Tenía café en la cafetera, solo
tuve que calentarlo. Añadí a la bandeja dos vasos para el whisky y las tarrinas
de tiramisú. Laura escenificaba pose en el sofá, las piernas cruzadas sin
terminar de enseñar pero mostrando más de lo que ocultaban y los labios rojos
entreabiertos. Coloqué la bandeja en la mesita y serví dos medidas cortas de
whisky, quedaba mucha tarde por delante y ya habían caído dos copas de vino.
Mensaje en el móvil. Me senté frente a Laura y lo leí mientras ella goloseaba
con el tiramisú como si fuera otra cosa lo que se traía entre labios. “La chica
estuvo por aquí, a él todavía no lo han reconocido. Seguimos buscando”. Era de
Calín, y vaya si se había dado prisa en movilizar a sus “conocidos”.
—No era este el postre que yo imaginaba
—susurró Laura—. Quiero eso que tenías para mí —dijo con la mirada fija en mi
entrepierna.
Saqué de mi bolsillo las bragas rojas y las
deposité sobre la mesita.
—Te las dejaste en el chalet —dije.
Su pose de gata en celo se fue al garete en
un instante, su mirada se tornó recelosa. La atajé antes de que me endilgara
otra milonga.
—Te voy a decir como pasó. Julio y tú erais
amantes, de paso que hacíais vuestros deberes le dabais gusto al cuerpo.
Regresabas al chalet por las bragas cuando sorprendiste a Willy haciendo las
fotos. Debe ser normal en ti ir sin ellas, sino no las habrías olvidado. Pero
eso es lo de menos, el caso es que alertaste a Julio sobre Willy y salisteis
juntos en su persecución, por eso se quedaron las bragas en la habitación. La
autopsia de Willy revela que le dieron una bofetada y un puñetazo, no gran
cosa, pero algo debió decir que hizo que Julio perdiera los nervios y le
metiera dos balazos. Y tú estabas delante. Quizás hasta sepas dónde tiró el
arma y los casquillos.
Se podría decir que la pillé en bragas,
pero estaba acostumbrada a lidiar en esa indumentaria y tenía muchas tablas.
—Pensaba decírtelo cuando todo pasara y
hubieran detenido a Blas. Es cierto que fui con Julio pero no vi como pasó, me
quedé en el coche. Él se fue tras Willy.
— ¿No saliste del coche para nada?
—Curioseé los escaparates. Había una tienda
que vendía semillas de marihuana y más adelante una inmobiliaria. Julio regresó
y me contó lo que te dije anoche.
— ¿Escuchaste los disparos?
—No.
—Que extraño, los disparos hacen un ruido
considerable. La única manera de amortiguar el ruido es usando un silenciador.
Eso desmontaría la historia de Julio, eso de que disparó pensando que Willy iba
a sacar un arma. El uso de silenciador indica premeditación, fue a por Willy
con la intención de matarlo. Pero me cuesta creer que fuera solo por las fotos,
al no encontrarlas lo lógico es que hubiese tratado de averiguar dónde estaban.
—Solo sé lo que él me dijo. Tenía miedo a
que me interrogara la policía y Blas se enterase, por eso te mentí sobre mi
presencia.
— ¿Le viste tirar los casquillos?
—No —encendió un cigarrillo.
No iba a ser tan tonto como para tener
testigos cuando los tirase, de Perogrullo. Apuré el tiramisú y endulcé el café.
¿Tendría Julio un pasado oscuro y temió que Willy lo sacara a la luz? ¿Un
pasado corrupto? No encontraba otra explicación. Las fotografías solo lo
mostraban saliendo del chalet contiguo al de Laura, solo servían para aventurar
conjeturas, nada definitivo. Y aunque hubiesen mostrado a los amantes en alguna
actitud comprometida debió intentar recuperarlas, ninguno de los dos posibles
justificaba la ejecución de Willy.
Laura recomponía sus gestos, seductora en
sus posturas, felina en sus movimientos.
— ¿Y el whisky? —había vaciado su vaso de
un trago.
Señalé con el dedo a mis espaldas. Todo un
espectáculo verla desplazarse, la costura de las medias acentuando con su línea
erótica la sensualidad de unas piernas subyugantes. Regresó con la botella de
Jim Beam en una mano y el vestido en la otra, la ropa interior realzando cada
uno de sus encantos. Pero sus ademanes carecían de naturalidad, como si
repitiera una secuencia que irremediablemente tuviera que conducirnos hacia
donde ella quería. Dejé que me besara y aferré sus nalgas, miel en mis manos.
