domingo, 21 de abril de 2013

Primavera SEIS



   


 Recibí una llamada de Sara insistiendo en verme. Me pareció una buena excusa para cancelar mi cita con Afrodita, que bien podía esperar hasta la mañana siguiente. El pretexto para no ir no fue de su agrado, lo intuí en los secos monosílabos con que contestó, casi mejor, que no fuera a creer que perdía la chaveta por llevar adelante su fraudulento plan. Aún tuve tiempo concretar una póliza para una comunidad de vecinos antes de enfilar hacia Lavapiés.  Dejé la corbata en el coche y tomé el metro, no era hora punta y me entretuve observando la tribu urbana, un par de piernas cruzadas pertenecientes a una morena cargada con una maleta fueron mi aliciente la mayor parte del trayecto.
    Me recibió una Sara eufórica, le había salido trabajo en una droguería y empezaba el lunes siguiente, no era gran cosa pero al menos le permitiría pagar las cuentas sin consumir el paro. Para celebrarlo había comprado unas ostras, unas chuletillas de cordero y una botella de Ribeiro, me encargué de las ostras mientras ella freía las chuletas. Llevaba un vestido azul sin mangas, de esos generosos de escote que se anudan al cuello, de vuelo y hasta medio muslo, disfruté contemplando sus carnes suculentas y cuando terminé de preparar las ostras me acerqué y le acaricié las piernas y el culo metiendo la mano bajo el vestido, las nalgas calientes y deliciosas. Se volvió y metió su lengua en mi boca pegándose contra mí, le magreé los senos. Luego apagó el fuego y sacó las últimas chuletas.
    —Frías no están buenas. Vamos a comer —dijo.
    Había alegría en el brillo de sus ojos oscuros. Charlamos sobre lo que yo estaba escribiendo y sobre lo que ella pintaba, iba a exponer junto a un nigeriano y un marroquí en la asociación cultural del barrio, al nigeriano se lo había tirado la última vez que disculpé mi presencia y luego me lo soltó para encelarme. Si he de ser sincero no me hizo gracia que me lo contara pero me abstuve de exteriorizarlo, fiel a mi empeño de no establecer vínculos afectivos. Sara buscaba amor y para mí eso era un problema, si bien es cierto que desde el principio le había dejado claro la naturaleza puramente sexual de nuestra relación. Pero tanto el uno como el otro lo pasábamos en grande juntos y relajábamos nuestras convicciones para no tener que dejar de vernos.
    Tenía que ver más con mi manera de encarar la vida que con la suya. Me sentía arrastrado por diferentes torbellinos movidos por una misma fuerza motriz: el sexo. Presente continuamente en mis pensamientos, en mis actos, en mis deseos. Entre torbellino y torbellino disfrutaba de breves momentos de lucidez y no terminaba de entusiasmarme lo que contemplaba, había como un vacío, acaso un espacio muerto con el que convivía y al que trataba de ignorar. Mi otra gran pasión era la escritura, con la que trataba de llenar esos huecos intermedios que quedaban. Escribía para tratar de entenderme, para analizarme, también para justificarme, como si el objeto observado fuese distinto del observador. Puede que fuera por la proximidad pero ambas pasiones terminaban encontrando puntos de encuentro y se complementaban. Hacía tiempo ya que había considerado el amor como un sarampión molesto que incubaba, eclosionaba y terminaba por desaparecer dejando esas feas señales como rastro de su paso. Inevitable y perecedero, como si la naturaleza humana en su camino por la supervivencia hubiese trazado su sendero para asegurarse la continuidad de la raza, sometiéndonos a él irremediablemente. Aun así intentaba mantenerme lo más lejos posible.
    Un dios propio. Mi primera oración del día la llevaba a cabo en la ducha, masturbándome mientras caía sobre mí el agua caliente, la primera ráfaga. A continuación aprovechaba para planificar el día, lo cual no significaba ni mucho menos que tal que así fuera a transcurrir, pero me quitaba una preocupación de en medio. En el ascensor comenzaban a sucederse las imágenes, luego en la calle mis ojos se prendaban de cualquier figura femenina, siempre había algún detalle resaltado, implosionaba más fácilmente ante unas piernas bonitas o un culo sugerente, pero cualquier detalle que me atrajese me llevaban a preguntarme como serían sus gemidos o su perfil desnudo, cuál su gesto mientras follaban, una ensoñación que me acompañaba a lo largo de la mañana. Aprovechaba el descanso del mediodía intentando concretar mis fantasías, tiraba de agenda y quedaba. Dada la naturaleza de mis relaciones los resultados eran dispares, esa misma tarde o noche, a la mañana siguiente, tres días después o diez, más allá de eso lo intentaba con otra, pero una vez fijada la figura pasaba a planear el encuentro. Si no tenía nada a la vista para las siguientes horas continuaba mi jornada hasta media tarde y luego regresaba a casa, atendiendo