martes, 8 de octubre de 2013

11 Sangre de alas rotas. Antecedentes.




     Prologo
    Bueno, parece que Septiembre vino un poco perezoso, acaso como resaca del verano. Con el otoño entrando la actividad se despierta, nuevos bríos y ganas de darle a la pluma. De terminar la novela también que va por el capítulo 34. Lo que va saliendo aquí proviene de una primera corrección e incluye las entradas de Zaza, que volverá a salir en el próximo. El título sigue siendo una duda, puede que termine tomando el original, el de la Hermandad, pero eso ahora no es importante. 

     Antecedentes
    Houari
    Rumbo a la tierra de sus antepasados, el Califato de Córdoba. La historia había pasado de generación en generación. Su antepasado, Muhammad Ibn Malik, sobrino del sabio Muhammad Ibn Massarra y lugarteniente de Almanzor, tuvo el privilegio de pasear por las calles de Medina Azahara, la de la flor del azahar, la resplandeciente, la ciudad más bella de Occidente, ubicada en las faldas de Sierra Morena y destruida años más tarde por el islamismo ultraortodoxo de los almohades. La muerte de Almanzor ocasionó una guerra que enfrentó a sus partidarios y a los del califa, un conflicto que terminaría con el esplendor del Califato de Córdoba y su conversión en los reinos de taifas que formaron Al-Ándalus. Muhammad Ibn Massarra compartió sus últimos años con los sabios de la Hermandad en la Sierra de Cazorla y arrastró consigo a su sobrino para alejarlo de la fratricida “fitna”, la guerra civil. Allí pasó a engrosar las selectas filas de los Assassins, misión continuada por su primogénito y por cada uno de los primogénitos de sus descendientes.
    Obligado por su obediencia a la Hermandad, su antepasado se vio obligado a contemplar desde la lejanía la destrucción de Medina Azahara sin poder mover un músculo para impedirlo. Esta aberración ultra ortodoxa de los almohades despertaría en él un odio pertinaz hacia cualquier forma de fundamentalismo que inculcaría a sus descendientes. Hasta Houari había llegado en forma de escepticismo, no tenía fe y renegaba de la religión, no solo del islam sino de cualquier otra. Aunque se abstenía de manifestarlo para evitar fisuras en la estructura de los Assassins.
    Ahora volaba junto a la bella Aicha hacia Madrid para neutralizar los desmanes de Bermúdez, un individuo sin duda peligroso. La relación que había comenzado con Aicha le preocupaba. Al principio solo había sido sexo, pero con cada encuentro se fortalecía el vínculo entre ambos   y  su corazón empezaba a vibrar cada vez que la contemplaba. ¿Se estaría enamorando? Tendría gracia, ahora que ella había sido elegida para formar parte del Cónclave. Sintió como ella apretaba su mano en mitad de su sueño, también ella sentía algo. Por momentos soñó que huían hacia algún lugar lejano, lejos de la influencia de la Hermandad, que comenzaban una vida nueva lejos de Roth y de los miembros del Cónclave, lejos del Consejo, una vida como el común de los mortales. Pero a que engañarse, era una anhelo que no podrían cumplir, ni su responsabilidad ni la de ella lo permitiría, estaban abocados a su destino. Su relación, si prosperaba, no necesitaba de la clandestinidad, pero estaría supeditada a las obligaciones marcadas por sus respectivos puestos dentro de la Hermandad.
    Afortunadamente en esta ocasión era un destino compartido, la noche anterior estuvieron hablando tras hacer el amor y le sacó la promesa de pasar unos días juntos al término de la misión, para conocer el antiguo enclave de la Hermandad en la Sierra de Cazorla y visitar Córdoba y los restos de Medina Azahara, la tierra de sus antepasados. Como si la misión fuera tibia y no fuesen a arriesgar sus vidas. Al menos él, que tendría que enfrentarse a Bermúdez. No podían dejar que cayera en manos de la policía española y que relevase lo que sabía de la Hermandad, aunque fuera poco según Roth. ¿Y cómo fiarse del Director de Seguridad? Era su jefe y le conocía bien, había contratado al sicario al margen de los Assassins y sin consultárselo, era ladino y no podían estar seguros de que dijera la verdad.
    La inminencia de la batalla caldeó su sangre y despertó sus instintos. Se encendió al sentirla tan cerca. Ocupaban dos asientos en primera clase, el único pasajero que podía verlos dormitaba plácidamente. Deslizó su mano bajo la falda de Aicha y acarició su pierna, ella espabiló de su duermevela y lo atrajo con su mano derecha a un beso. No se sentía cómoda ante la probabilidad de que despertara el pasajero que se hallaba en su visual y retiró la mano que avanzaba por su pierna. La fantasía de los lavabos no era posible porque había estado en ellos y el olor era desagradable, tendrían que esperar al hotel.
    Bermúdez
    Se despertó a las cinco de la tarde, se duchó y luego preparó un par de huevos fritos con beicon para matar el apetito. Roth le había llamado, el envío no llegaría hasta el día siguiente. Seguramente que en el mismo avión que viajaban Aicha y Houari, el jefe de los Assassins. Roth quería que lo matara. Protestó, ese no era el trato, pero subió la oferta económica y le explicó que la misión de Houari era eliminarlo a él, así que se tendría que defender. Bueno, también podía mandarlos a todos a freír monas y desaparecer de la escena. Y posiblemente eso es lo que habría hecho de no ser por Daniela, no pensaba renunciar a ella ahora que la había descubierto.