Luego la miré a los ojos.
—Ponte ese vestido que trajiste en el
bolso. Tenemos que irnos.
Hizo un mohín de disgusto.
—Es la segunda vez que me niegas —pero
obedeció y fue a ponerse el vestido.
Me contemplé en el espejo del hall
diciéndome que no me reconocía en el rechazo, que no era el mismo. Laura se
puso la gabardina y le entregué el teléfono para que se comunicara con Julio.
Se retocó los labios antes de salir, mi boca aún guardaba el sabor de su beso y
de su carmín.
—Tú te lo pierdes, detective —me dijo antes
de irse.
Regresé al salón y llamé al inspector
Rojas. Solícito nuevamente.
— ¿Se sabe que munición utilizaron?
—Nueve milímetros corto. ¿Por qué quiere
saberlo?
—No se escucharon los disparos, se me
ocurrió que quizás usaran silenciador.
—Dígaselo a su amigo Muñoz-Seca, se ha
hecho cargo del caso.
—Gracias de todas formas —colgué
Podría tratarse de una Walter PPK con
silenciador, o de una Bersa Thunder 380 argentina. Convendría averiguar si
Julio Alcocer poseía alguna, pero no podría preguntar a Muñoz-Seca hasta que
concluyese la operación. Solo quedaba un día, podía esperar. Tampoco tenia
manera de saber si Laura decía la verdad, ya me había mentido una vez. Ignoraba
su pasado pero lo suponía duro, seguramente tendría miedo de actuar de testigo
en la acusación de un policía. De sentido común era, con sus antecedentes como
prostituta la defensa de Julio pondría en tela de juicio su declaración. Habría
que indagar en el pasado de Julio en busca de conductas corruptas, siguiendo el
rastro que siempre dejan. Muñoz-Seca sería el primer interesado en establecer
la inocencia o culpabilidad de su subordinado.
Ya había pasado un tiempo prudencial, podía
largarme. Entonces las vi, sobre el sofá, se había dejado las bragas. Volví a
guardarlas en mi bolsillo.
Llamé a Daniela y luego me pasé por la
agencia para recoger el material necesario para instalar los micrófonos en el
chalet de Fuente del Berro, una grabación afortunada podría condenar a Julio.
Cuando intenté guardar las bragas junto al vaso y la colilla caí en la cuenta
de que estaban en la caja del banco, volvieron a mi bolsillo. Pasé las
siguientes tres horas sembrando micrófonos, tanto en la casa como en el patio
trasero por donde se comunicaban, poniendo especial empeño en que no se
notaran. Cuando salí a la calle comenzaba a llover de nuevo, el tráfico era
intenso y no quería llegar tarde a mi cita con Blas Ortega. Estaba claro que
después de aquel cobro no iba a volver a ver su dinero, pocas ganancias iba a
sacarle al caso de la bella Laura. En el trayecto me llamó Melani diciendo que
se marchaba a casa y que había llamado la madre de Willy para decir que el
entierro sería al día siguiente. Pobre mujer, absorbido por los acontecimientos
se me había olvidado llamarla para darle el pésame. Tampoco me había llamado
ella para preguntar por las circunstancias de la muerte de su hijo, debía
pensar que como había ocurrido en su barrio tenía que ver con el pasado de
Willy, que estaba enganchado de nuevo. No podía mitigar su dolor de madre ante
la pérdida de su hijo, pero al menos hablaría con ella para que se pudiera
despedir estando orgullosa de él.
Blas Ortega no era un tipo pretencioso,
residía por Arturo Soria y su chalet no era de los mas lujosos de la zona.
Estaba amueblado con funcionalidad, sin detalles superfluos. Su despacho tenía
un aire de rancia oficina, con ficheros grises y paredes desnudas de cualquier
adorno excepto por un reloj redondo con publicidad de su empresa. Hasta la
vieja mesa de madera que soportaba el teléfono y el fax (no tenía ordenador),
parecía rescatada de algún resto de segunda mano. Me hizo sentar y cerró la
puerta, cerciorándose de que su mujer no estuviera en las inmediaciones. No
tenía pinta de mala gente ni de estafador. Estatura mediana, escasez de pelo,
barriga cervecera, tan solo los ojillos vivarachos delataban su astucia.
— ¿Y bien? —preguntó interesado.
—De momento pruebas no hay, no la hemos
visto en compañía de nadie —una mentira que pensaba rectificar en su momento—.
