jueves, 18 de abril de 2013

Primavera CINCO



                                                                     


Le dije que me lo pensaría, que necesitaba hacer algunas consultas antes de tomar una decisión, pero que me atraía la idea. Salí a la calle, casi la hora de comer, me apeteció una cerveza. Tenía ansiedad, los nervios se me acumulaban por el desconcierto. A la tercera cerveza me calmé y la vida se me presentó de color rosa, todo encajaba. Tendría que hacer algunas consultas en la compañía para cerciorarme de que todo lo que me había contado Afrodita respondía a la realidad, luego pensé que cuando se denunciara la desaparición podrían atar cabos y me dije que tenía que haber otra manera, pero no daba con ella en ese momento. Me impacienté, quería que todo encajara antes de tomar una decisión. En el metro me acerqué al centro y me acerqué a la Casa de las Bravas. Una de oreja a la plancha, una de pulpo a la gallega y una de bravas, regaditas con cerveza mientras pensaba. Al final quedaba pasar por la oficina y a ver que conseguía sin que nadie se enterase, a la hora que salían a la máquina a tomar café quizás pudiera meter mano a los archivos. Pensé en llamar a Sara pero lo deseché, demasiado precipitado, tiré de la lista y llamé a  Leti, la motera, decía que era separada pero creo que estaba casada porque siempre quedábamos por la mañana. Las ocho y media fue una hora tan buena como cualquier otra para echar un polvo,  que se acercaba a casa, como otras veces.
    Pasé la tarde husmeando en la oficina, aprovechando las ausencias para hurgar en los ficheros. El resto lo conseguí directamente hablando con ellos, con el departamento de arte y objetos valiosos, la posibilidad de una perita en dulce les abrió la boca y largaron todo lo que me interesaba saber. Salí satisfecho y enfilé hacia casa. No tenía ninguna necesidad de hacer algo así, tampoco es que estuviera desesperado por conseguir el dinero, más que otra cosa era el hastió, la búsqueda de algún cambio. Al llegar al barrio me senté en una terraza junto al parque y me pedí un bourbon, ya habían cambiado la hora y anochecía más tarde, me dediqué a contemplar vegetación y mujeres a partes iguales. Me ponían las de veinte, las de treinta y las de cuarenta, con las de veinte ni lo intentaba. Las de treinta aspiraban a formar pareja y tener hijos, de ese grupo las recién separadas eran las que me interesaban, tras una relación frustrada salían a la calle hambrientas. Las de cuarenta querían primero follar y después lo que cayera, eran mi grupo ideal porque era lo que yo quería, sin más. En todo había excepciones, por supuesto, pero por ahí iban los tiros. Que también tenía mi corazoncito, me acercaba a alguien y me afectaba lo que le pasaba y lo que sentía, no era inmune a los sentimientos, aun así trataba de capear el temporal. Pensaba demasiado en Sara, eso no era buena señal. Bajando la mirada por el césped encontré el estanque arropado de sauces llorones, esperando la llegada de la luna para reflejar en al agua sus lágrimas argentadas, a la derecha falsas acacias, arces y pinos piñoneros, dueños paseando a perros, una forma como otra cualquiera de ligar. Una morena de ventipocos cruzó su mirada conmigo, algo llenita pero se me hizo la boca agua, había pasión en sus ojos vida desbordándose por ellos, me pregunté cómo serían sus gemidos. Poco más me deparó el día.
    Leti tenía el pelo rubio, corto, acaracolado, con mechas. Sabía que era morena porque me lo había dicho ella pero siempre venía en rubia. Me trajo unos churros para desayunar que se quedaron fríos porque nos pusimos al asunto. Era de pechos menudos y soñaba con aumentárselos, felina y sensual, flexible. Sabía cómo besarme y yo como darla placer, le gustaba especialmente que se la metiera desde arriba, de tal forma que aunque la penetración no era profunda le rozaba constantemente el clítoris. Pero luego se hacía a todo, era divertida y lo pasábamos genial, siempre probando algo nuevo, y de vez en cuando me dejaba untarla con vaselina. El sexo era con ella una forma de comunicarse, también charlábamos cuando parábamos para un cigarrillo. Me gustaba ponerla de a cuatro y darla, contemplando como entraba y salía, esa postura con ella la disfrutaba mucho, gemía suavecito y me susurraba al oído cochinaditas deliciosas.
    Me hablaba de lo que le gustaba pero no de su vida, yo lo aceptaba como venía. Después de saciarnos siempre dábamos un paseo por la calle, relajaditos. Me daba cosa verla marcharse con la moto. Al final, aunque satisfecho, quedaba como una sensación de vació, un circulo que de nuevo me llevaba a pensar en el sexo. Pero aquella mañana tenía que visitar a Afrodita y perfilar el plan, otra forma de emoción.
   



1 comentario:

  1. Las mujeres y tú,canalla... ahora estoy hambrienta, por la comida que has nombrado o por otras cosas, ya sabes.

    Para mí, Sara sigue siendo la mejor, y se que el prota en algún momento se dará cuenta.

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