Cruzando la
línea
Bermúdez
Esperaba que alguien del despacho de
abogados fuera a recibir a Aicha y al Assassin, fue toda una sorpresa
encontrarse al detective en la terminal de Barajas. Ya tenía intención de
ocultarse para que Aicha no lo reconociese, pero la presencia del sabueso le
obligaba a extremar las precauciones ahora. Le pasó las fotografías a Vladimir
después de señalarlo.
—Ten cuidado con él porque no tiene un pelo
de tonto. Yo estaré cerca, aunque fuera del alcance de su vista. Lo que nos
interesa ahora es saber dónde van a albergarse —le tendió las llaves del coche—
Síguelos, yo tomaré un taxi cuando sepas la dirección. Supongo que será el
Agumar de Atocha, que es donde tienen la reserva, pero es importante
asegurarse, no podemos correr el riesgo de perderlos de vista.
Vladimir sonrió con suficiencia.
—Descuida.
—Tampoco te hagas muy visible, que los
mulatos grandotes como tú llaman la atención y no quiero que el Assanssin se
quede con tu rostro grabado en la retina. Menos aún el detective.
El holandés era parco de palabras, asintió
con un gruñido y fue a situarse en una posición ventajosa. Él se replegó a un
extremo de la terminal. Mientras esperaban la llegada del vuelo elucubró los
siguientes pasos. La presencia del detective podía favorecer sus planes, cuando
Vladimir acabase con la vida del Assassin seguramente el detective acudiría,
sería un buen momento para secuestrar a Daniela. Al monstruo se le hacía la
boca agua pensando en ello, hacía mucho que no se alimentaba. Los goces de la
selva ya quedaban lejos, aunque siempre presentes, pululando inquietos en su
cerebro.
El
bosque de Ituri había sido su santuario, en plena guerra un oasis de paz donde
llevar a cabo sus anhelos más oscuros. Recordaba con nitidez a su primera
víctima, hija de un trabajador de las minas de coltan. Las circunstancias eran
favorables, el padre solo regresaba a casa un par de veces al mes y la familia
vivía en un poblado asentado en las inmediaciones del bosque, dedicados al
comercio con los mbuti, a los que le compraban la miel. Ella tenía dieciséis
años y era virgen, o al menos eso suponía su hermano, al que embriagó para
sonsacarle. Ya era raro que no hubiera sido violada por una de las facciones en
guerra, pero el poblado proveía de alimentos a los soldados y se hallaba algo
apartado de las rutas principales, lo que le confería una tranquilidad
relativa. Otra forma de verlo era que el monstruo llegó antes que los otros. El
que fuera virgen obedecía a las influencias de un sacerdote italiano que
recorría los asentamientos próximos a la selva, que la había reclutado para la
fe de Cristo y convencido de que llegara impoluta al matrimonio.
Un día por
semana se internaba en el bosque, hasta el poblado de los mbuti, para cargar
con la miel, el pago lo hacía su padre cuando regresaba de la mina. Una negrita
preciosa, le pareció al monstruo, que estuvo acechándola mientras buscaba una
ubicación para llevar a cabo sus planes. La encontró en un poblado abandonado de
los mbuti, un lugar idóneo en el que darle vida
a su ritual. Un martes fue el día elegido. La esperó a medio camino, el
lugar más alejado tanto del poblado mbuti como de su choza, con los colobos
formando un griterío por encima de su cabeza como si quisieran advertirla del
peligro, pero los colobos siempre gritaban ante cualquier extraño y ella no le
dio importancia. Pudo observarla llegando por el camino desde su posición
privilegiada, cubierta por una vestido de alegres colores anaranjados que le
llegaba hasta las pantorrillas, sus jóvenes pechos aún enhiestos apretados
contra la tela mojada por la lluvia reciente que se le pegaba a la piel y
marcaba sus pezones. Cubierta la cabeza por un pañuelo amarillo que dejaba
escapar los rizos negros de sus trencillas sobre la frente, el cuello y los
pómulos, estos brillantes y tersos, estandartes de un rostro de labios gruesos
y sensuales, la nariz chata, pequeña y graciosa, los ojos de un tizón encendido
aureolados por la blanca esclerótica y
perdidos en alguna ensoñación indolente que se columpiaba sobre la cadencia de
sus hombros desnudos. Caminando hacia la gloria del monstruo, aciago destino
embromándola después de haber escapado de las garras de la guerra y su secuela
de violaciones. No le dio tiempo a reaccionar cuando se le echó encima, dejó
caer los recipientes en los que iba a guardar la miel y elevó los brazos
intentando protegerse ante la sombra que se le abalanzaba pensando que pudiera
tratarse de un animal, acaso un leopardo o un papión, iba a gritar cuando la
mano con el pañuelo empapado de cloroformo se lo impidió.
Tuvo que cargarla hasta el poblado
abandonado porque no quería correr riesgos, transportarla consciente hubiera
sido un incordio, habría tenido que maltratarla para silenciarla y no deseaba
perder parte de la diversión durante el trayecto, quería que la sorpresa fuese
total, degustar cada feromona de horror que su cuerpo exhalase.
