jueves, 19 de septiembre de 2013

10 Sangre de alas rotas. Estrategia

   

 Prólogo
    Aquí llega el capítulo diez. En tusrelatos la Hermandad va por el 26, en mis archivos estoy con el 33 y ya queda poco para concluir la aventura. No sé si sacaré más capítulos en tr porque saldrá en ebook y me dicen que deje el final pendiente. Pendiente de pillar el ebook, supongo. Pero no sé si eso me termina de convencer, no llevo muy bien eso del marketing.




    Estrategia
    Roth
    Examinó el tablero de ajedrez, acudía a él para inspirarse y necesitaba un gambito, en su sentido más estricto. La palabra fue aplicada para aperturas por el sacerdote español Ruy López de Segura, extrayéndola de la expresión italiana “dare il gambetto”, que equivalía a poner una trampa. Más que una trampa lo que necesitaba era una zancadilla. “Dare il gambetto” provenía de “gamba”, pierna, y del verbo “gambettare”, hacer la zancadilla, precisamente lo que pretendía para que Aicha tropezara. La última reunión entre ambos había sido tensa y desagradable, ella le había acusado de inepto al recurrir a Bermúdez. Y lo cierto era que no le faltaba razón, el español se había precipitado al ejecutar a dos empleados de una mensajería sin cerciorarse primero de si el rastro de Aguirreche constaba en alguna otra parte de la empresa, dos muertes vanas puesto que el detective localizó la dirección de Almendros. Y por si fuera poco el consejero Oliveira le acababa de informar de la petición de Almendros para esclarecer la muerte de Carbonell. Los hados se confabulaban en su contra y todo por culpa de la incompetencia de Bermúdez, o por su apetito sangriento.
    Tampoco le dejaban muchas opciones, Aicha emprendía viaje a España acompañada de su jefe de Assassins, Houari, para tratar de paliar el desaguisado cometido por Bermúdez. Si Houari le fuera leal habría podido contar con él para neutralizar a Aicha, pero no lo era, aunque obedecía sus órdenes jamás haría algo que fuera contra los preceptos de su orden, y la obediencia debida a la Mayor estaba por encima de la debida al Jefe de Seguridad, por mucho que fuera su inmediato superior. Todo apuntaba a su defenestración política sino ponía algún tipo de remedio. No le preocupaba mucho por él, que bien ganado se tenía un puesto relajado en la intendencia, pero creía firmemente en el destino de la Hermandad y esta atravesaba momentos decisivos, no solo por la futura ubicación de la sede, también por los proyectos en los que se hallaba inmersa, todos de una relevancia excepcional. Y en ese contexto se necesitaba a alguien con experiencia política y una visión realista del entorno. Aicha era demasiado idealista para resultar efectiva, nunca fue la persona que él hubiera elegido para substituirle en el cargo de Mayor, pero hasta ahora había seguido sus consejos. Tras la reunión mantenida su influencia sobre ella se podía dar por perdida, necesitaba un revulsivo.
    Movió las piezas del tablero buscando el gambito de dama, pero no era un peón lo que deseaba sacrificar, era más bien un caballero, ahora lo podía ver claro. Necesitaba un jefe de Assassins que estuviera incondicionalmente de su parte y Houari no lo estaba. Tendría que tantear en busca de uno, le correspondía al Consejo elegirlo en caso de que algo le ocurriera a Haouri, pero aún tenía la suficiente influencia como para que saliera elegido su candidato. Aicha, tan idealista ella, no se inmiscuiría en la decisión. El tema de los pasaportes estaba a punto de resolverse y cuando eso ocurriese podría utilizar todos los recursos de los Assassins.
    Utilizaría a Bermúdez para deshacerse de Houari, una perdida lamentable en el transcurso de su misión, que asustara a Aicha de paso, después acudiría él acompañado por un contingente de Assassins, “salvaría” a la Mayor y eliminaría a Bermúdez. Un plan perfecto si era capaz de controlar al español y conseguía que se ciñera a sus instrucciones. Si era necesario se presentaría de incognito en España para que nada fallase. Lo sentía por Houari, destinado a convertirse en daño colateral de la causa de la Hermandad, pero su sacrificio era necesario. Colocó su caballo amenazando a la dama. Jaque mate en cuatro jugadas. Luego comenzó a estudiar los expedientes de los Assassins en busca de su candidato.

