
solo obtuve silencio, y una velada amenaza cuando traté de insistir.
Frente a mi ventana hay una
sucesión de chopos que tienen su entorno alfombrado de hojas otoñales. Tras de
ellos hay una valla que delimita la propiedad del bloque de viviendas donde
resido, en un primer piso. En la acera sobre la que se asoma la valla,
delimitadora apenas y de un metro veinte de altura, una farola verde vierte su
luz amarillenta. Durante las últimas noches una niebla turbadora se posa sobre
el suelo impregnándolo de humedad y apelmazando las hojas con el barrillo del
suelo. La luz de la farola se esparce entre la niebla forzando una escena
fantasmagórica realzada por el eco de los pasos que recorren la acera de
enfrente, difuminada por la oscuridad. La secuencia reverbera las huellas
atrapándome en un desasosiego casi enfermizo. Aunque no es esa solo la causa.
Durante las últimas noches, también, una sombra oscura se ancla a un extremo de
la valla. Vislumbro lo que parece una gabardina y un sombrero, el rostro y las
manos se diluyen en las tinieblas. Por la estática del cuerpo deduzco que mira
hacia mi ventana, aunque no lo puedo asegurar.
Permanece en el mismo lugar durante media hora y luego se marcha. Me
despierto a media noche, sobresaltado, y vuelvo a encontrarlo cuando me asomo a
la ventana. Al rato desparece. Intento convencerme de que solo es sugestión,
pero la muerte de Carbonell y las desapariciones de Almendros y Aguirreche
planean amenazadoras sobre mi discernimiento. ¿Me vigilan? El miedo
intranquiliza mis noches.
Seguro que compro el e-book en cuanto llegue a la civilización...
ResponderEliminarEn este retiro en el que me encuentro me puedo conectar poco y mal; pero hoy lo he hecho con la intención de ponerme al día con tu blog. Voy a ello. El principio me ha cautivado!!