Pero sus visitas al chale de Fuente del Berro me tienen escamado. Si existe
algún amante es muy discreta, entra de alguna manera que nosotros no
descubrimos. Como es el único lugar en el que permanece el tiempo suficiente
para mantener una relación creo que lo mejor será hacer una prueba a las
sábanas, si el amante existe habrá restos de semen en ellas y el laboratorio
nos lo dirá. En caso de que sea negativa demostrará la inocencia de su esposa,
al menos desde que establecimos la vigilancia.
Blas Ortega se quedó pensando mientras
tamborileaba los dedos sobre la superficie de madera, la vista perdida en algún
lugar de la pared. Tras sacar sus conclusiones extrajo un abultado sobre del
cajón de su mesa y me lo entregó.
—Está bien, casi apostaría a que me ha puesto
los cuernos, pero no voy a dudar de su profesionalidad. Esa prueba nos sacará
de dudas.
Me acompañó hasta la salida, pero había un
A-3 obstaculizando el paso de mi vehículo.
—Es el coche de Laura —se excusó Blas
Ortega—. Me dijo que salía por tabaco, ahora le digo que venga a quitarlo
—estrecho mi mano y se despidió, dejando abierta la puerta de la calle—.
¡Lauraaa!
Apareció vestida de blanco, con un vestido
idéntico al de Marilyn en la película en que se le vuela el vestido sobre la
rejilla de aire caliente.
—A Blas le gusto así —dijo como si tuviera
que justificarse.
Miró hacia atrás asegurándose de que su
marido no nos vigilaba y metió una tarjeta en el bolsillo de mi chaqueta.
—Es la dirección de la entrega.
—No es eso en lo que quedamos —protesté.
—Se hará mañana por la mañana, lo han
adelantado, no hay tiempo para quedar con Julio. Pásaselo a la policía.
Montó en el Audi y arrancó, luego abrió la
ventanilla.
—¿Es que ha ocurrido algo? —pregunté
Echó el coche hacia atrás.
—Blas está que bufa por tener el dinero
aquí, no le gusta, ya te lo dije. Llamó al chino y adelantó la entrega.
El camino estaba libre, nada justificaba mi
presencia allí. Laura salió del Audi y estrechó mi mano.
—Vete, nos está mirando.
No volví la cabeza para comprobarlo. Monté
en el coche y arranqué. Me detuve dos calles más arriba, cabreado. Todo el
trabajo con los micrófonos al carajo. Llamé a Muñoz-Seca, y tuve que
interrumpir algo porque me contestó con un gruñido.
—Peña al aparato. Tengo que verte, ahora.
Muy urgente.
Sabía que no le llamaría sin un buen
motivo, pero quiso asegurarse.
— ¿No puede esperar?
—Yo, sí. Tú, no.
—Me paso por tu oficina —dijo.
—Mejor no, tuve anoche visita y no sé si
dejaron algún regalo curiosón.
—Entiendo. ¿Tomamos café entonces?
—Sí, en el mismo sitio. Date prisa.
La cafetería junto a la casa de Daniela me
venía de perlas, a ella quería verla después.
Cuando llegué ya estaba allí Muñoz-Seca,
los polis pueden usar lucecitas y sirenas que los detectives no.
— ¿De qué se trata? —espetó mientras me
acercaba.
—Han adelantado la entrega, se hará mañana
por la mañana —le tendí la tarjeta—. En esa dirección.
— ¿Y tú
cómo te has enterado?
—Fui a casa de Blas a por un anticipo y la
bella Laura me pasó el dato, no tenía tiempo de avisar a Julio. Ya te dije que
la conocí anoche. Y eso que me pasé toda la tarde instalando micrófonos.
Muñoz-Seca bufó.
— ¡La leche! Y tenemos que montar todo el
operativo. Salgo pitando —y con el móvil ya en la mano, mientras se alejaba—
¡Te debo una, Peña!
— ¡Dos, con esta me debes dos! —que llevara
bien las cuentas.
Aunque la auténtica sorpresa del día me esperaba
en casa de Daniela. Cierto que llegué un tanto desbocado, no era para menos
después de las exhibiciones de Laura, pero ella también puso su granito de
arena recibiéndome con aquel negligé transparente. En lo mejor del beso se
separó de mí y me miro a los ojos igualito que yo había mirado a la bella
Laura.
—No soy segundo plato de nadie, ni estoy
para saciar los calentones que otras provocan. Fóllatela de una vez y luego
hablamos —y me señaló la puerta.
No era mi día, me fui con el rabo entre las
piernas. ¿Os he dicho alguna vez que Daniela
es tremenda?
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