Recibí una llamada de Sara insistiendo en
verme. Me pareció una buena excusa para cancelar mi cita con Afrodita, que bien
podía esperar hasta la mañana siguiente. El pretexto para no ir no fue de su
agrado, lo intuí en los secos monosílabos con que contestó, casi mejor, que no
fuera a creer que perdía la chaveta por llevar adelante su fraudulento plan.
Aún tuve tiempo concretar una póliza para una comunidad de vecinos antes de
enfilar hacia Lavapiés. Dejé la corbata
en el coche y tomé el metro, no era hora punta y me entretuve observando la
tribu urbana, un par de piernas cruzadas pertenecientes a una morena cargada
con una maleta fueron mi aliciente la mayor parte del trayecto.
Me recibió una Sara eufórica, le había
salido trabajo en una droguería y empezaba el lunes siguiente, no era gran cosa
pero al menos le permitiría pagar las cuentas sin consumir el paro. Para
celebrarlo había comprado unas ostras, unas chuletillas de cordero y una
botella de Ribeiro, me encargué de las ostras mientras ella freía las chuletas.
Llevaba un vestido azul sin mangas, de esos generosos de escote que se anudan
al cuello, de vuelo y hasta medio muslo, disfruté contemplando sus carnes
suculentas y cuando terminé de preparar las ostras me acerqué y le acaricié las
piernas y el culo metiendo la mano bajo el vestido, las nalgas calientes y
deliciosas. Se volvió y metió su lengua en mi boca pegándose contra mí, le
magreé los senos. Luego apagó el fuego y sacó las últimas chuletas.
—Frías no están buenas. Vamos a comer
—dijo.
Había alegría en el brillo de sus ojos
oscuros. Charlamos sobre lo que yo estaba escribiendo y sobre lo que ella
pintaba, iba a exponer junto a un nigeriano y un marroquí en la asociación
cultural del barrio, al nigeriano se lo había tirado la última vez que disculpé
mi presencia y luego me lo soltó para encelarme. Si he de ser sincero no me
hizo gracia que me lo contara pero me abstuve de exteriorizarlo, fiel a mi
empeño de no establecer vínculos afectivos. Sara buscaba amor y para mí eso era
un problema, si bien es cierto que desde el principio le había dejado claro la
naturaleza puramente sexual de nuestra relación. Pero tanto el uno como el otro
lo pasábamos en grande juntos y relajábamos nuestras convicciones para no tener
que dejar de vernos.
Tenía que ver más con mi manera de encarar
la vida que con la suya. Me sentía arrastrado por diferentes torbellinos
movidos por una misma fuerza motriz: el sexo. Presente continuamente en mis
pensamientos, en mis actos, en mis deseos. Entre torbellino y torbellino
disfrutaba de breves momentos de lucidez y no terminaba de entusiasmarme lo que
contemplaba, había como un vacío, acaso un espacio muerto con el que convivía y
al que trataba de ignorar. Mi otra gran pasión era la escritura, con la que trataba
de llenar esos huecos intermedios que quedaban. Escribía para tratar de
entenderme, para analizarme, también para justificarme, como si el objeto
observado fuese distinto del observador. Puede que fuera por la proximidad pero
ambas pasiones terminaban encontrando puntos de encuentro y se complementaban.
Hacía tiempo ya que había considerado el amor como un sarampión molesto que
incubaba, eclosionaba y terminaba por desaparecer dejando esas feas señales
como rastro de su paso. Inevitable y perecedero, como si la naturaleza humana
en su camino por la supervivencia hubiese trazado su sendero para asegurarse la
continuidad de la raza, sometiéndonos a él irremediablemente. Aun así intentaba
mantenerme lo más lejos posible.
Un dios propio. Mi primera oración del día
la llevaba a cabo en la ducha, masturbándome mientras caía sobre mí el agua
caliente, la primera ráfaga. A continuación aprovechaba para planificar el día,
lo cual no significaba ni mucho menos que tal que así fuera a transcurrir, pero
me quitaba una preocupación de en medio. En el ascensor comenzaban a sucederse
las imágenes, luego en la calle mis ojos se prendaban de cualquier figura
femenina, siempre había algún detalle resaltado, implosionaba más fácilmente
ante unas piernas bonitas o un culo sugerente, pero cualquier detalle que me
atrajese me llevaban a preguntarme como serían sus gemidos o su perfil desnudo,
cuál su gesto mientras follaban, una ensoñación que me acompañaba a lo largo de
la mañana. Aprovechaba el descanso del mediodía intentando concretar mis
fantasías, tiraba de agenda y quedaba. Dada la naturaleza de mis relaciones los
resultados eran dispares, esa misma tarde o noche, a la mañana siguiente, tres
días después o diez, más allá de eso lo intentaba con otra, pero una vez fijada
la figura pasaba a planear el encuentro. Si no tenía nada a la vista para las
siguientes horas continuaba mi jornada hasta media tarde y luego regresaba a
casa, atendiendo mis compromisos pero aprovechando cualquier resquicio para
subirme en mi nube. Cenaba al llegar y mientras tomaba un par de copas navegaba
por internet, un mundo donde interactuaba lo escrito, lo escuchado y lo visto,
también allí tenía mis contactos y solíamos jugar frente a la cámara mientras
nos masturbábamos, a veces susurrándolo por teléfono o simplemente excitándonos
con lo que escribíamos, frecuentemente una cosa llevaba a la otra, La noche la
reservaba para mi otra pasión, escribir, para lo que me abstraía de todo y me
sumergía en la madrugada. No siempre era así, nunca fui estricto con mis
costumbres, dos copas de bourbon podían ser cuatro y la velada de sexo se
alargaba. Mis últimas imágenes, apenas tardaba en conciliar el sueño, solían
ser fantasías sobre mi próxima cita.
