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domingo, 27 de septiembre de 2009

A qué más.


Amar. Desear algo del otro. Sus besos, sus sentimientos. Poseerlo. No es una cualidad sublime ni exenta de interés. En realidad es un acto tremendamente egoísta, al querer adueñarse de una parte del otro, haciéndola esclava de nuestros deseos. Una descarga química que nos acelera, que nos busca en el encuentro, llenándonos de anhelo.
Opté por no sufrir el dolor de tu ausencia. Y me paseaba, dichoso, sobre las olas de tu recuerdo. Bebiendo en la sonrisa e tus ojos, en ese brillo verde que revela más de lo que quiere.
Perdiéndome en la entregada acometida de tus besos, que exploran mis sensaciones, derrumban mis recelos y arrasan mis emociones.
Nunca la misma calle. Nunca el mismo pueblo. Nunca el mismo bar. Pero siempre tu impronta, envolviéndolos. Absorbidos por la burbuja mágica de tu presencia, en la que dulcemente me sumerjo y sueño las horas, abrazado a tu conversación.
Miradas y sonrisas entre plato y plato, entre copa y copa, con esa sensación de de bienestar, de instante gozoso. El tiempo pasa a mi lado, y me olvido en ti.
Pasos inequívocos sobre la piedra vieja, diferentes a todos los demás, pasos que horadan un túnel entre el resto, arrastrando nuestra dicha en la agridulce presencia del otro.
Todas me aburren menos una. Se lo dirás a todas. Menos a una. Pero callo, porque no quiero asustarte. No quiero despertar el ruido de tus sentimientos. No quiero que emprendas el vuelo de nuevo.
Contradicciones. Porque el hombre que encontró quiere anclarse en tus labios. El que tanto camina detiene sus pasos y te contempla, desnuda, dormida, sonriente, y no te quiere despertar. Solo fundir esa imagen y hacerla perenne, dejándola tatuada sobre su piel.
Fragor de los cuerpos. Sabiendo lo que buscan y como encontrarlo. Sintiendo después las agujetas del deseo. Siempre en el bolsillo la sonrisa del espasmo. Sin barreras cercenando. Caricias que vienen y van, que suben y bajan, que ceden, que empapan, que se incendian y arrebatan. Explosiones lanzándonos al pozo del éxtasis. A qué más.
Imposible equidistancia. Pero que más da. Atesoro cada uno de los instantes y los enmarco. Sabiendo que podrán arrasarlos. Pero no con todo lo que no se ve. Aquello que escala paredes y calles, caminos y labios, condimentos y lugares. Aquello que escala el deseo y el delirio del placer. Aquello que cuando todo pasa, lo hace permanecer. Lo que no se ve. La sonrisa que tu paso cincela en mí. El brillo de mis ojos cuando pienso en ti. A qué más.

miércoles, 23 de septiembre de 2009

nocturno


Nunca me nacieron versos luminosos, en estas noches oscuras. Aunque alguna vez me la luna me arrebató una sonrisa. Convicciones mezcladas con sueños. No hay sitio para el engaño, eso si. La noche es como un espejo que refleja la verdad desnuda. Por eso sus propósitos son siempre radicales, porque no te deja recovecos en los que refugiarte.
Viejos bosques donde canta la gaita leyendas perdidas en el tiempo, que arrastran embrujos de estrellas titilantes. Arroyos con brillos de plata y azabache. Susurros que se deslizan por la hierba mojada. No hay nadie que colisione el empeño bajo la cúpula miríada.
Solo tú y esta nada preñada de vida. Rebanadas de tiempo detenido prestas a ser devoradas bajo el atento sonido del silencio. Enciendo el corazón y me alimento con su llama, condescendiente la agridulce curva de los labios hacia la mano que intenta aferrar lo que nunca alcanza. Pero no importa, porque en esta hora todo se me permite, la soledad regala licencias con sello de autenticidad. No hay reproches ni fricciones en este soliloquio en el que reverberan las emociones, libre de lastres que te ahoguen.
Puedes mirarte a la cara y reconocer cada una de tus arrugas, el camino de tus risas y tus decepciones, y hasta esa cicatriz torva que dejo un sendero de zarzas deformes, mientras el humo dibuja volutas que se funden con las tinieblas. A veces la música se deforma, desgarrada, recordándote que no hay sinfonía uniforme, pero rauda se presta la flauta para endulzarte con sus acordes, y tras ella, el violín y la guitarra danzan entre las sombras convocando a las criaturas que pueblan esta frontera. Y los cariños, en la frontera me van.
Bailan las brujas alrededor de la hoguera, abrigadas por la frondosa arboleda. En la umbría, un poco más allá, las contemplan las hadas nocturnas. Ambas comparten el fulgor de tus sensaciones. Eres un poco de cal y un poco de arena, pero tú alma se subleva bajo la luna llena.
Y como no, los fantasmas de caricias sublimes hacen presencia. Caricias que arrebataste a los momentos, a las que robaste su esencia mientras se alejaban, trascendiendo el tacto de la piel, que trazan sus líneas en estas horas arcanas, una promesa de sueños conduciéndote hacia el alba.
Lagos argentos bañan las piedras con su estela espejada. Claros y oscuros entre las ramas. Troncos centenarios bosquejados con un pincel de plata, entre los que se deslizan blanquecinos murmullos llenos de esperanza, desdiciendo a ese rictus amargo que aflora siempre a deshoras, esperpento pusilánime que intenta embaucarte el instante.
No hay vacío en este mutismo nocturno, todo lo contrario, el espacio se llena de todas tus voces, horadando los segundos uno a uno, disolviendo tus rémoras, anclándose a las raíces del bosque y esparciéndose como luciérnagas de brillos esmeraldas formando un poema.
Pensaras que hablo de mí, cuando hablo de la noche que me arrastra hacia ti. Y es que cuesta tanto entenderse cuando aúllan las cigarras que necesito beber esta magia noctámbula para plantarme cara, para convencerme de no que hubo espejismo en el desierto, que no fue una quimera sentirme pleno. Que entre tanto llanto surgen las sonrisas, y que la miseria no vence el corazón. Que no necesito dioses que me condenen ni dioses que me perdonen. Ni la falacia de la riqueza para sentirme hombre. Para tener la certeza de que más allá de las diferencias y las distancias, más allá de los sufrimientos y de las decepciones, más allá de la carne herida y del dolor, estas ahí, y como yo, sueñas, y te embriagas con el embrujo de la noche, venciendo ese cansancio que te imponen las vidas yermas, sobrevolando normas y reglas, eludiendo cadenas.
Libres bajo un manto de estrellas. Y en esta noche encantada, liberados de todos esos espectros que son incapaces de existir sin imponer sus condiciones, me abro a ti para respirar el mismo aire. Para endulzarnos la vida con el sabor de un sueño, en el calor de la noche.