    Peña
    Estuve a punto de abroncar a Melani, la calefacción estaba a tope y hacía calor como para quitarse la ropa. Ella siempre iba muy fresquita, todo sea dicho, y a mí me parecía estupendo, sus escotes generosos y sus faldas cortas eran un recurso que empleaba a menudo durante mis conversaciones con los clientes. La llamaba con algún pretexto al despacho y lograba que disminuyera un enfado o que aceptasen sin regatear mi minuta. Por eso no la regañé, pero le hice una seña para que cortara la conversación con su novio de turno, tenía la costumbre de usarlos durante un tiempo y luego desecharlos como si fueran kleenex. Se despidió.
    —Ya era hora de que se te viera el pelo —dijo tras colgar el teléfono.
    —Encima de que me esfuerzo para poder pagarte el sueldo... De desagradecidos está el mundo lleno.
    —No es por no agradecértelo, pero luego Daniela me clavaría las uñas y me echaría a perder la linda carita que tengo —cuando estábamos solos me vacilaba, Daniela y ella eran buenas amigas.
    — ¿Dónde está Paco?
    —Le  mandé a comprar papel para la impresora. La verdad es ya hace un rato, se habrá entretenido.
    —Dale un toque, le necesito.
    Tardó diez minutos en llegar, mientras me tomaba un café y echaba un vistazo en geogle maps para localizar a que altura de la calle Ferraz estaba el despacho de abogados.
    — ¿Se puede? —asomó la cabeza por la puerta.
    —Siempre se puede si no hay clientes, te lo tengo dicho.
    —Es la costumbre, jefe, así me lo enseñaron. ¿Qué tengo que hacer?
    —Vas a coger el Saxo y te acercas a donde Daniela. Busca un aparcamiento desde el que divises la entrada a la pastelería, que Melani te dé para el parquímetro —le tendí el retrato robot que habían confeccionado en la UDEF—. Si ves aparecer a este tipo por allí me llamas inmediatamente. Sigue a Daniela cada vez que salga, desde lejos, el trayecto a casa lo hace andando.
    — ¿Y si no va a casa?
    —A donde vaya la sigues, siempre conservando la distancia suficiente para que puedas apreciar si alguien la vigila. En la foto está tal como yo lo vi, pero puede haber cambiado su aspecto. Ni se te ocurra interceptarlo si lo ves, solo avísame. Yo llamaré a Daniela para que no se extrañe si por algún motivo te ve desde lejos. Y sobre todo no se te ocurra acercarte a este tipo, si acaso ves que se te aproxima te metes en un bar o en cualquier tienda y me llamas.
    —Pero si a mí no me conoce.
    —Aun así. No sé si sigue a Daniela, y si lo hace ignoro desde que distancia, así que puede que se dé cuenta de que la estás siguiendo. Ten las antenas alzadas en todo momento, no te despistes que es un tipo peligroso. Lo más seguro es que no aparezca, pero por si acaso. Al menor atisbo telefonazo, y si por lo que sea se acerca a ella la avisas a gritos en medio de la calle. ¿Está claro?
    —Como el agua, jefe.
    —Pues andando, no te demores. El móvil operativo en todo momento.
    Se me pasó por la mente dejarle un arma, la muerte de Willy aún martilleaba en mi memoria, pero finalmente lo deseché, me haría cargo de la vigilancia en cuanto visitase a los abogados y si algún motivo me lo impedía recabaría la ayuda de Muñoz-Seca.
    Llamé a Daniela y la puse al tanto, dudó que el asesino se interesase por ella pero me prometió que estaría alerta. Luego me despedí de Melani y salí en busca del Golf.
    Silva Abogados tenían su despacho próximo a la sede de los socialistas, en un  edificio antiguo  y  remodelado. Suelos de parqué y mobiliario funcional de tonos cálidos, nada que ver con Ikea,  paredes en tonos ocres y terminación en estuco, las lámparas de diseño. Se podían respirar los buenos clientes, de esos que se dejan la pasta. Me presenté a la señorita de la recepción, mucho más seria en el atuendo que mi Melani aunque igual de simpática. Reconozco que me sorprendió la celeridad con que fui recibido, es más, antes de entrar tenía mis serias dudas de que me atendieran, por eso de la discreción profesional.
