Prólogo
Aquí llega el capítulo diez. En tusrelatos la Hermandad va por el 26, en mis archivos estoy con el 33 y ya queda poco para concluir la aventura. No sé si sacaré más capítulos en tr porque saldrá en ebook y me dicen que deje el final pendiente. Pendiente de pillar el ebook, supongo. Pero no sé si eso me termina de convencer, no llevo muy bien eso del marketing.
Estrategia
Roth
Examinó el tablero de ajedrez,
acudía a él para inspirarse y necesitaba un gambito, en su sentido más
estricto. La palabra fue aplicada para aperturas por el sacerdote español Ruy
López de Segura, extrayéndola de la expresión italiana “dare il gambetto”, que
equivalía a poner una trampa. Más que una trampa lo que necesitaba era una
zancadilla. “Dare il gambetto” provenía de “gamba”, pierna, y del verbo
“gambettare”, hacer la zancadilla, precisamente lo que pretendía para que Aicha
tropezara. La última reunión entre ambos había sido tensa y desagradable, ella
le había acusado de inepto al recurrir a Bermúdez. Y lo cierto era que no le
faltaba razón, el español se había precipitado al ejecutar a dos empleados de
una mensajería sin cerciorarse primero de si el rastro de Aguirreche constaba
en alguna otra parte de la empresa, dos muertes vanas puesto que el detective
localizó la dirección de Almendros. Y por si fuera poco el consejero Oliveira
le acababa de informar de la petición de Almendros para esclarecer la muerte de
Carbonell. Los hados se confabulaban en su contra y todo por culpa de la
incompetencia de Bermúdez, o por su apetito sangriento.
Tampoco le dejaban muchas
opciones, Aicha emprendía viaje a España acompañada de su jefe de Assassins,
Houari, para tratar de paliar el desaguisado cometido por Bermúdez. Si Houari
le fuera leal habría podido contar con él para neutralizar a Aicha, pero no lo
era, aunque obedecía sus órdenes jamás haría algo que fuera contra los
preceptos de su orden, y la obediencia debida a la Mayor estaba por encima de
la debida al Jefe de Seguridad, por mucho que fuera su inmediato superior. Todo
apuntaba a su defenestración política sino ponía algún tipo de remedio. No le
preocupaba mucho por él, que bien ganado se tenía un puesto relajado en la
intendencia, pero creía firmemente en el destino de la Hermandad y esta
atravesaba momentos decisivos, no solo por la futura ubicación de la sede,
también por los proyectos en los que se hallaba inmersa, todos de una
relevancia excepcional. Y en ese contexto se necesitaba a alguien con
experiencia política y una visión realista del entorno. Aicha era demasiado
idealista para resultar efectiva, nunca fue la persona que él hubiera elegido
para substituirle en el cargo de Mayor, pero hasta ahora había seguido sus
consejos. Tras la reunión mantenida su influencia sobre ella se podía dar por
perdida, necesitaba un revulsivo.
Movió las piezas del tablero
buscando el gambito de dama, pero no era un peón lo que deseaba sacrificar, era
más bien un caballero, ahora lo podía ver claro. Necesitaba un jefe de Assassins
que estuviera incondicionalmente de su parte y Houari no lo estaba. Tendría que
tantear en busca de uno, le correspondía al Consejo elegirlo en caso de que
algo le ocurriera a Haouri, pero aún tenía la suficiente influencia como para
que saliera elegido su candidato. Aicha, tan idealista ella, no se inmiscuiría
en la decisión. El tema de los pasaportes estaba a punto de resolverse y cuando
eso ocurriese podría utilizar todos los recursos de los Assassins.
Utilizaría a Bermúdez para
deshacerse de Houari, una perdida lamentable en el transcurso de su misión, que
asustara a Aicha de paso, después acudiría él acompañado por un contingente de
Assassins, “salvaría” a la Mayor y eliminaría a Bermúdez. Un plan perfecto si
era capaz de controlar al español y conseguía que se ciñera a sus
instrucciones. Si era necesario se presentaría de incognito en España para que nada
fallase. Lo sentía por Houari, destinado a convertirse en daño colateral de la
causa de la Hermandad, pero su sacrificio era necesario. Colocó su caballo
amenazando a la dama. Jaque mate en cuatro jugadas. Luego comenzó a estudiar
los expedientes de los Assassins en busca de su candidato.