Roth
El descubrimiento de la existencia del
Cónclave había resultado toda una sorpresa, pero no iba a permitir que el trio
de vejestorios le arruinara sus planes. De haberse hallado Houari cerca quizás
se lo habría pensado, pero con él y Aicha en España tenía las manos
libres. Había estado hábil Neville
interceptando sus comunicaciones, lo que no sabía el consejero es que él tenía
dispuesta una trampa por si a alguien se le ocurría hacer algo así. La había
colocado pensando en Aicha, cuando la nombraron Mayor, previniendo que sus
caracteres terminaran friccionando, y había saltado ante la intromisión de
Neville. Respondió interceptando las suyas y siguiéndole los pasos, en persona
porque no podía confiar en nadie ni sabía los motivos del consejero. Y él le
había llevado hasta el Cónclave, un departamento en la sombra encargado de
proteger a la Hermandad de las amenazas exteriores, al que pertenecía también
Houari en calidad de jefe de los Assassins, y al que pensaban incorporar a
Aicha en sustitución de Neville. A él le habían descartado como posible miembro
por considerarlo demasiado manipulador, sin considerar siquiera la eficacia de
su trayectoria política.
Se acomodó tras el árbol y esperó, sabía
que no tardaría en pasar. Tenía que silenciar a Neville antes de que avisara a
Houari y rescatar la grabación, que sabía llevaba encima. Tan confiado que
salió a dar su paseo diario por la selva. Sin la grabación poco podrían hacer
los otros, sabrían que había sido él, pero teniendo localizado el peligro
atajaría cualquier plan que se les ocurriese. Eran gentes de la Hermandad y sus
intenciones buenas aunque erróneas, no les haría daño a no ser que fuera
absolutamente necesario. Lo de Neville era caso aparte, era un peso pesado
dentro de la Hermandad y no se iba a amilanar, su muerte era inevitable.
Desaparecido Houari el próximo jefe de los Assassins sería su confidente y le
tendría al tanto de las intenciones del Cónclave, del que pensaba formar parte
en el futuro, cuando las riendas estuvieran en sus manos. El otro obstáculo era
Aicha, a la que sin duda informarían Chung y Barbosa. Esperaría a ver su reacción cuando Neville y Houari salieran de escena,
conociéndola esperaba dificultades. Se le había pasado por la cabeza que
Bermúdez también se encargara de ella pero lo desechó, demasiadas muertes, el
Consejo podía recelar. No, tendría que lidiar con ella cuando regresara, aunque
con los Assassins bajo su control el peligro que representaba sería mucho
menor, estaría controlada. Con ella emplearía algún tipo de ardid que la
hiciera perder el favor del Consejo y acabara con su carrera política, ya se le
ocurriría la manera de llevarlo a cabo.
El anciano, que ya se acercaba, era la
causa de todos sus males. Era él quien había puesto en su contra tanto a Houari
como a Aicha, el verdadero adversario. Había pensado acercársele por detrás y
terminar con su vida sin que se enterase, pero no pudo resistir la tentación de
anticiparle su derrota saliéndole al paso.
—Buenas tardes, consejero.
Neville dio un respingo al reconocerlo.
—Buenas tardes, Roth —su astuta mirada lo
envolvió—. ¿Le gusta el cine?
¿A cuento de qué venía aquella pregunta?
—Me entretiene alguna veces, pero tampoco
soy ningún cinéfilo.
Neville sonrió.
—No hace falta serlo para haber visto La
guerra de las galaxias. ¿La viste?
— ¿Y quién no? ¿Por qué lo dice?
— ¿Recuerdas la escena en que Obi-Wan
Kenobi baja su espada laser ante Darth Vader y permite que acabe con su vida?
Esta vez le tocó a él dar el respingo. ¿Qué
insinuaba Neville?
— ¿Intenta decirme que me espera la derrota
aunque acabe con su vida?
—Puedes interpretarlo como mejor te
parezca. La muerte ya me acechaba, solo adelantarás su llegada unos días, acaso
unas semanas. Me voy en paz, a eso me refería.
El jodido viejo solo intentaba
desmoralizarle, se las sabía todas. Pero no iba a retroceder ante su semblante
risueño. Nada más tenían que decirse, clavó el puñal en su corazón con una
trayectoria certera. Una, dos y hasta tres veces. Neville se desplomó con un
gemido. Se apresuró a registrar sus ropas en busca de la grabación.
Buscó por todas partes sin encontrarla y
bufó contrariado. ¿Cómo era posible? Había salido con ella de la reunión del
Cónclave y se dirigió a la selva sin pasar por sus aposentos. ¿Dónde demonios
estaba el pendrive? Lo intentó bajo su ropa interior, sin resultados. ¿Lo
habría tirado al reconocerlo? No lo creía, estuvo pendiente de sus movimientos.
Ocultaría el cadáver, no podía dejarlo allí, tenía que ponerlo al alcance de
las fieras, para que lo devoraran, sabía el lugar idóneo, su cuerpo
desaparecería antes de que comenzara su búsqueda. Después buscaría el
dispositivo. Mientras arrastraba el cuerpo sobre el suelo de la selva le vino a
la cabeza la escena de la película y maldijo a Neville. ¿Que había querido
decir el jodido viejo?