Estando en boga la denuncia de la
cosificación sexual de la mujer podría achacárseme de caer en ello, pero nada
sería más incierto. Reciprocidad e igualdad eran la base de mis relaciones,
mutuo acuerdo y complicidad. Los hay que adoran escalar montañas, ir a museos o
ver películas de cine, a mí me encantaba follar y le dedicaba el mayor tiempo
posible. No era inmune a los sentimientos y aunque siempre tenía cerrada la
puerta para el amor este en ocasiones se colaba por la ventana y entonces me
tocaba apechugar con las consecuencias como a cualquier hijo de vecino. Pero,
insisto, el enamoramiento para mí tenía fecha de caducidad y más allá de ese
periodo, hasta ese momento, había preferido la soledad. Otras cosas me
importaban en una relación directa para que el encuentro carnal fuese
satisfactorio aparte del atractivo físico, y con atractivo físico no me refiero
al consabido noventa sesenta noventa, bastaba con que algún rasgo me sedujera,
la modulación de la voz, la mirada o el deseo implícito en los labios, muchos
factores de los que podía bastar solo uno para magnificar el conjunto. Si acaso
que prefería la carne a los huesos, pero poco más. Eso sí, como he dicho había
otras cosas, o una sola y fundamental que era la curiosidad intelectual, por
exclusión no enumeraré defectos porque todos los poseemos y hay que transigir
con ellos, pero para mí era un requisito sin el cual la relación no llegaba a
fructificar.
Una cierta empatía que profeso
me ayudaba en mis operaciones comerciales con los clientes al poder colocarme
en su lugar, por contra me costaba amar y abrirme a los otros, a mí yo más
íntimo le asustaba superar la barrera de los sentidos hacia los sentimientos.
Me adentraba en el sexo de una determinada manera, más allá del gozo de follar
disfrutaba dando placer. Abría los labios sonrosados o morenos con mis dedos
para acoplar mi boca y mientras una parte de mí se dedicaba a otorgar placer la
otra se concentraba en percibir como lo sentía, podía comparar mi propio
orgasmo con el raudal de emoción que me embargaba ante las manifestaciones de
placer de mi pareja y que culminaba cuando alcanzaba el clímax y se corría,
pendiente en todo momento durante el encuentro de sus gestos y expresiones,
como si intentara compensar mi manifiesta incapacidad para volcar mis
sentimientos con esta suerte de empeño.
A Sara la había conocido a través del blog
donde colgaba mis escritos. Ni se me había ocurrido publicar, la literatura era
para mí una especie de exorcismo necesario, pero me hacía ilusión eso de tener
un espacio donde otros pudieran leer, y aunque la mayor parte del tiempo era un
espacio desolado a mí me causaba satisfacción. Sara llegó trasteando por la
red, a través de uno de los escasos seguidores que tenía y que supongo se
habían adherido más por solidaridad que por la calidad de mis escritos. No
interesada por mis textos sino por las imágenes que los acompañaban, en
concreto las de un contable de la oficina que tenía buena mano para el dibujo.
Una cosa llevó a la otra y terminamos quedando, follamos aquella misma tarde y
nos quedó tan buen sabor del encuentro que reiteramos la cita. Nuestras
distintas visiones de la vida generaban conflictos pero los digeríamos en aras
del placer que nos proporcionaba la mutua compañía. A veces me sorprendía
pensando en ella cuando estaba con otra y eso empezaba a preocuparme
De la botella no quedó nada y tras el café
tomamos unos chupitos de licor de hierba, como no sabía cuándo volvería a
disponer de varios días libres seguidos trataba de convencerme para que saliéramos
el viernes y aprovecháramos el fin de semana fuera. Ni una sola mención a
Afrodita ni a mis amantes, como si el no nombrarlas evitase el que existieran.
Calentado por el alcohol cedi a sus intenciones y le dije que de acuerdo, vino
a sentarse sobre mis piernas y me besó. La calidez que desprendía su piel
encendió mi deseo, mis manos se sumergieron bajo la tela de su vestido.
El sexo está de moda, eh?
ResponderEliminarMe gustó.
Saludos.