Peña
Estuve a punto de abroncar a
Melani, la calefacción estaba a tope y hacía calor como para quitarse la ropa.
Ella siempre iba muy fresquita, todo sea dicho, y a mí me parecía estupendo,
sus escotes generosos y sus faldas cortas eran un recurso que empleaba a menudo
durante mis conversaciones con los clientes. La llamaba con algún pretexto al
despacho y lograba que disminuyera un enfado o que aceptasen sin regatear mi
minuta. Por eso no la regañé, pero le hice una seña para que cortara la
conversación con su novio de turno, tenía la costumbre de usarlos durante un
tiempo y luego desecharlos como si fueran kleenex. Se despidió.
—Ya era hora de que se te viera
el pelo —dijo tras colgar el teléfono.
—Encima de que me esfuerzo para
poder pagarte el sueldo... De desagradecidos está el mundo lleno.
—No es por no agradecértelo, pero
luego Daniela me clavaría las uñas y me echaría a perder la linda carita que
tengo —cuando estábamos solos me vacilaba, Daniela y ella eran buenas amigas.
— ¿Dónde está Paco?
—Le mandé a comprar papel para la impresora. La
verdad es ya hace un rato, se habrá entretenido.
—Dale un toque, le necesito.
Tardó diez minutos en llegar,
mientras me tomaba un café y echaba un vistazo en geogle maps para localizar a
que altura de la calle Ferraz estaba el despacho de abogados.
— ¿Se puede? —asomó la cabeza por
la puerta.
—Siempre se puede si no hay
clientes, te lo tengo dicho.
—Es la costumbre, jefe, así me lo
enseñaron. ¿Qué tengo que hacer?
—Vas a coger el Saxo y te acercas
a donde Daniela. Busca un aparcamiento desde el que divises la entrada a la
pastelería, que Melani te dé para el parquímetro —le tendí el retrato robot que
habían confeccionado en la UDEF—. Si ves aparecer a este tipo por allí me
llamas inmediatamente. Sigue a Daniela cada vez que salga, desde lejos, el
trayecto a casa lo hace andando.
— ¿Y si no va a casa?
—A donde vaya la sigues, siempre
conservando la distancia suficiente para que puedas apreciar si alguien la
vigila. En la foto está tal como yo lo vi, pero puede haber cambiado su
aspecto. Ni se te ocurra interceptarlo si lo ves, solo avísame. Yo llamaré a
Daniela para que no se extrañe si por algún motivo te ve desde lejos. Y sobre
todo no se te ocurra acercarte a este tipo, si acaso ves que se te aproxima te
metes en un bar o en cualquier tienda y me llamas.
—Pero si a mí no me conoce.
—Aun así. No sé si sigue a
Daniela, y si lo hace ignoro desde que distancia, así que puede que se dé
cuenta de que la estás siguiendo. Ten las antenas alzadas en todo momento, no
te despistes que es un tipo peligroso. Lo más seguro es que no aparezca, pero
por si acaso. Al menor atisbo telefonazo, y si por lo que sea se acerca a ella
la avisas a gritos en medio de la calle. ¿Está claro?
—Como el agua, jefe.
—Pues andando, no te demores. El
móvil operativo en todo momento.
Se me pasó por la mente dejarle
un arma, la muerte de Willy aún martilleaba en mi memoria, pero finalmente lo
deseché, me haría cargo de la vigilancia en cuanto visitase a los abogados y si
algún motivo me lo impedía recabaría la ayuda de Muñoz-Seca.
Llamé a Daniela y la puse al
tanto, dudó que el asesino se interesase por ella pero me prometió que estaría
alerta. Luego me despedí de Melani y salí en busca del Golf.
Silva Abogados tenían su despacho
próximo a la sede de los socialistas, en un
edificio antiguo y remodelado. Suelos de parqué y mobiliario
funcional de tonos cálidos, nada que ver con Ikea, paredes en tonos ocres y terminación en
estuco, las lámparas de diseño. Se podían respirar los buenos clientes, de esos
que se dejan la pasta. Me presenté a la señorita de la recepción, mucho más
seria en el atuendo que mi Melani aunque igual de simpática. Reconozco que me
sorprendió la celeridad con que fui recibido, es más, antes de entrar tenía mis
serias dudas de que me atendieran, por eso de la discreción profesional.
