domingo, 20 de septiembre de 2009

A cada lado del rio


Sobre un racimo de paredes encaladas de blanco hilvanaba sus sueños. Brotando del vacío, en una entelequia imposible suspiraban sus anhelos. Una figura nacida del barro, voluntariosa, trazando cuentos de seda con los que se envolvía en las frías noches de invierno. Aunque su tiempo era la primavera, cuando de la nada sus manos se extendían forjando un universo.
Ingenuamente conmocionado, incapaz de ver sus propias raíces porque volaba extasiado. La savia que desde sus edades surgía con fuerza, coloreando con entusiasmo lo que él, en su ignorancia, pensaba que apenas se trataba de trazos desdibujados.
Entre tantas cartas perdía el rumbo. Daba vueltas y vueltas, eludiendo aquella que le dio el triunfo, cobardemente enlodado, temeroso de afrontar una dicha cierta, envuelto en cadenas que el miedo lastraba, en eslabones que siempre tuvieron abierta la puerta.
Intentaba anclar sus sensaciones a un suelo de calles empedradas, a ciertos monumentos, a un aroma de perfume y a un devenir por imágenes sublimes, engarzado a un marco que irradiaba una luz mágica, pretérito perfecto que intentaba eludir el corazón del que nacieron tan bellas canciones.
Pero las esmeraldas solo fueron fortuitos mecanismos minerales hasta que conoció sus ojos. Tan llenos de vida, tan siderales…..Y la danza de la piel un confuso laberinto que abrasaba sus sentidos en un cruel desatino. Ella invento las caricias, un camino ascendente aislado de todas partes, suspendido en el aire que le daba impulso, en una cima que estallaba quemando todos sus rincones. Tan igual, para transformarse en algo tan diferente, estremeciendo todas las fibras de su ser. Las distintas caricias que descomponían su piel para dar luz a una nueva, capaz de percibir sentimientos insospechados, de tal naturaleza que fue incapaz de hacer otra cosa que replegarse, asustado.
No era una boca diferente. Aunque besaba bien, también lo hacían otras. Pero de ella manaba un fuego bien distinto, que lo arrastraba desde un volcán desconocido, y en su impasible desconcierto sucumbía tembloroso, insaciable, pleno. Pasaba de un mundo a otro y no podía creerlo.
Ella iba y venia, como una burla. Tejiendo y destejiendo. Unos días amanecía estrella y otros guadaña. Lo ascendía hasta el cielo o lo despeñaba. Él no entendía porque, incapaz de ver las rejas que lo rodeaban, los fríos barrotes que engendraba su piel.
Enlazaban sus cuerpos en una sinfonía de pasión, surcando un frenesí de humedades, devorando la miel de sus goces, absorbiéndose el uno al otro, trascendiendo los cuerpos, feraz canibalismo de esencias. El sexo trenzaba un vínculo inmaterial que irrumpía en la química, haciéndolos sin igual. Ella tenía tanto miedo como él. Se aferraban a crudas realidades, temiendo que si se atrevían a volar se quedaran sin alas y se perdieran en un limbo desesperanzado, la última promesa rota. Acostumbrados a tanta aspereza rehuían el manjar después de trepar al árbol.
De cada encuentro nacían poesías sobre las olas, rimas con las que jugaba el viento, palabras mecidas por la luna, sensaciones que abrasaban el fuego, Los dedos que exploraban cada rincón tenían un tacto de sonrisas cómplices, de paseos de voz y misterio que pugnaban por maravillarlos. Cada uno tan especial, tan poderoso… Sentimientos que luchaban por expresarse, a través de la boca, por entre las caricias y los besos, impregnando los silencios, distorsionando el tiempo en un afán por pararlo, congelando esos instantes aferrados a una mirada, a una curva de los labios, a un éxtasis desbordado, a unas manos entrelazadas por la sorpresa de un mito hecho de barro, insuflado de vida por dos corazones desbocados.
El rió fluía vivo, alegrando los barrancos. Inventaron un aroma que no podía desligarlos. Intentaron las distancias, los amoríos, el embrujo de otras fragancias. Espacios yermos en un esfuerzo por ignorarse, por secar la fuente que desde el arroyo los convertía en cauce. Pero nunca pudieron eludir el rito que de tiempo en tiempo los hacia acercarse, consumidos por la fiebre de su desvarío, como imanes impotentes sucumbiendo a su destino. Un hilo invisible atravesaba la corriente tendiendo un puente que les atraía irremediablemente en el devenir de sus pasos por la orilla, desde donde se contemplaban, él y ella, a cada lado del río.

1 comentario:

  1. Tus palabras como siempre me atrapan y me llevan a lugares a los que de otra forma, mi simple imaginación nunca me llevaria.
    Feliz de tenerte en el club de los bloggers hermano Jose Luis. Hemos recoorrido caminos comunes y otra vez nos encontramos aquí.
    Un abrazo, te leeré seguido maestro...Walter Greulach

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