    Luis Silva aparentaba cuarenta y tantos, traje de Tucci y la amabilidad pintada en un rostro moreno de ojos azules.
    —Tome asiento, señor Peña, le estábamos esperando.
    Intenté poner cara de sorpresa.
    —Pues no esperaba que me esperasen, espero que la espera no haya sido larga.
    Cuando cayó en el juego de palabras sonrió. Tomé asiento en un mullido sillón de cuero rojo.
    —Nos avisó nuestro cliente de que se presentaría.
    — ¿Horacio Almendros? —inquirí.
    Entonces asomó su rictus de lobo viejo.
    —No exactamente, no tenemos el gusto de conocer al señor Almendros, aunque representamos sus intereses. Nuestro cliente es su representante, una firma de abogados bonaerense, con ellos tratamos todos los asuntos.
    Más cortafuegos.
    — ¿Saben que tratando de borrar su rastro se han cometido dos asesinatos?
    La posibilidad de que algo así se relacionara con su bufete asomó en la incomodidad de su rostro.
    —Pues no sabía nada al respecto, pero la nuestra es una firma solvente y puedo asegurarle que nada tiene que ver con asesinatos. Parece que en todo este asunto hay alguien implicado ajeno a mi cliente y para que no haya dudas al respecto envían a uno de sus socios con la intención de brindar con su colaboración la mayor transparencia posible. Me pidió que la llamara en cuanto usted apareciera, espere un momento —marcó en el inalámbrico— ¿Susana, tenemos esa conexión?
    Se abrió una puerta lateral del despacho y apareció por ella una secretaria.
    —La videoconferencia está lista —dijo.
    Silva me invitó a pasar a la sala y a tomar asiento en una mesa ubicada frente a una enorme pantalla en la que aparecía un hermoso rostro femenino, después nos dejó solos.
    —Un placer saludarle, señor Peña —me saludó la imagen de la pantalla—. Me llamo Aicha Lafitte y espero conocerle en breve. En unas horas tomaré un vuelo que me llevará hasta Madrid.
    Me parecieron rasgos árabes los de su rostro moreno, su apellido era francés, acaso argelino, pero también podían ser rasgos latinos. Guapa según cualquier canon pero con una férrea determinación en su mirada, se le notaba el carácter.
    —También lo es para mí —contesté, suponiendo que ella también me estaba contemplando—. Estoy deseando escuchar todo lo que tenga que contarme, tenemos por aquí dos asesinatos relacionados con la desaparición de Aguirreche y con el señor Almendros. Y una muerte en Granada, la del profesor Carbonell, que tampoco tenemos clara.
    —Estoy al tanto, señor Peña, disponemos de nuestro propio servicio de información. Pero nada tenemos que ver con ello. Sí que existe la posibilidad de que un sujeto perturbado haya malinterpretado las instrucciones recibidas por alguien próximo a nuestro cliente y por eso viajo hasta Madrid, para colaborar en todo lo posible y esclarecer los hechos. Deje su número de teléfono en el despacho de Silva, le llamaré en cuanto llegue. Y ahora, si me disculpa, tengo que preparar las maletas para el viaje. Hasta pronto, señor Peña.
    La conexión se cortó dejando un fondo azulado en la pantalla. No me había dejado opción a interrogarla pero salí del bufete satisfecho, había conseguido bastante más de lo que esperaba antes de entrar. Telefoneé a Muñoz-Seca y le informé de todo, de paso le sugerí que hiciera averiguaciones sobre Aicha Lafitte, para ver si era trigo limpio. Ningún resultado en la caza del presunto asesino, como él le llamaba, para mí de presunto no tenía nada, era culpable sin duda alguna.
    Próxima parada en el puesto de vigilancia de Paco. Lo encontré atento a la entrada de la pastelería, pero antes de acercarme hasta él peiné la zona y me aseguré de que el asesino no estuviera por las inmediaciones.
    — ¿Cómo va todo?
    —Tranquilo, jefe. No he visto a nadie parecido al de la foto.
    Faltaban poco para las dos, la hora de cierre. Comería con Daniela y le daría tiempo libre a Paco para que se tomara un menú en algún bar cercano.

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