Luis Silva aparentaba cuarenta y tantos,
traje de Tucci y la amabilidad pintada en un rostro moreno de ojos azules.
—Tome asiento, señor Peña, le
estábamos esperando.
Intenté poner cara de sorpresa.
—Pues no esperaba que me
esperasen, espero que la espera no haya sido larga.
Cuando cayó en el juego de
palabras sonrió. Tomé asiento en un mullido sillón de cuero rojo.
—Nos avisó nuestro cliente de que
se presentaría.
— ¿Horacio Almendros? —inquirí.
Entonces asomó su rictus de lobo
viejo.
—No exactamente, no tenemos el
gusto de conocer al señor Almendros, aunque representamos sus intereses.
Nuestro cliente es su representante, una firma de abogados bonaerense, con
ellos tratamos todos los asuntos.
Más cortafuegos.
— ¿Saben que tratando de borrar
su rastro se han cometido dos asesinatos?
La posibilidad de que algo así se
relacionara con su bufete asomó en la incomodidad de su rostro.
—Pues no sabía nada al respecto,
pero la nuestra es una firma solvente y puedo asegurarle que nada tiene que ver
con asesinatos. Parece que en todo este asunto hay alguien implicado ajeno a mi
cliente y para que no haya dudas al respecto envían a uno de sus socios con la
intención de brindar con su colaboración la mayor transparencia posible. Me
pidió que la llamara en cuanto usted apareciera, espere un momento —marcó en el
inalámbrico— ¿Susana, tenemos esa conexión?
Se abrió una puerta lateral del
despacho y apareció por ella una secretaria.
—La videoconferencia está lista
—dijo.
Silva me invitó a pasar a la sala
y a tomar asiento en una mesa ubicada frente a una enorme pantalla en la que
aparecía un hermoso rostro femenino, después nos dejó solos.
—Un placer saludarle, señor Peña
—me saludó la imagen de la pantalla—. Me llamo Aicha Lafitte y espero conocerle
en breve. En unas horas tomaré un vuelo que me llevará hasta Madrid.
Me parecieron rasgos árabes los
de su rostro moreno, su apellido era francés, acaso argelino, pero también
podían ser rasgos latinos. Guapa según cualquier canon pero con una férrea
determinación en su mirada, se le notaba el carácter.
—También lo es para mí —contesté,
suponiendo que ella también me estaba contemplando—. Estoy deseando escuchar
todo lo que tenga que contarme, tenemos por aquí dos asesinatos relacionados
con la desaparición de Aguirreche y con el señor Almendros. Y una muerte en
Granada, la del profesor Carbonell, que tampoco tenemos clara.
—Estoy al tanto, señor Peña,
disponemos de nuestro propio servicio de información. Pero nada tenemos que ver
con ello. Sí que existe la posibilidad de que un sujeto perturbado haya
malinterpretado las instrucciones recibidas por alguien próximo a nuestro
cliente y por eso viajo hasta Madrid, para colaborar en todo lo posible y
esclarecer los hechos. Deje su número de teléfono en el despacho de Silva, le
llamaré en cuanto llegue. Y ahora, si me disculpa, tengo que preparar las
maletas para el viaje. Hasta pronto, señor Peña.
La conexión se cortó dejando un
fondo azulado en la pantalla. No me había dejado opción a interrogarla pero
salí del bufete satisfecho, había conseguido bastante más de lo que esperaba
antes de entrar. Telefoneé a Muñoz-Seca y le informé de todo, de paso le sugerí
que hiciera averiguaciones sobre Aicha Lafitte, para ver si era trigo limpio.
Ningún resultado en la caza del presunto asesino, como él le llamaba, para mí
de presunto no tenía nada, era culpable sin duda alguna.
Próxima parada en el puesto de
vigilancia de Paco. Lo encontré atento a la entrada de la pastelería, pero
antes de acercarme hasta él peiné la zona y me aseguré de que el asesino no estuviera
por las inmediaciones.
— ¿Cómo va todo?
—Tranquilo, jefe. No he visto a
nadie parecido al de la foto.
Faltaban poco para las dos, la
hora de cierre. Comería con Daniela y le daría tiempo libre a Paco para que se
tomara un menú en algún bar cercano.
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