mis compromisos pero aprovechando cualquier resquicio para subirme en mi nube. Cenaba al llegar y mientras tomaba un par de copas navegaba por internet, un mundo donde interactuaba lo escrito, lo escuchado y lo visto, también allí tenía mis contactos y solíamos jugar frente a la cámara mientras nos masturbábamos, a veces susurrándolo por teléfono o simplemente excitándonos con lo que escribíamos, frecuentemente una cosa llevaba a la otra, La noche la reservaba para mi otra pasión, escribir, para lo que me abstraía de todo y me sumergía en la madrugada. No siempre era así, nunca fui estricto con mis costumbres, dos copas de bourbon podían ser cuatro y la velada de sexo se alargaba. Mis últimas imágenes, apenas tardaba en conciliar el sueño, solían ser fantasías sobre mi próxima cita.
    Estando en boga la denuncia de la cosificación sexual de la mujer podría achacárseme de caer en ello, pero nada sería más incierto. Reciprocidad e igualdad eran la base de mis relaciones, mutuo acuerdo y complicidad. Los hay que adoran escalar montañas, ir a museos o ver películas de cine, a mí me encantaba follar y le dedicaba el mayor tiempo posible. No era inmune a los sentimientos y aunque siempre tenía cerrada la puerta para el amor este en ocasiones se colaba por la ventana y entonces me tocaba apechugar con las consecuencias como a cualquier hijo de vecino. Pero, insisto, el enamoramiento para mí tenía fecha de caducidad y más allá de ese periodo, hasta ese momento, había preferido la soledad. Otras cosas me importaban en una relación directa para que el encuentro carnal fuese satisfactorio aparte del atractivo físico, y con atractivo físico no me refiero al consabido noventa sesenta noventa, bastaba con que algún rasgo me sedujera, la modulación de la voz, la mirada o el deseo implícito en los labios, muchos factores de los que podía bastar solo uno para magnificar el conjunto. Si acaso que prefería la carne a los huesos, pero poco más. Eso sí, como he dicho había otras cosas, o una sola y fundamental que era la curiosidad intelectual, por exclusión no enumeraré defectos porque todos los poseemos y hay que transigir con ellos, pero para mí era un requisito sin el cual la relación no llegaba a fructificar.
    Una cierta empatía que profeso me ayudaba en mis operaciones comerciales con los clientes al poder colocarme en su lugar, por contra me costaba amar y abrirme a los otros, a mí yo más íntimo le asustaba superar la barrera de los sentidos hacia los sentimientos. Me adentraba en el sexo de una determinada manera, más allá del gozo de follar disfrutaba dando placer. Abría los labios sonrosados o morenos con mis dedos para acoplar mi boca y mientras una parte de mí se dedicaba a otorgar placer la otra se concentraba en percibir como lo sentía, podía comparar mi propio orgasmo con el raudal de emoción que me embargaba ante las manifestaciones de placer de mi pareja y que culminaba cuando alcanzaba el clímax y se corría, pendiente en todo momento durante el encuentro de sus gestos y expresiones, como si intentara compensar mi manifiesta incapacidad para volcar mis sentimientos con esta suerte de empeño.
    A Sara la había conocido a través del blog donde colgaba mis escritos. Ni se me había ocurrido publicar, la literatura era para mí una especie de exorcismo necesario, pero me hacía ilusión eso de tener un espacio donde otros pudieran leer, y aunque la mayor parte del tiempo era un espacio desolado a mí me causaba satisfacción. Sara llegó trasteando por la red, a través de uno de los escasos seguidores que tenía y que supongo se habían adherido más por solidaridad que por la calidad de mis escritos. No interesada por mis textos sino por las imágenes que los acompañaban, en concreto las de un contable de la oficina que tenía buena mano para el dibujo. Una cosa llevó a la otra y terminamos quedando, follamos aquella misma tarde y nos quedó tan buen sabor del encuentro que reiteramos la cita. Nuestras distintas visiones de la vida generaban conflictos pero los digeríamos en aras del placer que nos proporcionaba la mutua compañía. A veces me sorprendía pensando en ella cuando estaba con otra y eso empezaba a preocuparme
    De la botella no quedó nada y tras el café tomamos unos chupitos de licor de hierba, como no sabía cuándo volvería a disponer de varios días libres seguidos trataba de convencerme para que saliéramos el viernes y aprovecháramos el fin de semana fuera. Ni una sola mención a Afrodita ni a mis amantes, como si el no nombrarlas evitase el que existieran. Calentado por el alcohol cedi a sus intenciones y le dije que de acuerdo, vino a sentarse sobre mis piernas y me besó. La calidez que desprendía su piel encendió mi deseo, mis manos se sumergieron bajo la tela de su vestido.

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