Le dije que me lo pensaría, que
necesitaba hacer algunas consultas antes de tomar una decisión, pero que me
atraía la idea. Salí a la calle, casi la hora de comer, me apeteció una
cerveza. Tenía ansiedad, los nervios se me acumulaban por el desconcierto. A la
tercera cerveza me calmé y la vida se me presentó de color rosa, todo encajaba.
Tendría que hacer algunas consultas en la compañía para cerciorarme de que todo
lo que me había contado Afrodita respondía a la realidad, luego pensé que
cuando se denunciara la desaparición podrían atar cabos y me dije que tenía que
haber otra manera, pero no daba con ella en ese momento. Me impacienté, quería
que todo encajara antes de tomar una decisión. En el metro me acerqué al centro
y me acerqué a la Casa de las Bravas. Una de oreja a la plancha, una de pulpo a
la gallega y una de bravas, regaditas con cerveza mientras pensaba. Al final
quedaba pasar por la oficina y a ver que conseguía sin que nadie se enterase, a
la hora que salían a la máquina a tomar café quizás pudiera meter mano a los
archivos. Pensé en llamar a Sara pero lo deseché, demasiado precipitado, tiré
de la lista y llamé a Leti, la motera,
decía que era separada pero creo que estaba casada porque siempre quedábamos
por la mañana. Las ocho y media fue una hora tan buena como cualquier otra para
echar un polvo, que se acercaba a casa,
como otras veces.
Pasé la tarde husmeando en la oficina,
aprovechando las ausencias para hurgar en los ficheros. El resto lo conseguí
directamente hablando con ellos, con el departamento de arte y objetos
valiosos, la posibilidad de una perita en dulce les abrió la boca y largaron
todo lo que me interesaba saber. Salí satisfecho y enfilé hacia casa. No tenía
ninguna necesidad de hacer algo así, tampoco es que estuviera desesperado por
conseguir el dinero, más que otra cosa era el hastió, la búsqueda de algún
cambio. Al llegar al barrio me senté en una terraza junto al parque y me pedí
un bourbon, ya habían cambiado la hora y anochecía más tarde, me dediqué a
contemplar vegetación y mujeres a partes iguales. Me ponían las de veinte, las
de treinta y las de cuarenta, con las de veinte ni lo intentaba. Las de treinta
aspiraban a formar pareja y tener hijos, de ese grupo las recién separadas eran
las que me interesaban, tras una relación frustrada salían a la calle
hambrientas. Las de cuarenta querían primero follar y después lo que cayera,
eran mi grupo ideal porque era lo que yo quería, sin más. En todo había
excepciones, por supuesto, pero por ahí iban los tiros. Que también tenía mi corazoncito,
me acercaba a alguien y me afectaba lo que le pasaba y lo que sentía, no era
inmune a los sentimientos, aun así trataba de capear el temporal. Pensaba
demasiado en Sara, eso no era buena señal. Bajando la mirada por el césped
encontré el estanque arropado de sauces llorones, esperando la llegada de la
luna para reflejar en al agua sus lágrimas argentadas, a la derecha falsas
acacias, arces y pinos piñoneros, dueños paseando a perros, una forma como otra
cualquiera de ligar. Una morena de ventipocos cruzó su mirada conmigo, algo
llenita pero se me hizo la boca agua, había pasión en sus ojos vida
desbordándose por ellos, me pregunté cómo serían sus gemidos. Poco más me
deparó el día.
Leti tenía el pelo rubio, corto,
acaracolado, con mechas. Sabía que era morena porque me lo había dicho ella
pero siempre venía en rubia. Me trajo unos churros para desayunar que se
quedaron fríos porque nos pusimos al asunto. Era de pechos menudos y soñaba con
aumentárselos, felina y sensual, flexible. Sabía cómo besarme y yo como darla
placer, le gustaba especialmente que se la metiera desde arriba, de tal forma
que aunque la penetración no era profunda le rozaba constantemente el clítoris.
Pero luego se hacía a todo, era divertida y lo pasábamos genial, siempre
probando algo nuevo, y de vez en cuando me dejaba untarla con vaselina. El sexo
era con ella una forma de comunicarse, también charlábamos cuando parábamos
para un cigarrillo. Me gustaba ponerla de a cuatro y darla, contemplando como
entraba y salía, esa postura con ella la disfrutaba mucho, gemía suavecito y me
susurraba al oído cochinaditas deliciosas.
Me hablaba de lo que le gustaba pero no de
su vida, yo lo aceptaba como venía. Después de saciarnos siempre dábamos un
paseo por la calle, relajaditos. Me daba cosa verla marcharse con la moto. Al
final, aunque satisfecho, quedaba como una sensación de vació, un circulo que de
nuevo me llevaba a pensar en el sexo. Pero aquella mañana tenía que visitar a
Afrodita y perfilar el plan, otra forma de emoción.
Las mujeres y tú,canalla... ahora estoy hambrienta, por la comida que has nombrado o por otras cosas, ya sabes.
ResponderEliminarPara mí, Sara sigue siendo la mejor, y se que el prota en algún momento se dará cuenta.