    Roth le había facilitado la dirección del hotel donde se iba a albergar la pareja, por esa parte nada que hacer hasta el día siguiente cuando llegaran. Junto a la documentación y el dinero le enviaba fotografías para que pudiera reconocerlo, aunque si venía acompañado de Aicha no tendría mayor problema, a ella la conocía. Sin nada específico que hacer decidió continuar la vigilancia, no faltaba mucho para la hora del cierre cuando llegó a las proximidades de la pastelería. Tomó precauciones, por supuesto, no se fiaba un pelo del detective y para nada le apetecía ser el cazador cazado. A la salida la siguió muy de lejos,  así fue como descubrió que la habían puesto protección. Un tipo enjuto y menudo seguía sus pasos y miraba de un lado para otro como si buscara a alguien, supuso que a él. Bueno, sabía dónde vivía ella, no necesitaba apresurarse. El plan se le ocurrió sobre la marcha, como un fogonazo en su mente, pararía el vehículo en plena calle y la arrastraría al interior, el sabueso que el detective había colocado tras ella quedaría lejos para poder hacer nada, solo necesitaba un par de matrículas de repuesto. Pero le faltaba un conductor. No le vendría mal un poco de ayuda para secuestrar a Daniela y terminar con el Assassin, según Roth el tal Houari era de cuidado. Necesitaba a alguien con experiencia y sabía dónde encontrarlo.
    Seguramente no se alegraría de verle, ni siquiera de oír su voz, ahora era un individuo respetable, un miembro apreciado entre su comunidad. Pero colaboraría para mantener en secreto su verdadera identidad, estaba buscado por crímenes de guerra. Tendría que pedirle más dinero a Roth, si tan solo le ofrecía el silencio podría salir mal parado, ni siquiera sabía si alguno de sus antiguos compinches le acompañaba. Tenía a su favor que le había ayudado a construir su nueva identidad. Marcó el número de teléfono.
    Originario de las Antillas Neerlandesas había nacido en la isla de Curazao, en la ciudad de Willemstad. Se trasladó a Holanda en la adolescencia y desempeñó varios oficios hasta que contratado por una sociedad belga se trasladó como capataz a las minas de coltan en el Congo. Era negro, lo que le permitió escalar puestos en la guerrilla cuando ambos se apuntaron a ella. No tenía un monstruo que alimentar, su afán era solo de riqueza. Y no dudó en emplear la violencia para obtenerla, el grupo que comandaba se desentendió de la guerra y se dedicó a recaudar fondos sin importarle los métodos empleados, un rastro de sangre y muerte quedaba tras sus pasos. Posiblemente sus víctimas no fueran mayores en número que las de otros grupos guerrilleros, incluso es posible que menos, pero tocaron intereses de compañías occidentales y se convirtieron en chivos expiatorios. Le concedieron el estatus de criminal de guerra y tuvo que huir de la zona porque no contaba con el apoyo de los naturales. Con dinero en el bolsillo se consiguen muchas cosas y recurrió a Bermúdez que le introdujo en la comunidad holandesa a través de un negocio de hostelería en el que figuraba un testaferro. Y le había ido bastante bien, el negocio justificaba su alto nivel de vida.
    — ¿Vladimir? —por su nombre cualquiera hubiera jurado que era ruso.
    — ¿Bermúdez? —le había reconocido.
    —Sí.
    — ¿Qué quieres?
    —Necesito hablar contigo.
    —Pásate por el local, en una hora o así estaré por allí.
    Se comió unas croquetas de carne y unas bolitas rellenas mientras esperaba. Una mano grande y negra se posó sobre su hombro a modo de saludo. Venía acompañado de una morena despampanante de rasgos latinos a la que mandó hacia la barra.
    —Ni la mires —fue el saludo de Vladimir, que conocía las aficiones del monstruo, antes de sentarse.
    — ¿Brasileña? —inquirió Bermúdez.
    —De padres colombianos, pero nacida en mi isla. Nos casamos el año pasado.
    —No sé yo si está hecha la miel para el burro.
    —No me jodas, Bermúdez, que perdí en el casino y no estoy de humor.
    — ¿El casino? ¿Te gusta dilapidar el dinero? Es una pena, costó muchas vidas.
    Los oscuros ojos de Vladimir se encogieron.
    — ¿Qué es lo que quieres? —más que una pregunta pareció una amenaza.
    —Solo un poco de diversión, como en los viejos tiempos. Necesito tu ayuda. Buena paga.
    Vladimir se removió en el asiento, incómodo. No eran buenos tiempos para los negocios y los fondos traídos del Congo iban mermando.
    — ¿En dónde? —cruzar cualquier aduana le suponía un peligro.
    —Aquí, en Madrid, cargarse un árabe y ayudarme a capturar a una nena.
    — ¿Una nena para ti? ¿Estás loco? Esto no es la selva.
    Vladimir llevaba razón, pero el monstruo no iba a conformarse. Decidió mentirle.
    —No es lo que piensas, el secuestro es para presionar y solo me ayudarás a capturarla, del resto me encargó yo.
    —Y te llevas la parte del león —seguía gobernado por la avaricia.
    —Dije que necesitaba ayuda, no un socio. Te aseguro que merece la pena.
    — ¿De qué cantidad estamos hablando?

No hay comentarios:

Publicar un comentario